sábado, 28 de junio de 2014
La isla del tesoro (1950)
viernes, 27 de junio de 2014
Michael Collins (1996)
Tras siete siglos de dominación inglesa, el lunes de Pascua de 1916 alrededor de un millar de rebeldes irlandeses se alzaron en armas y tomaron, entre otros edificios administrativos, la Central de Correos de Dublín, donde cinco días después los sublevados rindieron las armas ante la superioridad británica. Este instante histórico sirve como punto de partida para Michael Collins, que se inicia con la rendición de los rebeldes, entre quienes se encuentran Eamon de Valera (Alan Rickman), uno de sus líderes, Harry Boland (Aidan Quinn) y Michael Collins (Liam Neeson), dos jóvenes amigos que en ese instante no resultan una amenaza para las autoridades, motivo por el cual se libran de una condena más severa. Estos personajes reales inspiraron a Neil Jordan para escribir un primer argumento en 1983, poco después de su debut en la dirección con Danny Boy (Angel, 1982), sin embargo, el proyecto no sería realizado hasta trece años después, cuando Jordan, tras los éxitos de Juego de lágrimas (The Crying Game, 1992) o Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire, 1994), se había hecho un nombre dentro de la industria cinematográfica. Como cualquier película basada en hechos reales, Michael Collins se toma libertades que la alejan de la realidad histórica, pues se decanta por centrarse en la figura de un hombre que al tiempo que se enfrenta a los británicos lo hace consigo mismo y con aquello en lo que cree, ya que en él conviven varios rostros que nunca llegan a equilibrarse: el amigo, el amante, el pacifista o el líder nacionalista de un movimiento revolucionario que emplea el terrorismo urbano para alcanzar su meta. Como consecuencia, en Collins habita la contradicción entre la paz y la libertad que persigue y la violencia extrema que emplea para alcanzarla, y que asume como el único medio para lograr sus objetivos. De tal manera, sus actos son implacables, sangrientos y censurables, como también lo son los empleados por el gobierno británico, que asume una postura similar a la del líder rebelde, lo que desata una lucha cruenta entre dos bandos que en 1921 se sientan a negociar las condiciones de un estado libre irlandés que no satisface las exigencias de los sublevados, pero que Collins se ve en la obligación de aceptar porque es consciente de que es la única alternativa que le han dejado. Asumir dicha responsabilidad conlleva que el líder del ejército republicano irlandés se enfrente al rechazo de antiguos colegas, que se niegan a reconocer el tratado, entre ellos De Valera y Boland, lo que desencadena un guerra civil y la ruptura entre Collins y Boland, dos hombres enamorados de una misma mujer (Julia Roberts) y distanciados por el acuerdo que el primero acepta como la única vía para alcanzar la independencia, lo que provoca que la lucha ya no sea contra los conquistadores, sino entre quienes persiguen un mismo fin, pero desde distintas perspectivas.
Yo creo en ti (1947)
Hacia 1945 la 20th Century Fox de Darryl F.Zanuck apostó por un tipo de cine negro de carácter realista y social, que denotaba cierta influencia del neorrealismo italiano y del cine criminal rodado en Hollywood durante la década anterior, de entre este tipo de docudrama o relato semidocumental, que también se desarrolló en productoras como la RKO, destacan entre otras las cinco aportaciones consecutivas realizadas por Henry Hathaway: La casa de la calle 92 (The House on 92nd Street, 1945), 13, calle Madeleine (13 Rue Madeleine, 1946), Envuelto en la sombra (Dark Corner, 1946), El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947) y Yo creo en ti (Call Northside 777, 1947), aunque en esta última el protagonismo no recae en un agente del orden público, sino en un periodista que escribe una serie de artículos relacionados con el anuncio que recompensa con cinco mil dólares a cualquiera que pueda aportar información que exculpe a un condenado por asesinato. Como película que pretende mostrar la realidad, Hathaway inició Yo creo en ti advirtiendo que, en la medida de lo posible, el rodaje se realizó en los lugares donde se desarrollaron los hechos en los que se basa el film. Posteriormente se observan imágenes de archivo que muestran el Chicago de los primeros años treinta, en cuyas calles la criminalidad tiene una importante presencia, así como se escucha una voz en off que introduce aspectos verídicos del entorno donde se desarrolla la historia, de igual manera que presenta de forma directa el caso en