viernes, 31 de enero de 2014
La cuadrilla de los once (1960)
jueves, 30 de enero de 2014
Más extraño que la ficción (2006)
En Niebla (1914), Unamuno se desmarcó de estilos y patrones narrativos para introducirse en su relato y confrontarse con su personaje, que se ve sorprendido por el inesperado encuentro con un creador que le niega la existencia y le genera dudas hasta ese instante impensables. Similar en ciertos aspectos, aunque desde una perspectiva menos reflexiva y más cómica, en Más extraño que la ficción (Stranger than Fiction, 2006) se descubre a una narradora omnisciente que se introduce en la vida de Harold Crick (Will Ferrell) para describir la rutina de quien no puede evitar la sorpresa, la desorientación y el miedo que le produce escuchar una voz en off que se cuela en su cotidianidad para detallar cuanto hace. Harold no tarda en oír como la descriptora anuncia su inminente muerte, la misma que no desea y hacia la cual parece ser guiado. La perplejidad y el miedo se apoderan del cuadriculado inspector de hacienda, pero estas emociones son ajenas a Karen Eiffel (Emma Thompson), quien, sin saberlo, ha entrado en contacto directo con la cotidianidad de un personaje que resulta ser de carne y hueso, y que nada sabe de la incapacidad de la autora para dar con una muerte novelesca que satisfaga sus inquietudes literarias. Como consecuencia de su imposibilidad se comprende que Karen, además de fumadora compulsiva, es una escritora que atraviesa por una aguda crisis creativa y también existencial que ya dura diez años, y que afecta directamente a ese individuo que se niega a sucumbir a la intención de quien cree haberlo escrito, descrito y creado. Para la novelista la muerte de Harold no deja de ser algo aceptable dentro de su profesión, ya que supuestamente se trata de un personaje que ha cobrado vida en su mente, y por lo tanto en ese mismo espacio generador de ideas debe encontrar su fin, algo que el hombre real no está dispuesto a aceptar al ser consciente de que posee una existencia propia, aunque ésta se encuentre programada para realizar una y otra vez los mismos rituales que confirman que se trata de un individuo anodino y solitario que ve como su tiempo pasa sin más. Pero, tras escuchar las extrañas palabras que anuncian su fin, la víctima cae en la cuenta de que quiere vivir, y para ello busca ayuda profesional, y la acaba encontrando en un profesor de literatura (Dustin Hoffman) que intenta comprender si el necesitado vive inmerso en una narración cómica o trágica, algo que se antoja de suma importancia, pues de ello depende tanto el final del relato como el del protagonista, que a esas alturas de la película ya ha aceptado la presencia de la intrusa dentro de su cotidianidad. De ese modo el contable asume que no controla su destino, el cual parece estar en manos de ese demiurgo femenino que busca su muerte, pero que al mismo tiempo también le despierta de su letargo y lo impulsa a recuperar los pequeños sueños que se fueron quedando por el camino, a medida que su aceptación-sumisión creaba la monotonía que eliminó la posibilidad de hacerlos reales. Aquellas cuestiones, sin importancia aparente, son las que habrían dado sentido a la vida de este personaje, atrapado entre la ficción y la realidad, que asume la fugacidad del momento y acepta su existencia finita, lo que le posibilita apartarse de la falsa idea de control (que lo ha mantenido controlado) y descubrir que aún no es demasiado tarde para tomar sus propias decisiones, porque, al fin y al cabo, en la capacidad de elegir reside una de las principales diferencias entre el ser real (que pretende ser) y aquel que, sin opción a escoger, ha nacido predestinado a vivir y morir en las páginas de una novela en la que alguien escoge por él.
