Los estibadores del muelle son sordos y mudos, deben serlo o correrán la misma suerte de Joey Doyle. La caída de Doyle, además de iniciar La ley del silencio (On the Waterfront, 1954), sirve para presentar a Terry Malloy (Marlon Brando), ex-boxeador y, para muchos, un vago inútil. Charley Malloy (Rod Steiger), conocido por el apodo el señorito y mano derecha del gran jefe, no ha dudado en utilizar a su hermano como cebo para atrapar a ese pájaro que quería cantar, pero que no sabía volar. La muerte de Joey es una advertencia para el resto; un aviso claro de que Johnny Friendly (Lee J. Cobb) controla el muelle y que no permitirá que nadie declare ante el comité de investigación del muelle. Johnny es el dueño y señor, él controla cuanto sucede en su reino portuario, así como señala quien trabaja y quien no. Su poder se sustenta sobre la violencia y el miedo que amenaza a esos hombres que desesperan ante la puerta del muelle de descarga, conscientes de que quizá no haya trabajo para ellos. Pero Terry ha conseguido un buen empleo, y lo ha logrado porque Johnny así lo ha ordenado, circunstancia que Charley recordará a su hermano para que muestre la gratitud que merece su jefe; aunque en realidad no se lo han ofrecido por amabilidad ni cariño, sino porque los hampones intentan aplacar y serenar una posible e imprevisible reacción por parte de Terry, un joven solitario, para muchos, violento y de pocas luces, un hombre que se mantiene alejado de todos; quizá por ello se pueda explicar que no tenga amigos, salvo sus palomas y un pequeño grupo de chiquillos que le admiran por sus logros del pasado. Sin embargo, la muerte de Joey reaparece allí donde mire, en el párroco, en el padre de la víctima y, sobre todo, en la dulce, amable y bondadosa Edie (Eva Marie Saint), hermana del asesinado. Los trabajadores murmullan entre ellos, pero no se atreven a hablar en alto, temen por sus vidas, saben que en el muelle se sabe todo y nada, pero existe una ley no escrita que advierte que ese todo o ese nada no deben ser expresados. El muro de silencio les mantiene oprimidos y esclavizados, ajenos a las súplicas del padre Barry (Karl Malden), que pretende guiar a su rebaño hacia una libertad necesaria que les proporcionaría un futuro digno, sin embargo, todos son sordos y mudos, porque prefieren mantenerse bajo el yugo de Johnny a sufrir un accidente. La noticia de la reunión clandestina que se celebra en la iglesia despierta el interés del gran jefe, por ello vuelven a utilizar a Terry, quien observa la inutilidad de la misma, sentado en uno de los bancos de madera, allí nada se dice, tan sólo las palabras del padre Barry, quien no tarda en comprender que de nada ha servido su sermón. No obstante, las violentas represalias que sufren los presentes cuando concluye la reunión, convencen a Dugan (Pat Henning) para que declare ante el comité; ya no puede soportarlo más, no existe otra opción, el párroco tenía razón y su apoyo le da fuerzas para intentarlo. Además de esta circunstancia, con la que no habían contado Johnny Friendly, surge otra igual de inesperada, la huida de la iglesia de dos personas que, posiblemente, sin el ataque nunca habrían llegado a hablar. Terry Malloy, despreocupado, sin remordimientos, solitario y Edie Doyle, triste, solidaria, humana y concienciada en la necesidad de que la justicia prevalezca, compartirán a partir de ese instante una especie de amistad que llenará a Terry y le alejará de su soledad. Edie le ofrece la oportunidad de sentirse más humano, así como le obliga a abrir los ojos ante los acontecimientos que suceden a su alrededor. La toma de conciencia de Terry no es inmediata, sino que irá madurando hasta que los remordimientos y el amor vencen, un momento que se produce cuando se atreve a confesar a Edie cuanto sabe de la muerte de su hermano. Ha llegado el momento de la delación, alguien debe hablar y eliminar ese peligro que controla la vida de seres honrados que únicamente quieren un trabajo digno para poder sobrevivir. Se acabó el control del muelle, Terry se ha decidido, hablará, debe hacerlo, más aún cuando las acciones de Johnny le golpean deliberadamente, tras unas advertencias que no le han amedrentado. Para unos será un chivato, para otros un hombre libre que lucha contra un enemigo que les intenta privar del derecho a la libertad; pero para él es el momento de luchar y no permitir que le vuelvan a tumbar, como en aquella ocasión cuando se vio obligado a permanecer tendido sobre la lona, dejando escapar parte de si mismo. La Ley del silencio es un drama denso y tenso, que muchos interpretaron como una justificación o una excusa de Elia Kazan para exponer las razones o motivos que le obligaron a delatar a varios compañeros de profesión durante la investigación que llevó a cabo el comité de actividades antiamericanas; esa circunstancia no debe apartar de la verdadera calidad cinematográfica de un film enorme, que presenta a un individuo (y a otros muchos) atrapado en una situación insostenible de la que no es consciente o no quiere serlo, una circunstancia que afecta a todos, y que únicamente la concienciación y el valor de enfrentarse a ella podrían ponerle fin. Además de un sólido guión, escrito por Budd Schulberg y una dirección sobresaliente, La ley del silencio cuenta con unas actuaciones memorables, entre las que destacan el rostro bondadoso y triste de Eva Marie Saint, en su debut cinematográfico, un cura luchador, que se posiciona del lado del oprimido, con rasgos de Karl Malden y un joven interpretado por Marlon Brando, que, inicialmente, no lleva en su corazón más que el resentimiento de haber dejado escapar una oportunidad que habría cambiado su presente.
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