cuestión y a P.J.McNeal (James Stewart), el periodista del Chicago Times, a quien su redactor (Lee J.Cobb) le encarga que entreviste a la señora Tillie Wiececk (Kasia Orzazewski), quien ofrece una suma considerable por la información que demuestre la inocencia de su hijo Frank (Richard Conte), condenado once años atrás por el asesinato de un agente de policía. La madre está convencida de la no culpabilidad de su vástago, algo que no sorprende a un periodista que la escucha decir que ha estado trabajando sin descanso desde 1933 (momento de la sentencia) para poder ofrecer la cantidad con la que espera obtener alguna noticia que permita poner en libertad a un hombre que para McNeal todavía es culpable. A lo largo del metraje se muestra a modo de crónica los aspectos del periodismo de investigación llevado a cabo por el reportero, que asume una postura inicialmente escéptica que pronto se trasforma en la certeza de que el reo no ha cometido el crimen. Para demostrar el error cometido por el sistema, McNeal se entrevista con el condenado, con su ex (Joanne De Bergh) o con la testigo (Betty Garde) que testificó contra Frank, a quien pide que se someta a la prueba del polígrafo, detallada con minuciosidad para introducir al espectador el avance empleado. Además, el incansable reportero recorre diferentes lugares, entre ellos algunas comisarias donde no recibe la colaboración de los agentes, pues el condenado fue hallado culpable del asesinato de uno de los suyos, lo que deriva en el intento de ocultación de los documentos que el periodista descubre cuando se hace pasar por un detective. A pesar de la errónea sentencia, Yo creo en ti ofrece una imagen positiva del sistema judicial (el periodista le dice al reo al final del film que pocos gobiernos aceptarían su error) y del ámbito periodístico que apoya la búsqueda de la verdad, de ahí que McNeal se convierta en una especie de cruzado que defiende la inocencia de Frank ante la junta creada para estudiar el caso que se resolvió a raíz de un falso testimonio que pretende desmentir mediante la ampliación de una imagen fotográfica encontrada en los archivos de la policía.
miércoles, 25 de junio de 2014
La puerta del diablo (1950)
Hasta la fecha del rodaje de La puerta del diablo (Devil's Doorway, 1950), las mejores películas de Anthony Mann habían sido producciones de cine negro, de serie B, quizá por ello, en su primer western, apostase por emplear características del "film noir": la iluminación de su fotografía en blanco y negro o el pesimismo que rodea a su protagonista —un personaje central hasta entonces atípico dentro del género del oeste, ya que se trata de un indio. Este navajo asume las costumbres y acata las directrices del hombre blanco, cuestión que queda reflejada en los primeros compases de la película, cuando se descubre a Lance Poole (Robert Taylor) de regreso a su hogar luciendo con orgullo su uniforme de la Unión y los galones de sargento mayor. Ese mismo uniforme también lo viste a la conclusión de la película, aunque con un significado opuesto a la inocencia inicial que le domina cuando todavía se le observa orgulloso de la medalla al valor —que le fue concedida por sus méritos durante la guerra de la Secesión.
A la novedad de ofrecer el protagonismo al nativo estadounidense, aunque este fue interpretado por Robert Taylor (actor de origen anglosajón y de ojos azules que poco tenía de navajo), de otro modo, sin una estrella, posiblemente, no hubiese sido posible la filmación, La puerta del diablo presenta otro personaje que rompe con lo establecido hasta entonces en el western, porque Orrie Masters (Paula Raymond) no funciona como mero adorno ni como una excusa para desarrollar una relación romántica con el héroe. En la historia narrada por Mann ni hay héroe ni romance, y sí la lucha de dos desubicados que pretenden hacerse valer dentro de un entorno donde impera la injusticia racial y la discriminación sexual. Dentro de este ámbito ella acepta la tarea de defender los derechos de Poole, aunque este muestra un instante de duda al descubrir que el abogado a quien ha ido a contratar, para que le asesore sobre sus derechos legales, es una mujer. Sin embargo, tras unos segundos de vacilación, Lance comprende que nadie mejor que Orrie para ayudarle, pues, al igual que él, la joven letrada busca abrirse camino en un espacio hostil donde no hay cabida para individuos como ellos. ya que él forma parte de una minoría étnica rechazada por las leyes del hombre blanco y ella ejerce un oficio mayoritariamente desempeñado por varones.