martes, 28 de enero de 2014
El espía que surgió del frío (1965)
domingo, 26 de enero de 2014
El nuevo caso del inspector Clouseau (1964)
De los personajes que deambulan por La Pantera Rosa (The Pink Panther, 1963) fue el interpretado por Peter Sellers el que llamó la atención del público en su estreno, al recaer en él los momentos más alocados y divertidos del film. Este hecho, sumado al contundente éxito en la taquilla, provocó que meses después los responsables de la mítica comedia realizasen una segunda entrega. Pero, a diferencia de La Pantera Rosa, El nuevo caso del inspector Closeau (A Shot in the Dark) se centró en exclusiva en las andanzas del inepto funcionario de la policía francesa, aunque para él esa ineptitud no es más que su superioridad intelectual y profesional, pues no cae en la cuenta ni de su evidente torpeza ni de su innegable habilidad para crear el caos allí donde se presenta. Esta nueva desventura de Clouseau marcó la pauta a seguir en los sucesivos títulos que componen la famosa saga que convirtió en estrella de primer orden a Peter Sellers; aunque tanto él como el director y guionista Blake Edwards quisieron poner fin a su implicación en la franquicia tras este film, y ambos rechazaron participar en una nueva entrega, la fallida El rey del peligro (Inspector Clouseau, 1968), que sería dirigida por Bud Yorkin e interpretada por Alan Arkin en el papel del torpe gendarme, pero sin conseguir hacer olvidar la excelente caracterización del actor británico. No obstante, cuando sus carreras necesitaron un éxito seguro, que mantuviese sus estatus dentro de la industria cinematográfica y sanease sus bolsillos, tanto el actor como el realizador retornaron a la franquicia con una cuarta película, El regreso de la Pantera Rosa (The Return of the Pink Panther, 1975), a la que siguieron La Pantera Rosa ataca de nuevo (The Pink Panther Strikes Again, 1976) y La venganza de la Pantera Rosa (Revenge of Pink Panther, 1978). Posteriormente, ya sin Sellers (fallecido en 1980), Edwards dirigió otras tres secuelas, muy inferiores a las nombradas, en una de las cuales, Tras la pista de la Pantera Rosa (Trail of the Pink Panther, 1982), el cineasta rindió homenaje al genial cómico empleando imágenes de archivo de su personaje. Uno de los aspectos a destacar de El nuevo caso del inspector Clouseau sería la introducción de dos habituales fundamentales en la saga: Kato (Burt Kwouk), el sigiloso criado del inspector, y sobre todo el desquiciado comisario Dreyfus (Herbert Lom), principal víctima de la personalidad de un subordinado a quien siempre desea ver muerto y a quien intenta asesinar a lo largo de la trama, que se inicia en una mansión donde las puertas se abren y se cierran para recibir a las parejas de amantes que deambulan en la nocturnidad, durante la cual se comete el crimen que será "investigado" por el imperturbable Clouseau. Aunque, desde el comienzo de sus pesquisas, el agente no puede evitar sentir cierta simpatía hacia la sospechosa (Elke Sommer), a quien una y otra vez pone en libertad para poder seguirla empleando su inigualable incapacidad de disfrazarse, la misma que irremediablemente le conduce a ser constantemente arrestado y enjaulado.
