Lo mejor de la obra de José María Pemán (1897-1981), escritor gaditano cuyos poemas, novelas y obras teatrales han caído en el olvido debido más que nada a su mediocridad literaria, al inevitable paso del tiempo y, en su caso, también al devenir histórico, son sus artículos. En ellos, el tono resulta más irónico que el que se pueda descubrir en el resto de su copiosa bibliografía, la cual desvela su talante conservador y su ideología reaccionaria —si le hubieran atrapado en zona republicana, tras la sublevación del 17 y 18 de julio de 1936, probablemente habría corrido la suerte de Ramiro de Maeztu o se vería obligado a ocultarse como hizo Wenceslao Fernández Flórez para no correrla—, pero también apunta la evolución que puede observarse en una obra tardía como Mis almuerzos con gente importante, título que me suena estúpido, aunque no fue a mí a quien correspondió ponerlo. De haber sido así, hubiera sido otro, por ejemplo: La importancia de llamarse Ernesto o, mejor aún, que el anterior ya se le ocurrió al autor de Salomé, Lo importante es saber mandar a paseo a la gente, cuando tercie, más si cabe a quien se las da de grande siendo chiquito emocional e intelectual. Un poco largo, acepto la autocrítica; tal vez debería mandarme a paseo y perderme de vista, pero, como dijo aquel: nadie es perfecto, déjate de peros, que soy pa viejo, y ponme otro whisky, Joe… y que sea doble. ¿O quien esto expresó fue aquel otro o aquel de allí?
La importancia de las personas no la concede su cargo ni su origen, ni su dinero ni su popularidad, aunque haya quien así lo sienta porque se deja deslumbrar por el poder adquisitivo, por el poder ejecutivo, por el poder mediático o por algún otro poder, pero estos (y otros más también creados para controlar, guiar y someter) ya serían de importancia material, mandataria y publicitaria, las cuales, en mi particular modo de entenderme y entender lo que sea que esté ahí fuera, me resultan indiferentes; no así la importancia humana, afectiva, emocional que surge de la propia relación que alguien establece con quien tiene cerca. Esa cercanía, para Wilde también el llamarse Ernesto, depara y establece una importancia vital. Pero dejando el título aparte y mis idioteces, que mías son, aunque en idiotez y en idiotismo no tengo la exclusiva, decir que en esta obra, Pemán reúne de memoria, si hacemos caso a lo que dice en la introducción —<<me propuse, desde el principio, escribir este libro sin recurrir a ninguna nota mía anterior, ni libro ajeno, que le obligase a levantarme de mi mesa, dejar la pluma y consultar el dato>>—, distintos encuentros con políticos, militares, religiosos, escritores o con la actriz Raquel Meller, una de las grandes estrellas de entonces con quien Pemán (como guionista) iba a realizar una película en 1936, Lola Triana, pero apenas iniciado el rodaje estalló la guerra. El escritor, de los más representativos, adeptos y adictos, del régimen franquista, aunque antes y durante lo fuese de la monarquía, expone sus encuentros con el dictador Miguel Primo de Rivera, con su hijo José Antonio, con los generales Cabanellas, Millán Astray o Queipo de Llano, con talentos literarios e intelectuales tales que Azorín, Ortega y Gasset, Eugenio d’Ors, Menéndez Pídal o Jean Cocteau, desde la evocación y lo anecdótico, pero también con ironía, no exenta de reflexión; aunque huelga decirlo la ironía siempre exige una reflexión previa o sobre la marcha. Pemán ya no es aquel de los años treinta, el diputado de derechas en las Cortes de la República, desde 1933 hasta 1936, ni el propagandista durante la guerra civil y en la inmediata posguerra, cuando escribe Crónicas de antes y después del diluvio. Ha cambiado como tantos otros; quizá ya cansado de un régimen que en lugar de engordar a los españoles adelgaza su libertad de expresión, salvo a los cercanos al Poder, y a los cercanos de los cercanos al Poder, que hablan y hablan en la uniformidad oficial sin miedo a la censura, ni a posibles represalias, porque son ellos quienes deciden qué se puede o no decir. El Pemán de esta obra no es el político de antaño ni tiene la aspiración de gran poeta que algún día tuvo, tampoco el narrador de Romance del fantasma y doña Juanita, y, aunque no deje de ser algo pedante en su escritura, el evocador de Mis almuerzos con gente importante resulta ameno, por momentos aun divertido…
Filosofía del almuerzo, por José María Pemán*
<<He escrito alguna vez que el almuerzo es la institución de derecho público más vivaz y expresiva que se conserva en España.
