<<La fotografía es la historia de una persona, todas las herencias, las luces y las tempestades de la infancia, mis padres, la escuela, los amigos, la cultura… Nací en Minas Gerais, el estado más barroco de Brasil mi fotografía es profundamente barroca. Todo esto ha construido mi “aparato de ideas”. En cada clic está mi vida. La fotografía no es objetiva, es profundamente subjetiva, es el punto de vista de su autor.>>
<<Nací en un país subdesarrollado, viví hasta los 16 años en una hacienda en el campo a 8 horas a caballo de la ciudad más cercana. Migré a la urbe, me metí en los movimientos sociales de izquierdas… mi fotografía debía tener una coherencia con mi origen. Se dice mucho en esta parte del mundo que he fotografiado la miseria, pero no, yo he retratado el lado del planeta del que procedo, donde la gente vive con dignidad y eso que lo tiene muy difícil.>>
<<La fotografía es el espejo y la memoria de la sociedad. Es un bien, un objeto que podemos tocar. Es el recuerdo de nuestra infancia. Con los teléfonos móviles se ha producido un cambio, acumulamos muchas imágenes pero no son fotografías, son otra cosa, son una forma de comunicación. Estamos perdiendo nuestra memoria en medio de esa diarrea de imágenes de móvil que acaban en la basura. Si hoy los niños no tienen su álbum. ¿Quién contará su historia?>>
Sebastião Salgao, de la entrevista concedida a Luisa Espino para “El Cultural”, publicada el 9 de septiembre de 2023.
Al inicio todo es oscuridad, pero la voz del narrador de La sal de la tierra (The Salt of the Earth, 2014) explica que foto y grafía proceden del griego phōto/phôs y graphein que, partiendo del significado respectivo de ambas raíces —luz y escribir—, literalmente definen que fotógrafo <<es alguien que dibuja con la luz. Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras>>. Y así, la luz asoma en la oscuridad para mostrar esa escritura en Sierra Pelada, en una mina de oro en Brasil donde la instantánea capta miles de buscadores del preciado mineral. La fiebre del oro o como el oro transforma al humano en esclavo del dinero y de otros humanos, de su ambición, de ese valor artificial creado para sujetarnos a un estado de esclavitud laboral y de consumo. En el mundo capitalista se trabaja para satisfacción existencial y psicológica, pero también para lograr el dinero suficiente que permita consumir y permanecer en la rueda. Y este verbo “consumir” se conjuga en todas sus formas personales e impersonales y así se puede decir que el tiempo, la sensación subjetiva que depara, se acelera y se consume trabajando, cubriendo necesidades y caprichos, adquiriendo bienes materiales, cerrando los ojos y olvidando la contemplación, la cual se descubre transformada en arte fotográfico en alguien como Sebastião Salgado, el protagonista de La sal de la tierra, un espléndido documental sobre su labor y su vida, un documento en el que, a primera vista, parece que Wim Wenders se disfraza de Werner Herzog para filmar una película que viaja hacia la naturaleza y la humanidad que la cámara capta, como si quisiera corresponder a la de Salgado, en los espacios y en los personajes que asoman en este recorrido propuesto por Wenders y Julio Ribeiro Salgado, el codirector La sal de la tierra e hijo del prestigioso fotógrafo sobre quien gira el film.
Pero tras esa primera impresión aludida arriba, la de “vestir” a Wenders con “ropa” de Herzog, se descubren los intereses del responsable de
Alicia en las ciudades (Alice in den städten, 1974), los cuales difieren de los que ponen en marcha los films de su compatriota. Aunque el cine documental de ambos encuentre motivación en el viaje y en personas fuera de lo común, son viajes que difieren tanto como ellos. Herzog parece encontrar su principal motivación en su propio viaje, cineasta aventurero y marginal cinematográfico, y comparte con sus personajes la postura vital de estos frente a situaciones extremas, al tiempo que se plantea la existencia sin buscar respuestas a sus preguntas, pues son las raíces, los orígenes del mundo, el transito por espacios prácticamente inaccesibles, lejos de las ciudades y del mundo occidental, los que suelen marcar su devenir (ir y venir) vital y cinematográfico. El título de uno de los libros de Herzog,
La conquista de lo inútil, aproxima una idea de esa búsqueda suya, quizá inalcanzable, y también emprendida por sus personajes de ficción y por los reales, entre quienes se incluye él mismo. La meta del viaje es la propia búsqueda, quizá la de los límites humanos y aquellos que se encuentran accidentalmente durante cualquier odisea emprendida fuera de los espacios “civilizados”. En sus documentales, Wenders también propone viajes, pero son de otro tipo, de exigencia menos física. Suelen ser urbanos, cosmopolitas, y tienen en común que los personajes que inspiran sus películas son artistas y creadores a los que admira e incluso a quienes, de algún modo, le gustaría parecerse. Son los cineastas Nicholas Ray en
Relámpago sobre el agua (Lightning over Water, 1980) y
Yasujiro Ozu en
Tokyo-Ga (1985), el diseñador japonés Yohji Yamamoto en
Notebook on Cities and Clothes (Aufzeichnungen zu kleidern und städten, 1989), la coreógrafa alemana Pina Bausch en
Pina (2011) o el Sebastião Salgado que nos habla en
La sal de la tierra y nos acerca su vida y su obra, así como la filosofía vital que determina ambas y que tiene su origen en sus propias vivencias. Remito a las declaraciones que abren el texto y a disfrutar de esta película cuyo protagonista es un artista que, a través de su cámara fotográfica, capta belleza y dignidad humana allí donde la mayoría solo puede ver la miseria y el dolor. Salgado, no. Él mira de cerca y ve más lejos que la mayoría. Así lograr retratar la humanidad y la naturaleza que le rodea, y que siente en proximidad, incluso en su interioridad, como delatan sus intenciones, sus proyectos y sus fotografías, que ofrecen mucho más que imágenes. Sus instantáneas cuentan historias y vidas, las muestran al “mundo feliz” del que muchos formamos parte. Nos invita a ver, para que seamos capaces de sentir y comprender que existe más realidades que la asumida a primera vista, aquellas otras en las que ya apenas detenemos nuestra mirada, una mirada que parece estar viendo sin ver.
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