El ladrón de Bagdad (1924)
sábado, 25 de enero de 2014
Las mejores intenciones (1992)
El quinto largometraje del danés Bille August, Pelle el conquistador, además de darle a conocer fuera de su país, le proporcionó excelentes críticas y numerosos premios, entre ellos la prestigiosa Palma de Oro, el Oscar y el Globo de Oro a la mejor película de habla extranjera. Pero también llamó la atención de otros colegas de profesión, como fue el caso del mítico realizador sueco Ingmar Bergman, quien lo escogió para que fuese el encargado de dirigir el guión que había escrito sobre los primeros años de relación entre sus padres (Karin y Erik). Las mejores intenciones (Den Goda Viljan) se estrenó en formato de miniserie de cuatro capítulos, con una duración total de seis horas, aunque meses después fue proyectada en las salas comerciales con un metraje que se redujo a la mitad. Y por segunda vez August sería galardonado con la Palma de Oro, en esta ocasión como recompensa por su acertada puesta en escena de la compleja historia de Bergman, sin traicionar el cine de aquél ni el suyo propio; aunque sus posteriores producciones no han vuelto a alcanzar el nivel de las que hasta día de hoy se consideran sus dos grandes obras. La acción de Las mejores intenciones se desarrolla entre 1909, momento en el que Anna (Pernilla August) y Henrik Bergman (Samuel Fröler) se conocen, y 1918, pocas semanas antes del nacimiento del segundo hijo del matrimonio (que en la vida real sería el realizador de Fresas salvajes). Durante este periodo de constantes altibajos, las personalidades de los miembros de la pareja se enfrentan entre sí y con un entorno en el que Henrik nunca llega a encontrar el equilibrio emocional que le permita aplacar el rechazo que habita en su interior, algo que se deja entrever al inicio del film, pues se intuye que se trata de un hombre de ideas rígidas, incapaz de olvidar o perdonar, condicionado por los recuerdos de una infancia marcada por la pobreza y el rechazo de su familia paterna. Como consecuencia del pasado el Henrik adulto desprecia a su abuelo en el presente, cuando aquél le pide que visite a su esposa moribunda, ya que uno de sus últimos deseos sería el de congraciarse con su nieto. Sin embargo el joven se muestra intransigente, convencido de su derecho a no perdonar. Este prefacio permite acceder al carácter de Henrik, descubriendo en él el sufrimiento y la falta de empatía que le impiden relaciones satisfactorias. Por contra, Anna se presenta antagónica a la sombría y recta personalidad de quien será su esposo, rodeada por un núcleo familiar que la arropa y la protege, y dentro del cual el estudiante de teología no encaja. Durante la primera parte de Las mejores intenciones prevalecen las trabas externas, como serían la oposición de Karin Akerblom (Ghita Borby) a una relación que sospecha que hará desgraciada a su hija, la relación que Bergman mantiene con Frida (Lene Endre) o la tuberculosis que padece Anna y que la obliga a abandonar Suecia. En un segundo momento de la película, superada la separación, la pareja decide casarse, pero antes se detienen en el hogar de Alma Bergman (Lena Hjelm), quien también parece convencida de que su futura nuera sufrirá al lado de su hijo, pues en él no hay cabida para la alegría o la calidez que desprende la joven. La parte más intimista del relato se desarrolla durante la estancia del matrimonio en el pueblo donde Henrik es destinado tras realizar sus votos religiosos; y allí, desde el primer instante, la existencia de Anna se torna fría y solitaria, supeditada al gélido carácter de un esposo dominado por complejos que provocan que priorice su trabajo o sus convicciones religiosas y personales por encima de las necesidades de una mujer que se consume entre los silencios y la aceptación de un entorno que le desespera.
jueves, 23 de enero de 2014
Mary Poppins (1964)
Cuando Jack Warner produjo My Fair Lady desechó la idea de contar con la actriz Julie Andrews, por aquel entonces sin experiencia en cine, aunque había interpretado al personaje principal del musical de mismo título estrenado en Broadway en 1956. Pero otro mítico productor, Walt Disney, tras verla actuar en Camelot pensó que ella sería la protagonista ideal para la producción musical y familiar que iba a llevar a cabo. Así pues, "gracias" al rechazo de Warner y al buen ojo de Disney, a Julie Andrews se le presentó su gran oportunidad cinematográfica en Mary Poppins, por la cual obtuvo el Oscar a la mejor actriz del año y el Globo de Oro a la mejor actriz de comedia o musical. Pero, dejando a un lado esta anécdota, la película, basada en los libros infantiles escritos por P. J. Travers, fue dirigida por el británico Robert Stevenson, a quien (a pesar de haber rodado títulos tan interesantes como Alma rebelde, Opio o Despacio, forastero) se le recuerda principalmente por esta y otras producciones que rodó para el sello Disney (Un sabio en las nubes, Ahí va ese bólido o La bruja novata). Supuestamente uno de los grandes aciertos del film residió en la combinación de números musicales, fantasía, cine familiar e imágenes animadas (impuestas por Disney), que en su