viernes, 20 de junio de 2014
Adivina quién viene esta noche (1967)
lunes, 16 de junio de 2014
El rostro impenetrable (1961)
Premiada con la Concha de Oro en el festival de cine de San Sebastián —donde también se premió a Pina Pellicer por su papel de Luisa—, la única película dirigida por Marlon Brando no fue comprendida por la crítica estadounidense del momento, que no supo apreciar la poética de un western tan atípico como innovador y trágico. Esta falta de visión o de comprensión se unió a la mala acogida entre el público, más bien su indiferencia, provocando que el film resultase un fracaso económico y, como consecuencia, que la carrera de Brando como realizador fuese tan fugaz como la de Charles Laughton, otro excelente actor que sufrió la miopía de su época, lo que provocó que su único film, La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955), una obra maestra del cine, fuera un estrepitoso fracaso. Aunque no alcanza la magnificencia del film de Laughton, El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks, 1961) es un excelente western psicológico en el que la tragedia y el lirismo acompañan a la figura de Río (Marlon Brando) en su camino hacia la venganza. Pero la gestación de este ambicioso proyecto fue compleja, iniciándose en 1957 con un primer guion a cargo de Sam Peckinpah. La estrella de La ley del silencio (On the Waterfront, Elia Kazan, 1954), que era el promotor del proyecto, lo leyó y no dudó protagonizarlo, pero no contaba dirigirlo. Tras varios cambios, entre ellos el abandono de Stanley Kubrick (el director inicialmente previsto) y la reescritura de la adaptación de la novela de Charles Neider, The autentic death of Hendry Jones, el propio actor asumió la dirección del rodaje, prolongándose este más de lo previsto, lo que supuso que su estreno se retrasase hasta 1961.
Durante el reencuentro se observa a los antiguos socios estudiándose y mintiendo sobre qué sucedió en aquel momento del pasado que los separó, además intentan aparentar que nada de lo ocurrido les ha afectado. La mentira prevalece, pues es patente que Río no puede sino pensar en acabar con su oponente, del mismo modo que este no puede soportar la presencia del hombre que le recuerda el pasado que ha intentado olvidar, convirtiéndose en un respetado miembro de la comunidad, casado con María (Katy Jurado) y padrastro de Luisa (Pina Pellicer), la joven a quien, inicialmente, el pistolero engaña —como al resto de sus conquistas—, pero que no tarda en ocupar un lugar en su pensamiento que desplaza la idea primigenia de venganza. Sin embargo, el destino selló sus vidas en aquel pasado que nunca abandona los espacios íntimos del protagonista ni la lograda atmósfera que convierte a El rostro impenetrable en un estupendo western trágico que, por cuestiones comerciales, tuvo un final distinto al inicialmente previsto.
jueves, 12 de junio de 2014
Raoul Walsh y el western
<<En mi inocencia no tenia la menor idea de lo que era Pathé Brothers. La única película que había visto era Asalto y robo de un tren en un cine de cinco centavos antes de morir ni madre, en 1903. Supe que el estudio Pathé se encontraba junto al río Hudson, en Union Hill, Jersey, y que tenía que coger un transbordador. Cuando llegué me entrevistaron y dijeron que me presentase a las ocho de la mañana del día siguiente…>>
Raoul Walsh: El cine en sus manos (traducción de Francisco Delgado). Ediciones JC Clementine, Madrid, 1998.
De hacer caso a las memorias de Raoul Walsh (El cine en sus manos, Each Man in His Time, 1974), a inicios del siglo XX este neoyorquino de origen irlandés se lanzó en busca de su lugar en el mundo. Primero ejerciendo de marinero en el barco de su tío y posteriormente como cowboy en suelo mexicano, donde aprendió a usar el lazo y a domar caballos, además de convertirse en un excelente jinete. Como consecuencia, Raoul Walsh condujo cabezas de ganado desde Veracruz hasta Texas, donde encontró trabajo como vaquero en un rancho que no tardó en abandonar para trasladar caballos a Montana, estado en el que desempeñó diversos oficios antes de regresar a Texas y dedicarse a la compra de monturas para el gobierno. Por casualidad, poco después, alguien le ofreció interpretar a un jinete en un espectáculo teatral basado en El hombre del clan —décadas después, Peter Bogdanovich emplearía esta anécdota para dar forma a una de las escenas de Así empezó Hollywood (Nickelodeon, 1976), película en la que Walsh y Allan Dwan participaron como asesores. De vuelta a su ciudad natal, el futuro responsable de Al rojo vivo (White Heat, 1949) no tardó en ser contratado por la Pathé Brothers, productora que buscaba gente que supiese montar a caballo y en eso, como llegaría a serlo en la dirección cinematográfica, Walsh era un maestro. Pero sus primeras interpretaciones fueron insuficientes para contentar a su inquieta personalidad, lo que, según él, le llevó a plantearse abandonar el mundo del cine, aunque, por fortuna para quienes disfrutamos con sus películas, David Wark Griffith le hizo cambiar de opinión, al contar con él para que formase parte de su aventura californiana. Walsh y otros pioneros se trasladaron allí y se encontraron en un espacio semidesértico donde apenas se sabía del nuevo medio visual, pero donde, gracias a los aventureros del celuloide como él, nació la que se convertiría en la mayor industria cinematográfica mundial.
