La serie de películas de <<Tora-san>> convirtió a Yoji Yamada en uno de los cineastas más exitosos del Japón de la década de 1970, pero su popularidad internacional no se concretaría hasta su aplaudida trilogía samurái: El ocaso del samurái (Tasogare Seibei, 2002), La espada oculta (Kakushi-ken: oni no tsume, 2004) y Amor y honor (Bushi no ichibun, 2006). Tras este tríptico intimista, el veterano Yamada se decantó por llevar a la pantalla la infancia de Teruyo Nogami en este drama ambientado, salvo su parte final, entre 1940 y la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Este periodo de la era Showa se nos presentan desde la voz de una narradora adulta que se reconoce en la niña de nueve años que asoma por la pantalla en compañía de su familia. Akira Kurosawa recordaba en sus memorias a Nogami como su mano derecha. Ella fue su supervisora de guiones desde Rashomon (1950) hasta Madadayo (1993) y ella es la pequeña Teruyo. A partir de la biografía de la propia <<No-chan>>, apodo afectuoso que el director de Barbarroja (Akahige, 1965) empleaba para referirse a ella, Yamada nos introduce en un espacio y en una época concreta en la que la niña todavía no ha perdido su inocencia. Es la menor de las dos hijas de "Kabei" (Mayumi Tanaka) y "Tobei" (Mitsugorô Bandô), un matrimonio feliz que ve como la alegría se interrumpe bruscamente una noche de 1940, cuando en la nocturnidad la policía al servicio del estado militarista irrumpe en su casa, ata al cabeza de familia y lo arrastran a prisión por pensar de forma distinta al autoritarismo que domina Japón. Estamos en años de guerra, en un tiempo de represión por disentir de las decisiones de un gobierno que acusa de traidores a quienes, como Tobei, tienen y expresan ideas distintas, y críticas con las decisiones del régimen establecido. Kabei. Nuestra madre (Kâbê, 2008) nos muestra este panorama sin adentrarse en la violencia de estado, no lo necesita, ya que la niña no la comprende o no la visualiza, y al tiempo homenajea a la figura de la madre, sufridora, abnegada, resignada y siempre entregada en su lucha diaria por mantener a sus dos hijas lejos del dolor y de la miseria que sobreviene tras el arresto paterno. Mientras Tobei se consume literalmente en su calabozo, madre e hijas sobreviven, incluso conservan la esperanza de recuperar la presencia del ser querido y añorado a quien arrestan y castigan por su manifiesto pacifismo. Durante el periplo expuesto en la pantalla, la familia recibe el apoyo de Yamazaki (Tadanobu Asano), el discípulo del preso, o de la tía Hisako (Rei Dan). Ambos son personajes que igualan en inocencia y en tolerancia a los Nogami, y como estos, también están condenados a sufrir la intolerancia del momento durante el cual el totalitarismo se ha impuesto, y con su postura se esfuma cualquier posibilidad de diálogo, de disensión o de crítica. Aparte del periodo en el que se desarrollan los hechos, en Kabei. Nuestra madre, Yamada muestra la importancia de la familia en la sociedad tradicional japonesa, también el lazo de devoción y fidelidad alumno-maestro, un lazo que descubrimos en entre Yama y Tobei, y un lazo que posiblemente silencie los sentimientos del primero hacia la esposa del segundo.
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