conjunto ofrecen un espectáculo amable que por momentos llega a resultar empalagoso incluso para los más pequeños, al menos ese fue la sensación que me produjo cuando la vi de niño. Años después, cuando volví a verla, aquella percepción no sufrió alteración alguna, más aún, me convencí de que Mary Poppins era y es una de esas películas que alcanzan un estatus que no se corresponde con lo que en realidad ofrece. En un primer momento de la película se observa a un núcleo familiar bajo el dominio de la rigidez paterna, la cual está apunto de ser derrotada por la figura solitaria que la cámara muestra sentada sobre una nube. Esta presentación de Mary Poppins no deja lugar a dudas, se trata de una joven diferente, portadora de fantasía y de buenos sentimientos, que llega a un barrio londinense para prestar su ayuda a la familia Banks, que semeja haber perdido su razón de ser. Pero antes, en esa misa calle de decorado, se descubre el imaginativo hogar-navío del almirante Boom (Reginald Owen), quien cada día, a horas puntuales, lanza salvas que afectan a todos sus vecinos, entre quienes se cuentan los dos niños a quienes la nueva institutriz muestra como la fantasía puede ayudarles a cumplir sus sueños, que en realidad se reducen a recibir las atenciones tanto de la madre (Glynis Johns), feminista practicante en ausencia de su esposo, como del padre (David Tomlinson), que representa a la figura del refinado gentleman inglés, serio, austero, trabajador y ajeno a la ilusión que no tarda en cambiar la existencia de los suyos y la suya propia. Con la irrupción de la niñera mágica la fría cotidianidad de pequeños y mayores cobra candidez, colorido y musicalidad, de modo que con su presencia se abren las puertas de un mundo imaginario por donde también deambula Berth (Dick Van Dyck), en algunos aspectos similar a Mary, pero con un comportamiento más cercano al de los dos niños a quienes anima a disfrutar del lado bueno de las cosas. En este personaje (acompañado de un grupo de desollinadores) recae el que posiblemente sea el mejor número musical del film, aquel que se desarrolla sobre los tejados de Londres y concluye en el interior del hogar de los Banks ante la atónita mirada de un padre que finalmente comprende que la plenitud no reside en la rigidez de conducta o en un trabajo que castra su capacidad para soñar y le aleja de los suyos, sino en el calor que le proporciona su familia, la cual, tras la buena labor de la niñera, alcanza un final Disney.
lunes, 20 de enero de 2014
Elegidos para la gloria (1983)
domingo, 19 de enero de 2014
Lío en los grandes almacenes (1963)
jueves, 16 de enero de 2014
Alien 3 (1991)
Asumir la dirección de una saga de éxito puede resultar un arma de doble filo, pues, si bien se asegura el interés por parte del público fiel a la serie, también se corre el riesgo de no responder a las expectativas creadas. Más o menos este sería el panorama con el que David Fincher se encontró cuando, tras varios años de experiencia en la ILM de George Lucas, en publicidad y en videoclips, debutó en la realización de largometrajes con Alien 3, una secuela que no salió bien parada de la inevitable comparación con Alien (Ridley Scott, 1979) y Aliens, el regreso (James Cameron, 1986), limitándose a desarrollar situaciones similares a las mostradas previamente por Scott y Cameron. Aunque el film de Fincher se encuentra más próximo al planteamiento realizado por el director de Blade Runner (se ubica la acción en un espacio claustrofóbico donde un grupo de humanos se enfrenta con una sola de las famosas criaturas diseñadas por H. R. Giger), mantiene un punto de contacto con su antecesora más inmediata al iniciarse con los restos de la nave en la que viajan Ripley (Sigourney Weaver), el cabo Hicks y la pequeña Num. Aunque, cuando la teniente vuelve en sí, comprende que ella es la única que ha sobrevivido al impacto contra la superficie del planeta, que descubre habitado por una pequeña comunidad de presidiarios que ha cambiado la violencia por la religiosidad con la que pretenden no reincidir en actos pasados. Sin embargo, la estancia en este planeta se reduce a un espacio delimitado; y al igual que sucede con la nave Nostromo o con la colonia espacial, el complejo carcelario se convierte en el escenario exclusivo del nuevo enfrentamiento entre la sufrida heroína y el letal espécimen que ha llegado con ella, y que se mueve libremente por los oscuros y estrechos corredores donde no hay el menor rastro de la tecnología desplegada por el grupo de marines en la producción de James Cameron, lo cual implica que Ripley deba acabar con la criatura con los escasos medios de los que se dispone en el antiguo centro penitenciario. Aparte de la repetición de la lucha entre viejos conocidos, Alien 3 reincide en otros aspectos vistos con anterioridad en la saga; pero todos ellos se quedan en meros esbozos que se pierden a través de los túneles donde la cámara de Fincher busca sobresaltos que solo pillan desprevenidos a los presos, ya que ni al público ni a Ripley debería sorprender una situación que volvería a repetirse por cuarta vez en Alien: Resurrección (Jean-Pierre Jeunet, 1997).
