lunes, 30 de abril de 2018

Alicia en las ciudades (1973)


<<Echo de menos la simpatía, el cuidado, el rigor, la seguridad, la seriedad, la calma, la humanidad de los filmes de John Ford. Echo de menos los rostros que nunca son forzados a hacer algo, los paisajes que no se limitan a funcionar como simple telón de fondo, las emociones que nunca son inoportunas o risibles, las historias que, ni siquiera cuando cómicas, se burlan de nada, los actores que con constancia e intensidad ofrecen variaciones de sí mismos>>. (1) La nostalgia y la admiración de Wim Wenders por el cine de John Ford (y los clásicos estadounidenses) cobran imagen en dos momentos puntuales de Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1973). El primero, lo observamos durante los minutos iniciales, cuando en la habitación del motel Philip Winter (Rüdiger Vogler) ve en la televisión El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939), y el segundo, al final, en el obituario que lee sobre el cineasta recién fallecido. Quizá con ambos instantes Wenders pretenda expresar que el cine ha quedado huérfano y necesita encontrar su lugar tras la desaparición de los grandes realizadores. También necesitan encontrar su lugar la niña y el adulto que en Alicia en las ciudades recorren los espacios urbanos donde se agudizan las sensaciones de cansancio, vacío, desarraigo y desorientación que dominan la bella fotografía en blanco y negro, y sobre todo al protagonista, un periodista alemán sin hogar que halla en Alice (Yella Rottländer), una niña de nueve años también alemana, a su compañera de viaje por las calles de Nueva York, Amsterdam y varias localidades de la cuenca del Rin, por donde buscan a la abuela de la pequeña.


Su encuentro se produce por casualidad, después de que Phil haya transitado por parte de la geografía estadounidense en busca de la inspiración con la que esperaba escribir el artículo paisajista que no logra redactar. Aquello que ve no le transmite las sensaciones necesarias para llenar el vacío que le impide escribir, son imágenes marcadas por el espectro de la soledad que descubrimos en los moteles donde para y contempla los televisiones que emiten la publicidad que critica o en la polaroid que le permite captar instantes de realidad, instantáneas que desvelan su desorientación o, como dice Alice, el vacío. Su búsqueda, la de sí mismo, no tiene éxito, su desarraigo se hace evidente a su regreso a Nueva York, desde donde, sin apenas dinero, decide regresar a Alemania, su lugar de nacimiento y un paso más en su deambular en busca de sí mismo. Su llegada al aeropuerto precipita su encuentro con la niña y Lisa (Lisa Kreuzer), su madre, quien le invita a pasar la noche con ellas a la espera del vuelo que ella no toma. Pues desaparece a la mañana siguiente, dejando una nota en la que pide al periodista que se encargue de la pequeña hasta que ella la recoja en Amsterdam, dos días después. Sin embargo la madre no aparece el día acordado y Phil ayuda a la niña en la búsqueda física (la de su abuela) que permite la suya interior, en la que se adentra sin forzarla ni negarse a ella. Las imágenes de Alicia en las ciudades semejan atrapar el tiempo durante el cual los dos personajes principales unen sus caminos, dos personajes que apenas difieren salvo en sus edades, ya que ninguno busca respuestas a qué les deparará la trayectoria que llamamos vida, solo saben que deben recorrerla, la una a la espera de encontrar su hogar (madre y abuela) y el otro llenando el vacío con rock'nd roll, encuentros imprevistos y, en su presente, con la compañía de Alice de ciudad en ciudad. 



(1) Wim Wenders. Extracto de Imágenes de emociones (1970), publicado en Paisajes y figuras: perplejos. El Nuevo Cine Alemán (1962-1982). Ediciones de la Filmoteca, Valencia, 2007.

No hay comentarios:

Publicar un comentario