Debe ser, como la siesta, uno de esos buenos legados que nos dejaron los moros. Como todo lo que empieza en al, que es el artículo en árabe, pertenece a esa herencia: el alcalde, el almijar, la alhóndiga, el alpiste. Casi todas las palabras árabes que entran en el castellano, pasan la frontera con ese maletín de mano que es el artículo que conservan adherido. El mismo Korán es llamado por los arabistas exigentes: el Alkorán.
No voy a referirme al almuerzo como rito social de homenaje a una persona determinada: ni menos a esa profanación americanista que se llama un almuerzo de trabajo. ¡Como si no fuera ya bastante trabajo el propio hecho neuro-vegetativo de almorzar y digerir lo almorzado! Hasta empieza a haber en el ajetreo de la actual vida laboral el desayuno de trabajo, muy de políticos o de industriales activistas. El que pierde una negociación financiera en el desayuno, empata muchas veces en el almuerzo y es derrotado del todo en el estado casi comatoso y vagotónico de la cena.
El almuerzo fue concebido por el español medioeval como centro vital de cada jornada: ombligo del día, bajo la curvatura de la sobrealimentación. En el poema del Cid hay un momento en que uno de los personajes del equipo de Ruy Díaz, sale de su tienda de campaña; y el juglar lo sorprende con este flash o instantánea en color: bermella es su cara — cá es almorzado. Es decir, que se daba por sentado que el almuerzo producía una digestión laboriosa y congestiva. No es raro, porque el almuerzo del siglo XII debía atenerse a un menú feculento y flatulento. La empresa posterior del descubrimiento de América había de hacerse en una tercera parte, en busca de almas; en otra segunda, en busca del oro; y en otra tercera en busca de las especies —pimienta, clavo, canela—: vivacidades y condimentos que ya exigía el Renacimiento para animar las solideces del almuerzo hispánico y medioeval. En el Cádiz de las Cortes, la opinión pública fue naciendo en los paseos coloquiales y polémicos por la calle Ancha o la plaza del Mentidero, entre la salida de la sesión de las Cortes y la vuelta a casa para tomar la olla, comida central que se servía a las tres de la tarde y que ya indicaba el almuerzo actual.
Pero las investigaciones modernas de la fisiología ha sentado que los estados y funciones de la vida humana dependen mucho más del cerebro que del corazón. Se muere uno cuando el cerebro pasa cinco o seis minutos sin producir corriente eléctrica: no cuando se para el corazón. El corazón no es más que una víscera publicitaria y acuseta que revela hacia el exterior los estados espirituales: la palidez del miedo; la taquicardia de la angustia; la subida de sangre del rubor. Jiménez Díaz me decía que los poetas hemos sido los hinchas parciales y artificiosos del corazón. El sistema nervioso, menos vistoso y espectacular, es el verdaderamente alcanzado por las emociones. Un examen de bachillerato o la antesala del dentista, producen diarreas mucho más que desarreglos coronarios. Debíamos decirle a la amada: la amo a usted con todo mi colon en vez de con todo mi corazón: porque toda pasión agita el intestino mucho más que la circulación sanguínea.
Pero los hombres de hoy han sacado la consecuencia de que el momento más propicio para los temás fundamentales políticos, mercantiles o administrativos, es el almuerzo. Porque está técnicamente demostrado que el personaje convidado a almorzar que viene de estar seis horas en su despacho gubernativo, viene ya entregado y convertido en aprovechable chatarra. El ministro del almuerzo es la mitad del ministro del desayuno. Lo que queda de un alto cargo público a las tres de la tarde es como un gran deseo de complacer y decir que sí a todo para poder irse a descabezar siquiera una horita de siesta…>>
*José María Pemán: Mis almuerzos con gente importante. Dopesa, Barcelona, 1970.
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