sábado, 11 de enero de 2014
Moonrise Kingdom (2012)
Como se descubre en anteriores películas de Wes Anderson, Moonrise Kingdom se encuentra poblada por individuos cuyos comportamientos pueden resultar a primera vista un tanto extraños, pero si se profundiza en ellos se observa que son fruto de necesidades y carencias emotivas y afectivas como las que condicionan a los miembros de la familia de Los Tenenbaum o a los tres hermanos de Viaje a Dajeeling. Y al igual que aquéllos, los personajes de Moonrise Kingdom se encuentran sumidos en la insatisfacción que les ha derrotado y obligado a ser como son, por lo que solo los dos niños protagonistas hacen algo para apartarse de ella al llevar a cabo el plan que han ideado por correspondencia. Pero antes de que las imágenes se centren en Sam (Jared Gilman) ya se comprende que se trata de un niño a quien no aceptan ni en el seno de su familia de acogida ni en el campamento scout de donde se fuga para encontrarse con Susan (Kara Hayward), condicionada por la indiferencia de unos padres que nada tienen que decirse, salvo el intercambio insustancial de información laboral. La aventura de Susan y Sam les lleva a recorrer una isla donde afloran sus sentimientos, sus reflexiones y su relación afectiva, en la que encuentran el calor y la comprensión que no han hallado en un entorno del que nunca se han sentido parte. La escapada es su manera de revelarse contra aquéllo que les lástima, y durante un breve espacio de tiempo consiguen apartarse de un ambiente repleto de seres emocionalmente tan heridos como ellos, entre quienes destaca la presencia del solitario jefe de los scouts (Edward Norton) y la del capitán Sharp (Bruce Willis), triste, taciturno y amante de Laura Bishop (Frances McDormand), la madre de la niña. No obstante, el sueño de libertad resulta efímero y concluye con su captura, pero la noticia de que Sam será enviado a un centro de acogida, o algo peor, parece despertar tanto a los adultos como al grupo de niños que hasta ese instante han rechazado a su compañero, a quien deciden ayudar para que vuelva a huir en compañía de su alma gemela poco antes de que estalle la tormenta a la que el narrador (Bob Balaban) hace referencia en los primeros compases de la película. En Moonrise Kingdom Wes Anderson volvió a desarrollar su peculiar estilo, que se posiciona entre el cine personal y el comercial, marcado por la irrealidad y el humor que dan forma a las relaciones que se producen entre los personajes, centro exclusivo de sus intereses como guionista y director; de ahí que se priorice en los sentimientos de rebeldía de los dos niños ante la pasividad de los adultos, en el distanciamiento que domina en el matrimonio Bishop o en la derrota existencial de un policía que intenta escapar de la soledad mediante su relación clandestina con Laura.
