jueves, 12 de mayo de 2022

Rutas infernales (1940)


La carrera cinematográfica de Bernard Vorhaus habría sido una muy distinta, de no haber sido incluido en la lista negra de Hollywood. Dicha inclusión le obligó a abandonar su Estados Unidos natal y afincarse en Inglaterra, país que ya conocía de su estancia durante la década de 1930. Pero años antes de que se produjese su salida definitiva de Estados Unidos realizó para Republic Pictures el drama Rutas infernales (Three Faces West, 1940), que contaba una doble historia de éxodo: la de un pueblo de Dakota del Norte y la de dos refugiados vieneses, padre e hija, obligados a huir de su país y a encontrar su lugar en el de acogida. Republic tenía en nómina a John Wayne, por entonces un actor en alza, que iba camino del estrellato gracias a su papel de Ringo en La diligencia (Stagecoach, John Ford, 1939), y suyo fue el protagonismo de este film que mezcla cine social y denuncia antifascista. Y aunque su director lo ignorase entonces, en cierta medida presenta una situación similar a la que conocería tras ser incluido en la lista negra, puesto que varios de sus personajes son exiliados que han huido de la persecución ideológica; más adelante también huirán de la dureza física del medio, cuando el pueblo se vea obligado a abandonar sus hogares debido a las condiciones meteorológicas extremas que afectan los cultivos de una tierra que no produce lo suficiente para vivir de ella.



El rol asumido por Wayne es el de héroe inmaculado, el tipo que lidera al resto sin pensar en sí mismo, quien se enamora de la chica y quien acepta resignado que esta, también enamorada de él, anteponga su deber a su querer. En esto, no hay novedad; el actor cumple su cometido y realiza una actuación que no desentona, aun siendo la presencia que destaca sobre el resto la de Charles Coburn, un actor que se apodera de la pantalla en la mayoría de sus films; y lo hace con desparpajo tan natural, que en eso me recuerda a Thelma Ritter. Con sus actuaciones y sus presencias, ambos eclipsaban a las estrellas que encabezaban el cartel de las películas en las que participaban. Y esto se cumple en Rutas infernales, basta que Coburn aparezca en la pantalla, hablando o fumando su cigarro, para que la atención recaiga en su personaje, el de mayor importancia para introducir la denuncia de la situación por la que atraviesa Europa en 1940, por entonces ya en guerra. Por una parte, la inmigración en busca de una oportunidad laboral, aquí, al contrario que en Las uvas de la ira, en la que Steinbeck (y John Ford en su adaptación cinematográfica) se centra en los Joad, se trata de una comunidad de más de dos cuentas personas. Por otra, el antifascismo que Vorhaus introduce al inicio, en la emisora de radio neoyorquina donde en se emite “Nosotros, el pueblo”. El programa radiofónico, de nombre que puede sonar a comuna o a comunismo, presenta a varios doctores centroeuropeos exiliados como consecuencia de la persecución nazi, aunque esta no se nombra porque Estados Unidos todavía no estaba en guerra. Entre ellos, destaca la figura de Karl Braun (Charles Coburn), un prestigioso doctor vienés de origen judío que solicita un trabajo al país que le acoge junto a su hija Leni (Sigrid Gurie). Un telegrama procedente de Dakota del Norte, firmado por un tal John Philips, les anuncia que le quieren (y le necesitan) como médico de la pequeña comunidad que solo cuenta con un veterinario, que rechaza la idea de un doctor porque ve amenazada su autoridad médica (hasta que descubre la afabilidad y entrega profesional de Braun).




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