Durante la filmación de su primer proyecto sonoro, también el primero rodado en exteriores naturales, Walsh sufrió el accidente automovilístico que casi le cuesta la vida y se cobró su ojo derecho, por lo que En el viejo Arizona (In the Old Arizona, 1929) tuvo que ser concluida por Irving Cummings. Este desafortunado incidente no impidió que continuase con su carrera artística, así pues, recuperado y resignado, se encargó de otro western exterior, de mayores dimensiones que el anterior, con el que sentó algunas de las bases del western de itinerario. Sin embargo La gran jornada (The Big Trail, 1930) tuvo una fría acogida y como consecuencia, durante la década que siguió, Walsh se mantuvo alejado de un género que La diligencia (John Ford, 1939) logró revivir y madurar, provocando un punto de inflexión dentro del mismo. En 1940 Walsh volvió a filmar una película del oeste: Mando siniestro (Dark Command, 1940), su segunda y última colaboración con el actor John Wayne, en ella se plantea una relación amorosa a tres bandas en tiempos de la Guerra de la Secesión, pero se trata de un film que dista de los grandes westerns que rodaría a continuación: Murieron con las botas puestas (They Died with Teir Boots On, 1941), protagonizada por su amigo Errol Flynn, narra desde una perspectiva aventurera la vida del general Custer; Perseguido (Pursued, 1947), western psicológico interpretado por Robert Mitchum y Teresa Wright; Río de Plata (Silver River,1948), de nuevo con Flynn como protagonista, o Juntos hasta la muerte (Colorado Territory, 1949), revisión en clave de western de El último refugio (High Sierra, 1940) (otra de sus grandes aportaciones al cine negro). Los años cincuenta trajeron más películas del género, que le permitieron trabajar con actores como Gary Cooper en Tambores lejanos (Distant Drums, 1951), Kirk Douglas en Camino de la horca (Along the Great Divide, 1951), Rock Hudson en Historia de un condenado (The Lawless Breed, 1953) y Fiebre de venganza (Gun Fury, 1953), Alan Ladd en Rebelión en el fuerte (Saskatchewan, 1954) o su amigo Clark Gable, en Los implacables (The Tall Men, 1955) y Un rey para cuatro reinas (A King and Four Queens, 1956). Como consecuencia del sistema de estudios imperante durante aquellos años, muchos de sus westerns fueron realizados exclusivamente por cuestiones contractuales, pero la mayoría se caracterizan por presentar personajes condicionados por pasiones, emociones o ambiciones, siempre vistos desde la sencillez, el dinamismo y el talento narrativo de este grande de aquel Hollywood ya desaparecido que tuvo su último contacto con el género en la novela La ira de los justos.
