El combate de Hero (Ying xiong, 2002) en el que Jet Li dice que <<pese a las diferencias existentes entre las artes marciales y la música, ambas comparten el mismo principio, ambas buscan la armonía suprema>>, apunta lo que será Sombra (Ying, 2018). Los tonos grises que se adueñan del combate, la lluvia, los acordes de la cítara guqin —un instrumento de cuerda de más de 3000 años de antigüedad— tocados por un anciano invidente mientras se pausa y se desata la lucha, el estilismo como fin, el uso de la cámara lenta, los efectos visuales, que priman durante ese enfrentamiento que el héroe narra en su primer encuentro con el rey, aventuran las formas, la tonalidad de la fotografía, de grises que remiten al título, las notas musicales del arpa china y la lluvia que imperan en Sombra y dejan de lado cualquier otra opción que no sea la estética perseguida y lograda por Zhang Yimou, pero ¿a qué precio? El realizador de Sorgo rojo (Hong gao liang, 1987) se decanta por las formas, no tiene intención de alejarse de la superficie y profundizar en sus personajes, máscaras condenadas a existir en una línea unidimensional. Pretende belleza en los movimientos de los personajes en batalla y en el equilibrio entre las notas de la citara y las imágenes de entrenamiento y lucha que se suceden buscando una forma equilibrada que exprese la armonía apuntada por el héroe de Hero, una armonía a la que aspiran las artes. Schiller dijo que La belleza es forma <<porque la contemplamos; pero a la vez es vida, porque la sentimos. En suma, es al mismo tiempo nuestro estado y nuestro acto>>, pero no encuentro ni siento belleza en las formas de Sombra, ni alma estética, ni profundidad emocional, aunque apunte emociones y sentimientos con palabras, gestos y miradas, que no logran espantar de mi mente la sensación de que sus personajes, sus formas y sus motivos son fachadas, y como tal las contemplo, pero que en ningún momento del film me emocionan, ni siento. Inspirada en Los tres reinos, la película prima su aspecto musical y visual sobre cualquier otra opción, pues a Yimou le interesa la imagen y el sonido, el encuadre, olvidándose de las intimidades de los protagonistas, de sus conflictos de identidad —el ser o no ser, el ser reflejo o existir en esclavitud, el desear existencia plena— o del triángulo amoroso, cuestiones que píncela en breves trazos que desaparecen entre paraguas metálicos, sangre y lágrimas en la lluvia. Si en sus melodramas abraza la intimidad de sus personajes, en Sombra, como había hecho en wuxias anteriores, el cineasta se entrega en cuerpo y alma a la estética, aunque, personalmente, resulta una estética que no me transmite.
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