jueves, 9 de enero de 2014
Fitzcarraldo (1982)
<<Opresiva sensación de seguir adelante con algo que en realidad nadie podría manejar. Si todo esto sucediera en otro país tendría menos dudas. La mayor incertidumbre: los actores, el nuevo campamento, el barco por encima de la montaña, la gran organización que todavía nadie ha entendido, los indios, las finanzas... el listado podría extenderse a voluntad. Vista desde el avión, la sola dimensión de la selva es aterradora, nadie que no haya estado allí en persona podría imaginársela>>
Werner Herzog, Manaos - Iquitos, 2/8/80
Algunos de los sueños que guían los actos humanos escapan a la comprensión de quienes son ajenos a ellos, incluso, a veces, superan la de quienes los sueñan, los poseen y se dejan poseer por ellos. De ese modo soñar se convierte en una necesidad vital que puede llegar a ser la obsesión que inevitablemente les conducen hacia su derrota existencial o hacia la continua lucha por hacer real la irrealidad soñada: su razón de ser y de existir, la misma razón que les lleva al límite.
Inspirado en el personaje real Brian Sweeny Fitzgerald, Fitzcarraldo (Klaus Kinski), como otros personajes de la fructífera y tortuosa relación profesional entre Werner Herzog y Klaus Kinski -que asumió el papel protagonista cuando Jason Robards no pudo continuar rodando-, es uno de esos seres obsesionados con una idea que lo impulsa a realizar acciones poco comunes, como sería su intención de construir un teatro donde disfrutar de representaciones de ópera. Hasta aquí, su intención no parece descabellada, pero, en el corazón de la selva amazónica del siglo XIX, la ópera poco importa a los oriundos del lugar o a los occidentales que se han instalado en las orillas del río, para enriquecerse con el caucho.
Vive entre el materialismo empresarial europeo y el primitivismo de la cultura indígena que ni comprende ni desea comprender. En ese espacio, donde no pertenece a ninguno de los dos entornos, Fitzcarraldo no desiste en su empeño de levantar ese espacio físico donde algún día podría actuar su admirado Caruso. Este soñador impulsivo perdió su fortuna tiempo atrás, persiguiendo otra quimera, que consistía en construir una línea de ferrocarril en los Andes. Ahora, sin blanca, necesita conseguir el capital que le permita materializar su ambición musical, y para ello pretende embarcarse en otra de sus visiones imposibles, que pasa por adquirir el barco que compra gracias a la ayuda económica de Molly (Claudia Cardinale), la única persona que, aparte de sí mismo, parece creer en él.
Durante esta primera mitad de Fitzcarraldo (1982), Herzog ubica y desubica al personaje, único en su género, con su traje blanco y obsesionado con su anhelo, en el entorno donde se enfrentan dos culturas y dos naturalezas -física y humana-, que nada tienen en común. La segunda parte se inicia cuando el barco zarpa río arriba, hacia un destino que solo el visionario parece conocer.
El recorrido por el río y la selva se convierte en el detallado documento de las labores de una embarcación que se adentra en el territorio de los Jíbaros, cuya sola mención asusta a la tripulación hasta el extremo de abandonar al occidental y a los tres hombres que permanecen a su lado, en ese espacio inhóspito donde se agudiza la locura que guía su conquista del imposible que persigue. Esta segunda mitad se desarrolla a lo largo del viaje fluvial, de perseguir y vivir el sueño, que implica sacrificios que la cámara de Herzog muestra en su crudeza, desde una perspectiva realista que permite observar entre otras cuestiones el arduo e inútil trabajo que significa transportar la embarcación por una montaña para así evitar los rápidos que impiden el paso del barco de vapor de un afluente a otro. Una crudeza similar al viaje del obsesivo fueron la preproducción y el rodaje de la propia película, que resultó un cúmulo de dificultades a superar, desde el cambio de protagonistas como las dificultades logísticas y naturales del medio, aunque, finalmente, Herzog logró su conquista de lo inútil, estrenando su aventura con gran aceptación por parte de la crítica y con la recompensa del premio al mejor director en el festival de Cannes.