martes, 11 de noviembre de 2025

Domingo sangriento (2002)


Una de mis canciones favoritas de y durante los años ochenta fue Sunday Bloody Sunday, que el grupo irlandés U2 publicó en 1983 en su espléndido álbum War. Fue entonces cuando supe de aquella matanza que se había producido once años antes en Derry (Irlanda del Norte). No era la primera ni sería la última —aquí o allá, por una causa o por otra, por el capricho de unos pocos y la ignorancia de muchos, tal vez por nuestra violencia innata, la humanidad continúa empeñada en matarse—; de ahí que el grupo dublinés se preguntase hasta cuándo debemos cantar esta canción. Entonces no me planteé algo tan sencillo como que de no existir y sufrir abusos y discriminación, nadie se manifestaría, ya que ¿quién pide cuando tiene? ¿Quién protesta cuando goza de bienestar, respeto y libertad? El proceso de independencia se inició en 1922, cuando, después de la guerra entre irlandeses y británicos, se fundó el Estado Libre de Irlanda, que derivó años después en Eire, una república democrática que ya nada tenía que ver con la corona británica, pero tras la partición de Irlanda, la situación de los católicos del norte quedó en desventaja respecto a los protestantes; creándose ciudadanos de primera y de segunda. En todo caso se generó un estado de tensión que deparó el continuo enfrentamiento entre dos fuegos. A lo largo de los años, el cine ha recogido e intentado recrear en distintas películas aquella situación desde perspectivas diferentes; tal vez los títulos más famosos sean el magistral film de Carol Reed Larga es la noche (Odd Man Out, 1947); Juego de lágrimas (The Crying Game, 1991) y Michael Collins (1996), ambas de Neil Jordan; los dos dramas de Jim Sheridan En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993) y The Boxer (1997); El viento que agita la cebada (The Wind that Shakes the Barley, 2006), obra de Ken Loach… y también esta reconstrucción llevada a cabo por Paul Greengrass treinta años después de los hechos que cuenta en Domingo Sangriento (Bloody Sunday, 2002).


Hartos de la violencia y de los abusos, los manifestantes que se reúnen el domingo 30 de enero de 1972 solo quieren que se les reconozcan sus derechos civiles. Para ello, convocan la manifestación pacífica que ya desde antes de su inicio se ve amenazada por la presencia de miembros del IRA y por el ejército británico, que ha llevado hasta Derry al Primero de Paracaidistas, su fuerza de choque, cuya fama de no tener miramiento es famosa y bien merecida. La represión de las fuerzas británicas nunca fue lo que se dice suave, tampoco nueva. Por ejemplo, alejado de la isla irlandesa encontramos un antecedente el 13 de abril de 1919 en la India; también se trataba de una manifestación pacífica y fue recreada en la pantalla al menos por Richard Attenborough en Gandhi (1982). Esto no hace más que corroborar lo sabido: el uso de la fuerza como respuesta para mantener el control colonial; pero volviendo a Domingo Sangriento, Greengrass exhibe un estilo visual que ha repetido a lo largo de su filmografía, en la que también insiste en su gusto por contar historias reales sobre injusticias, terror y violencias. El suyo es un cine directo, a pie de calle, que busca la tensión del instante, así recrea los momentos previos a la matanza, cámara al hombro, a la altura de la historia y de los personajes. Su cámara filma curiosa, cual reportera, quiere ser testigo de los hechos, no pretende interferir ni busca planos que llamen la atención ni pretende crear estampas bonitas. ¿Cómo iba a encontrar algo bonito en ese espacio de discriminación, represión, violencia y muerte?

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