miércoles, 9 de enero de 2013

Jennie (1948)



Se puede existir en un mismo presente físico y nunca encontrarse, aunque también se puede vivir en tiempos diferentes —abstracto y tangible— y ser el artista que se enamora de la imagen idealizada y la transforma en la realidad estética que sentimos ante nosotros, la que contemplamos en una obra de arte, la que nos habla y escuchamos, o imaginamos oír y decir, la que nos hace sentir sensaciones y emociones que apenas logramos explicar, porque lo que nos transmite el arte va más allá de la lógica y de la razón. Enamorarse del ideal de belleza y de la fantasía de amor que se encuentran en un mismo tiempo y lugar se hace realidad para Eben Adams (Joseph Cotten), un pintor solitario y sin éxito, cuando, aún sin conocer ni sentir tal posibilidad, se detiene ante la niña/mujer a quien evoca, siente, habla y desea pintar. Y ese encuentro entre dos mundos, el terrenal y el ideal, es posible porque la belleza y el amor existen en la ilusión estética del artista, efímera y a la vez eterna, pues se trata de una contradicción que los sentimientos e ideales artísticos hechos Arte desdicen. Uno de los grandes logros de Jennie (Portrait of Jennie, 1948) reside en la magia pictórica que se descubre en sus imágenes, como si formasen parte de la sensibilidad creativa y de la ilusión del pintor que poetiza las sensaciones, emociones y sentimientos que le dominan y desbordan a lo largo de este clásico romántico y espectral producido por David O. Selznick y dirigido por William Dieterle, un realizador a menudo olvidado, pero con una filmografía que revindica su recuerdo —La vida de Emile Zola (The Life of Emile Zola, 1937), Esmeralda, la zíngara (The Hunchback of Notre Dame, 1939), La bala mágica (Dr. Ehrlich’s Magic Bullet, 1939), Soga de arena (Rope of Sand, 1949), Ciudad en sombras (Dark City, 1950) o La senda de os elefantes (Elephant Walk, 1953)—, como esta obra de arte cinematográfico reivindica la belleza plástica, intemporal y mágica de Jennie.


En Jennie, Dieterle filmó momentos que se encuentran entre los más bellos, misteriosos y poéticos filmados en Hollywood, sin ir más lejos el primer encuentro entre el artista y su musa, Jennie (Jennifer Jones), la aparición que cambia la actitud sombría del pintor cuando descubre en la niña algo intemporal, enigmático e inspirador. Quizá sean sus ojos grandes y tristes o el manto onírico que la envuelve, o la atmósfera misteriosa que se respira cuando la joven aparece en pantalla y crea a su alrededor la fantasía romántica y espectral que parece transportarles al sueño que se prolonga en cada encuentro entre Eben y la imagen femenina, que crece y embellece sin que el artista encuentre una explicación lógica para una maduración que desobedece las leyes físicas espacio-temporales. La realidad queda fuera de la fantasía que les une, en la que el tiempo importa y no importa. <<Hoy es el mañana de otro tiempo>>, le dice Jennie al pintor que plasma su amor sobre el lienzo donde la retrata con la pasión, la emoción y el sentimiento que no había encontrado hasta entonces. Junto a ella, el artista siente su obra viva, siente el misterio que la envuelve y que aumenta con cada aparición y explicación que Jennie le ofrece para encuentros que, inicialmente, el pintor quiere comprender con la razón, pero que acaba sintiendo con el corazón, con la sensibilidad y la emoción que la extraña despierta en él. Eben y Jennie son dos tiempos que se buscan y se tocan, son la soledad del artista y la imagen intemporal que le obsesiona, son la búsqueda del ideal de belleza y el amor que llena el vacío del lienzo. ¿Es el pensamiento de Adams el creador de la imagen de Jennie o la imagen de Jennie crea al pintor, como tal? Posiblemente, la respuesta sea la combinación de ambos y, debido a este doble sentido creativo —el autor crea su obra al tiempo que su obra crea al autor—, su relación es tan real como lo puedan ser los cuerpos de Matthews (Cecil Kellaway) y la señorita Spinney (Ethel Barrymore), la marchante de arte que descubre la sensibilidad y la capacidad del protagonista para crear, pues Spinney comprende que en Eben late un artista que necesita sentir su obra emocional, verla hermosa, sin tiempo físico que la someta, necesita amarla como ama a Jennie, a quien ama pictórica, humana, romántica y trágicamente.


<<La belleza es la posibilidad que tienen las cosas para ser creadas y amadas>>. Y haciendo caso a esta definición de Ramón María del Valle-Inclán (La lámpara maravillosa), Jennie es mucho más que una película sobre el arte y la belleza, es la belleza misma plasmada en el magistral lienzo cinematográfico sobre el que Dieterle pinta la ilusión del tiempo, de la memoria, de la vida, de las musas que inspiran y la idealización del amor del artista hacia el alma de su obra y, en esta aspecto del ideal estético, Jennie, la niña, la mujer, la inspiración, el film es la emotiva poesía que supera los límites temporales y sueña en cualquier ahora donde las miradas sensibles sueñen con ella.


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