El ladrón de Bagdad (1924)
Los inicios de Raoul Walsh en el cine estuvieron ligados al director David Wark Griffith, de quien aprendió técnicas de montaje y de movimiento de cámara; también hay quien afirma que Griffith le encargó hacia 1914 la realización del que sería su primer largometraje. Diez años después, asentado en el Hollywood de los pioneros, Walsh dirigió El ladrón de Bagdad (The Thief of Bagdad, 1924), película protagonizada, producida y coescrita por Douglas Fairnbanks, quien por aquel entonces era una de las grandes estrellas de la pantalla y el rostro indiscutible del aventurero, gracias a películas como La marca del zorro (Fred Niblo, 1920), Los tres mosqueteros (Fred Niblo, 1921) o Robin de los bosques (Allan Dwan, 1922). Consciente de lo que público esperaba de sus personajes, Fairbanks se decantaba por participar en producciones repletas de acción en las que daba rienda suelta a su agilidad y a su carisma, algo que sin duda se descubre en El ladrón de Bagdad, un film diferente a sus anteriores aventuras, ya que ésta destaca por la magia y la alegría de un espectáculo visual hasta entonces inédito, que presentaba innovadores efectos visuales que fueron desarrollados por Robert Fairbanks (hermano de actor) y potenciados por la fotografía de Arthur Edenson, por los soberbios decorados realizados por Irving J.Martin y William Cameron Menzies y por el espléndido vestuario a cargo de Mitchell Leisen. Con un presupuesto que alcanzó la cifra récord de dos millones de dólares, Raoul Walsh dio rienda suelta a su máxima de que el cine es acción en movimiento, y para mayor gloria de Fairbanks, que mantenía el control sobre la producción, llevó a cabo una de las más espectaculares fantasías cinematográficas extraídas de Las mil y una noche, aunque la versión más popular posiblemente sea la producida por Alexander Korda en 1940.
El protagonista de esta ilusión en movimiento es un joven a quien se conoce por el nombre de Ahmed (Douglas Fairbanks), que se dedica a corretear por el bazar robando cuanto se le pone a tiro, pero su jovial y pícara existencia cambia de modo radical cuando se apropia de una soga mágica que emplea para superar los muros del palacio del califa (Brandon Hurst), donde pretende apoderarse de un suculento botín. Sin embargo, una vez dentro, sus planes de riqueza se transforman en amor hacia la princesa (Julianne Johnston), a quien pretende conseguir haciéndose pasar por uno de los príncipes pretendientes que llegan a Bagdad con la intención de hacerla su esposa. No obstante, cuando la muchacha le corresponde, el príncipe mongol (So-Jin), deseoso de conquistar la ciudad o por las armas o por matrimonio, desenmascara al truhán para librarse de su rival más peligroso. Torturado y condenado a muerte, Ahmed logra escapar gracias a la ayuda de la princesa, a quien no olvida y por quien se lanza a las increíbles aventuras que se suceden mientras la doncella aguarda, y para ganar tiempo propone al resto de candidatos que su esposo será aquél que la obsequie con el regalo más sorprendente. El ladrón de Bagdad se encuentra repleta de efectos que hicieron las delicias de un público ajeno a escenas como la de la soga mágica que se iza para que Ahmed acceda al castillo, tampoco estarían acostumbrados a ver a un hombre árbol cobrar vida o sumergirse con el ladrón en el fondo marino, por no hablar de la visión de un caballo alado o el vuelo de una alfombra mágica cuyo coste ascendió a sesenta mil dólares de la época, lo que indica que Fairbanks, como productor-actor, y Walsh, como realizador, iban a por todas a la hora de crear un espectáculo que marcó un hito dentro del cine fantástico.
Una obra fundamental y todo un espectáculo visual que debe redescubrirse. Una de mis partes favoritas es la de los viajes que realiza el prota casi al final y los monstruos a los que se enfrenta.
ResponderEliminarMuy buen análisis.
Saludos.
Vigilando el cielo
Si tengo en cuenta la sorpresa que me llevé cuando la vi por primera vez, no me cabe la menor duda de que la parte del viaje dejó con la boca abierta a más de un espectador de la época, y no es para menos.
EliminarUn saludo y muchas gracias por tu comentario