martes, 10 de junio de 2014
Marnie, la ladrona (1964)
Rebeca (Rebecca, 1940), Sospecha (Suspicton, 1941), Recuerda (Spellbound, 1945), Encadenados (Notorious, 1946), Yo confieso (I Confess, 1952), Vértigo (1958) y tantas otras confirman que Alfred Hirchcock, además de un maestro del suspense, era un maestro de la psicología de sus personajes, hombres y mujeres cuya complejidad vendría marcada por emociones que no son capaces de equilibrar y que provocan fobias o traumas como el que se descubre en Marnie (Tippi Hedren), una cleptómana que encuentra en el robo la medicina que calma el desequilibrio que padece desde el pasado. El arranque de Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) muestra a una mujer que, tras cometer un robo, acude a la casa de su madre; allí se observa una relación fría y distante que afecta a la protagonista, que siente el rechazo de aquella persona a quien desea complacer y de quien demanda atención. Como consecuencia de este encuentro se va perfilando la psicología del personaje, pero no es hasta su encuentro con Mark Rutland (Sean Connery) cuando se completa un primer esbozo que confirma que la alteración emocional que sufre Marnie, además de provocar su cleptomanía, crea su frigidez. Cuando Mark la contrata como secretaria en su editorial, este ya sospecha que ella es la joven que cometió el robo en la empresa que abre la película; aún así, siente la curiosidad de estudiarla hasta el extremo de sentir excitación por ella, quizá porque le atraiga la idea de mantener una relación íntima con una ladrona. Sin embargo, Marnie no puede corresponder a ningún hombre, como tampoco puede controlar sus impulsos de mentir o de tomar para sí aquello que no le pertenece, reacciones reflejas y defensivas que calman la mancha del pasado que le impide un acercamiento tanto emocional como carnal a Mark, cuando este la obliga a casarse con él para ocultar el hurto que ella comete en su oficina. De ese modo la pareja se descubre atrapada entre los deseos del marido y el trauma de la esposa, aunque Mark asume la responsabilidad de ayudar a la mujer que ama y que no puede tocar, porque existe un recuerdo oculto en su subconsciente que le hace odiar el contacto con el sexo masculino. Marnie, la ladrona tuvo una fría acogida entre el público, que esperaría una historia menos compleja y con mayores dosis de suspense, aunque en realidad el film resulta tan inquietante como la pesadilla psicológica en la que vive Marnie, siempre huyendo de sí misma y de quienes la rodean, incapaz de aceptarse o de librarse de aquel instante que revive en los tonos rojizos, en las tormentas, en la presencia física de Mark o en los sueños nocturnos que nunca la abandonan.
lunes, 9 de junio de 2014
Siberiada (1978)
sábado, 7 de junio de 2014
La ley del hampa (1927)
Si bien la figura del gánster ya se encuentra presente en películas como El hombre sin piernas (The Penalty, Wallace Worsley, 1920) o Fuera de la ley (Outside the Law, Tod Browning, 1920), existe unanimidad a la hora de señalar a La ley del hampa (Underworld, 1927) como el primer antecedente de aquellos delincuentes que se descubren en títulos fundamentales del cine de gánsteres de inicios de la década de 1930: Hampa dorada (Little Caesar, Mervyn LeRoy, 1931), Las calles de la ciudad (City Streets, Rouben Mamoulian, 1931), El enemigo público (William A. Wellman, 1931) o Scarface (Howard Hawks, 1932). En este sentido, la película de Josef von Sternberg puede considerarse como el título precursor del cine negro, que continuaría su gestación en La redada (The Dragnet, 1928), Los muelles de Nueva York (Docks of New York, 1928), Thunderbolt (1929), las tres también rodadas por Sternberg, o en La horda (The Racket, Lewis Milestone, 1928), y que alcanzaría su confirmación con la entrada del sonoro.
miércoles, 4 de junio de 2014
El pueblo de los malditos (1960)
martes, 3 de junio de 2014
¡Qué noche la de aquel día! (1964)
En ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Day's Night, 1964), The Beatles dieron rienda suelta a su vis cómica, que pusieron al servicio del excelente humor absurdo que domina dentro del entorno donde inicialmente se les descubre huyendo de las masas enloquecidas, que les persiguen para tocarlos o quedarse con alguna de sus pertenencias, una locura no muy lejana de sus experiencias en la vida real. A lo largo de los minutos se combinan las situaciones cómicas con las canciones del álbum al que hace referencia el título, y del mismo modo que ocurría con Margaret Dumont en las películas de los Marx, en ¡Qué noche la de aquel día! la presencia de un quinto elemento, el supuesto abuelo de Paul (Wilfrid Brambell), aumenta la hilaridad de las desventuras que se suceden hasta que finalmente los músicos acuden al programa de televisión en el que tienen que actuar. Dos años después, The Beatles repetirían a las órdenes de Lester en Help! (1966), otra comedia disparatada y surrealista en la que predomina el colorido. Posteriormente, participarían en producciones como la película animada Yellow Submarine (George Dunning, 1968) y Let It Be (Michael Lindsay-Hogg, 1970), además de actuar por separado en películas como la comedia bélica Cómo gané la guerra (How I Won the War, Richard Lester, 1966), coprotagonizada por John Lennon, o Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando (The Magic Christian, Joseph McGrath, 1969), en la que Ringo Starr compartió protagonismo con Peter Sellers, pero ninguna de ellas alcanzó el nivel cómico de este entretenido, rebelde y original primer paso de la mítica banda por el medio cinematográfico.