De los medios de comunicación, quizá la televisión sea el de mayor poder de manipulación, ya que su alcance y su capacidad de generar imágenes veinticuatro horas al día le permite bombardear a su público con una constancia digna de alabanza, publico que, en su mayoría, digiere cuanto le echan a velocidad pasmosa y comodidad mayor que la exigida por cualquier lectura que supere los titulares de los periódicos o las frases simples del eslogan, que pretende impacto inmediato. Hacia eso apunta Network (1976). Señala que la televisión es un medio; y el fin, los números, guiar la opinión y los gustos, y todo aquello que genere más audiencia, más poder, más dinero, más control sobre qué consumir. Fuera de esos más, ¿qué importa? ¿Los empleados? ¿La salud pública? ¿La vida? ¿La violencia? ¿Un show como el de Truman o La muerte en directo? Partiendo del guion de Paddy Chayefsky, Sidney Lumet se adentra por los pasillos, despachos y platós televisivos para encontrarse corrupción, amoralidad, ambigüedad, entre otros temas recurrentes en su cine. Lo hace desde un tono naturalista, como si pretendiese mostrar la realidad, pero su estilo evoluciona hacia la artificialidad que agudiza el artificio catódico que domina en la emisora UBS. Existen grandes películas que exponen los entresijos e intereses de las grandes empresas televisivas, pero dudo que muchas puedan presumir de hacerlo con la habilidad, negrura e ironía de Network, en la cual Lumet apuntó directamente los objetivos y el uso de los ejecutivos de la televisión en la segunda mitad de la década de 1970, momento en el que ya reina en solitario en la cima mediática. Pero el director de Serpico (1973) también señala su capacidad de globalización, consumado en la actualidad y superado por internet. Arthur Jensen (Ned Beatty), el magnate de la cadena, lo expone sin tapujos, dice que el mundo es un lugar donde las grandes corporaciones dominan los mercados; las divisas, y no las personas ni los países, tienen el poder y el control de ese nuevo mundo donde la realidad la marca el mercado económico. Dicha realidad se impone en la cadena televisiva del film, una empresa que ya no distingue entre correcto o incorrecto, pues únicamente existe la idea del beneficio económico; y el dinero, inocente, no tiene valor moral.
La colaboración de Chayefsky y Lumet fue esplendorosa y no menos espléndido es el resultado: Network, sus diálogos, las actuaciones y sus momentos son historia del cine e historias de la televisión, un medio que, como tal, no es implacable, lo es la gente que lo dirige, como comprende Max Schumacher (William Holden) cuando quieren eliminar su sección de noticias porque genera pérdidas. Como profesional de la vieja escuela, no da crédito a un cambio semejante, pero la televisión ya no es el medio que ayudó a construir. Ante sus ojos, el sensacionalismo se impone, eleva los índices de audiencia y, por tanto, aumenta los ingresos que obtiene la compañía. La ética pasa a un plano secundario, más bien, se destierra junto a la calidad y la veracidad, que son sustituidas por sensación superficial e impacto instantáneo, como mostrar un atraco a una sucursal bancaria. Este tipo de televisión se descubre fuera de Network, bastaría abrir los ojos y observar la invasión de trivialidades, noticias sesgadas o adulteradas, la insensibilidad disfrazada de su contrario, la falta de objetividad al explicar sucesos que nunca llegan a explicarse o los programas que muestran individuos que venden su imagen por un minuto de atención mediática y unos miles de dólares, euros o la moneda con la que quieran pagarles. Esto finalizaría con pulsar un botón o con restar el número de horas de visión televisiva en favor de la lectura, circunstancia que grita en directo ese profeta televisivo llamado Howard Beale (Peter Finch), otro dinosaurio del medio, despedido y recuperado después de su escandalosa intervención. Howard es un juguete en manos de ejecutivos que únicamente pretenden utilizarle para aumentar la audiencia. Nadie puede reprochárselo, es su trabajo y no tienen la intención de dejar de hacerlo, como tampoco el público apaga el televisor, pues disfruta la protesta apocalíptica de Howard, que parece aliviar sus tensiones y reconocer su realidad cercana, una realidad sumida en una fuerte crisis económica y social. Otra crisis, la suya personal, es la que impulsa Beale, años atrás un presentador estrella, anuncia su suicidio en directo. El aumento de la audiencia, a raíz de la desquiciada intervención de Beale, precipita que Frank Hackett (Robert Duvall) acepte la idea de la ambiciosa Diana Christensen (Faye Dunaway) a crear un nuevo noticiario que, utilizando el punto de vista dramático, alterado, desquiciado y pesimista de Beale, les asegura una cota de audiencia nunca alcanzada por un informativo, que rápidamente se convierte en uno de los programas más vistos. Este boom mediático no tarda en enfrentar las dos posturas representadas por el director de noticiarios Max Schumacher y la ambiciosa Diana Christensen, dos pensamientos que también muestran sus personalidades y el enfrentamiento que entre ellas se produce, a pesar de surgir entre ambos la inevitable atracción entre opuestos; por lo tanto, se exponen dos visiones totalmente distintas, que podrían representar el antes y el después de la irrupción de la televisión en los hogares de todo el mundo. Diana Christensen es una persona insensibilizada, carente de todo tipo de moralidad, a quien únicamente le interesa su trabajo y triunfar dentro de un mundo muy competitivo, en el que se inventa una demanda que el público acepta como suya, pero que no es más que el fruto de un medio manipulador que controla sus vidas, inventando o dictando qué se debe ver, hacer o pensar. Schumacher intenta frenar el programa porque no cuadra con su idea de un noticiario, en el que se aprovechan de su mejor amigo, un periodista que ha perdido el control sobre sus actos y sus pensamientos, y que, sin embargo, se convierte en una especie de ídolo mediático que proclama las verdades que el espectador no se ha atrevido a decir hasta ese momento.
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