<<Mi gente se peleaba por ver quién iba a encender el ventilador debajo de la reja>>, comenta Billy Wilder a Cameron Crowe en una de sus conversaciones. (1) Veintisiete años antes de que Marilyn Monroe caldease la temperatura del estudio donde Wilder rodaba la mítica secuencia del vestido blanco para La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), a Stan Laurel se le levantaba la falda para mayor gracia del grupo que le sigue en la escena de Putting Pants on Philip (Clyde Bruckman, 1927), gracia hasta que le caen los calzoncillos y el bueno de Philip continúa caminando, ignorando su pérdida. Ahora, como buen escocés, sin nada bajo el kilt, continúa avanzando por la acera en compañía de su tío (Oliver Hardy) y lo que posteriormente ven sus seguidores, cuando pasa sobre otra salida de aire, ya no es al flaco en paños menores, sino las partes nobles del genial cómico inglés. ¿Cómo son tales partes? ¿Patricias? ¿Plebeyas? ¿Flacas? ¿Gruesas? ¿Grandes o pequeñas?
Lo desvelado por la corriente que sube del alcantarillado, para mayor desternille de los curiosos, desmaya a dos respetables damas que poco antes se habían reído de sus flacas extremidades. No hay respuesta a las preguntas anteriores ni erotismo, ni desnudo. En la escena no hay una intención de despertar el deseo de las señoras, pues estas no padecen la fiebre de los siete años que sí perturba a Tom Ewell en el film de Wilder. El desnudo accidental de Laurel queda fuera de campo, no aumenta la temperatura del equipo de rodaje, aunque su sugerencia sí eleva la gracia de una secuencia que el público actual quizá haya olvidado, conozca o desconozca. Pero ahí queda el gag que precede, quizá inspirase, a la escena de La tentación vive arriba que perdura en la memoria popular no por ser mejor que la de este cortometraje producido por Hal Roach, escrito por Leo McCarey y H. M. Walker, y protagonizado por los inolvidables Stan Laurel y Oliver Hardy, inolvidables para quienes hayan disfrutado con su disparatado humor, de su química y de su cómica inventiva, sino por el instante Marilyn, un momento cinematográfico menos hilarante, pero más glamouroso, llamativo y seductor. Claro que para piernas y faldas hay distintos gustos y variedad de formas y de colores. Esta diversidad puede aplicarse a casi todo, más si cabe al humor, cuya variedad está fuera de duda: buen y mal humor, negro, de andar por casa, infantil, ingenioso, chabacano, irónico, simplón, cómico, triste, divertido… y el de los grandes de la comedia, desde el humor chaplinesco hasta el absurdo de Monty Python, pasando por el de Max Linder, Mack Sennett, el gordo y el flaco, Buster Keaton, Totò, Jacques Tati, Pierre Étaix, Jerry Lewis y tantos otros.
(1) Cameron Crowe: Conversaciones con Billy Wilder (traducción de María Luisa Rodríguez Tapia). Alianza Editorial, Madrid, 2002.
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