Los premios nada me dicen respecto a la calidad de una obra o de quien lo recibe, salvo que alguien los ha premiado por algún motivo que en su mayoría no responde a cuestiones artísticas ni creativas. Dicho esto, a modo de introducción y de expresión de una idea propia, aunque también común, ya que sospecho que habrá quien la comparta (y también quien la rechace), poco se me ocurre decir de esta película ambientada en dos tiempos enlazados por el personaje que le da título, presente de 1944 y el pasado reciente. Aparte de un recuerdo lejano relacionado con la primera vez que la vi, me queda la sensación de que El paciente inglés (The English Patient, 1996) se cansa de sus historias entrelazadas apenas empezar a narrarlas. Su descripción de los personajes y de las relaciones que establecen resulta anodina y sus dos romances insípidos, incluso como si los amantes fuesen de cartón-piedra, un quiero y no puedo, como los decorados de las producciones históricas realizadas durante los primeros años del franquismo, régimen político que nada tiene que ver con la situación expuesta por Anthony Minghella, que ubica su película durante la Segunda Guerra Mundial, en Italia y el norte de África. Aburrida en su intento de crear un paisaje épico y romántico, evocador y conmovedor, más que nostálgico, pasional y emocional, tanto en tiempo de guerra como en la paz que le precede, y en la que se inicia el romance entre Katherine (Kristin Scott Thomas), casada con el agente británico a quien encarna Colin Firth, y Almásy (Ralph Fiennes), el moribundo desfigurado que a su agonía presente une su aflicción por la mujer añorada, tal vez soñada e idealizada. Él recuerda su historia, la misma que inicialmente no quiere evocar por el dolor que le causa el revivir la culpabilidad que siguió a los momentos de amor dichoso. Pero sin la evocación del moribundo no habría El paciente inglés, de modo que Almásy “regresa” al pasado y lo revive para su público… Cuando una historia se cuenta a otros, estos se convierten en depositarios de la misma, pero también tienen la suya propia. Y este sería el caso de Hana (Juliette Bioche), la enfermera canadiense que se ofrece a cuidarle y que es testigo de la agonía y la evocación del moribundo. Al tiempo, ella es protagonista de su propio drama en un entorno bélico, salpicado por las minas explosivas y bombas que desactivar, donde las tropas británico-canadienses continúan su avance; aunque, para la enfermera y su paciente, el tiempo parece hacer un alto en el camino, una pausa que permite a la una mirar hacia el ahora, durante el cual cruza su mirada con la de Kip (Naveen Andrews), el oficial hindú encargado de desactivar las minas, y al otro hacia el pasado, causa de su felicidad pretérita y ya perdida, sustituida por la culpa y la aflicción en ese presente en el que confluye otro personaje espectro del ayer (Willem Dafoe)…
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