Nacido en Asís en 1181, en el seno de una familia de ricos comerciantes, como cualquier otro de su entorno privilegiado, Giovanni Bernadone se acostumbra a edad temprana al lujo y a la buena vida, pero, al contrario que la mayoría de sus conocidos y desconocidos, se aficiona a la lectura, aunque no son las letras las que señalan su rumbo existencial. Una enfermedad cambia su pensamiento, más bien, su tiempo postrado le contacta con la espiritualidad donde quiere escuchar la llamada que le invita a iniciar una vida de privaciones y oración. Más o menos, así nace Francesco, Francisco para los hispanohablantes, un hombre que abraza la pobreza, la humildad y la obediencia como tres máximas de su nueva existencia, en la que no camina solo, como apunta Roberto Rossellini en Francisco, juglar de Dios (Francesco, Giullare di Dio, 1950), en la que recrea varios episodios de la humanidad y la hermandad comunitaria fundada en el año 1212, con el beneplácito del papa Inocencio II. En el fin de Rossellini son un grupo de “hermanos” dedicados a la oración y al rechazo de los bienes materiales, pero, sin saber muy bien cómo, esta orden conocida como Hermanos Menores va ganando adeptos y, en 1223, la bula de Honorio II, “Solet annuere”, los legitima dentro del catolicismo. Con los años, fundan centros en distintos lugares de Europa y, de hacer caso a la película Cotolay (1965), una hagiografía cinematográfica en exceso irregular y sensiblera que nunca convenció a su director José Antonio Nieves Conde, el primero en España sería el de Santiago de Compostela. Respecto a esto, Emilia Pardo Bazán, en su estudio de la época y del personaje, publicado con el título San Francisco de Asís (siglo XIII), señala que el primer convento pudo ser el de Burgos. Aunque en ambos casos habla la tradición, sin pruebas históricas que lo corrobore. Esa misma tradición cuenta que Francisco se lanza al camino y viaja por la península Ibérica, mas de su peregrinaje no hay fuentes que lo confirmen o desmientan. Tampoco las hay de los pasos que le llevan a la tumba de Santiago el Mayor, por aquel entonces del siglo XIII totalmente aceptada dentro del culto cristiano, tal como habían presumido Teodomiro, obispo de Iria, y Alfonso II, el casto, en el primer cuarto del siglo IX.
Tiene gracia que a los dos nos haya dado por comentar películas de J.A. Nieves Conde. De aquí a unos días tendré ocasión de revisar "Cotolay".
ResponderEliminarSaludos.
Sí, ciertamente resulta una coincidencia simpática. Con la de cineastas que hay, resulta una sorpresa que el mismo día ambos hablemos de Nieves Conde.
EliminarSaludos.