La gente confía en los rostros televisivos que asoman en informativos, reportajes, tertulias en la mañana o por la noche; da por hecho que les informan y les dicen la verdad. Para muchos televidentes, las opiniones expresadas por tales caras amigas —pocas hay que se ciñan a la información sin introducir tendencia, su perspectiva y algo de publicidad— son más que palabras: son ley. El público en su incapacidad crítica no las reflexiona, no las contrasta ni siquiera las duda. Las da por hechas y por hechos; es decir, son la verdad sucedida. ¿Por qué no habría de hacerlo, si la televisión presume decir verdades? Pero habría que determinar qué es la verdad, si significa para todos lo mismo, si se puede llegar a un acuerdo que implique que su significado sea de uso “común” y no partidista, a capricho manipulador; si no, ¿de qué verdad se estaría hablando? ¿De la tuya? ¿De la mía? ¿De la de aquel o aquella otra? De cualquier forma, queda claro que relatar los hechos y el desvelar tapados son parte de la función de los informativos, y esa debería ser su máxima preocupación. Mas no siempre sucede o, cuando sucede, puede existir discrepancia, incluso situaciones como la expuesta por James Vanderbilt en La verdad (Truth, 2015), pues el periodismo no pertenece a los periodistas, sino a grupos empresariales, a ideologías y a grandes magnates. Como ya había apuntado Sidney Lumet en la magistral Network (1976) o Federico Fellini en la no menos brillante Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1985), el principal objetivo de las cadenas televisivas (y del resto de medios de comunicación y empresas mediáticas) son los índices de audiencia y de venta, es decir, el dinero y el poder mediático. A partir de esa premisa, “dame sensacionalismo, dame titulares de impacto instantáneo, dame el material que venda”, pero no para la productora Mary Mapes, a quien Cate Blanchett da vida en la película, cuya máxima es desvelar la verdad.
¿Cuánta verdad asoma en la pantalla televisiva cuando se emite un reportaje sobre un personaje conocido al que hay que avergonzar por se igual de humano que el resto? ¿Y en una farsa tal que El show de Truman (The Truman Show, Peter Weir, 1998) se haga pasar por estudio sociológico? Los ejemplos podrían ampliarse hasta un concurso cual Quiz Show (Robert Redford 1994) o uno de talentos de dudoso talento, una aventura programada para que alguien la comente en su tiempo libre, del mismo modo que charlará sobre debates políticos o chismosos en los que la forma de guardar la compostura y de mostrar respeto, por el resto de dialogantes y por uno mismo, consiste en hablar por encima del resto, expresando lo primero que venga a la mente o aquello que, preparado de antemano, no impide cierta sensación de vergüenza ajena. Pero también se supone que existe un periodismo televisivo (radiofónico y escrito) objetivo, valiente, equilibrado, ético, que persigue informar de los hechos a los que el público no tiene acceso por sí mismo, incluso denunciar abusos de poder como el expuesto por George Clooney en Buenas noches y buena suerte (Good Night, and Good Luck, 2005). Necesita que alguien haga ese trabajo. Pensando en ello, ¿cuántos casos se han destapado? ¿Cuántos se destaparán y cuántos permanecerán ocultos? ¿Que se esconde tras cada verdad descubierta? ¿Más verdades desconocidas? Sospecho que estás últimas serán más numerosas, pero, al no tener constancia de ellas, resulta como si no existiesen. Es curioso, pero así es. Solo lo que puede salir a la luz, parece existir o, dicho de otro modo, lo oculto carece de visibilidad. Es desconocido y, por tanto, ignorado. Y ahí asoma alguien como Mary Mapes, el personaje inspirado en la persona real, la autora del libro en el que se basa la película. A grandes rasgos, se trata de una productora que se deja la piel para que lo ignorado salga a la luz y se conozca. Lo mismo podría decirse de la estrella del programa televisivo: Dan Rather, el veterano presentador que interpreta Robert Redford. Ambos tratan de desvelar la verdad, creen que el público merece saber y así intentan dar a conocer un hecho hasta entonces oculto a la opinión pública, relacionado con George W. Bush y el trato de favor en la guardia nacional. El reportaje televisivo que se emite en 60 minutos destapa esta cuestión que no tarda en ser rebatida por otros medios, que afirman que la prueba presentada es una falsificación, lo cual desata el ataque contra los responsables del programa, que intentan demostrar que la verdad es su único fin, lo cual choca con los intereses de la cadena y con la comisión externa a la que encargan una investigación que no pretenden la verdad, sino un chivo expiatorio y apartar la noticia cuestionada del candidato a la reelección…
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