Mar y horizonte en la distancia y olas en la cercanía, esa es la estampa con la que Los inocentes se abre al público, para, concluidos los créditos, lentamente abandonar el espacio marino y adentrarse en el terrestre donde se descubre un accidente automovilístico; que es el detonante para que Bruno (Alfredo Alcón) sospeche que su mujer, fallecida en el acto, mantenía relaciones con el hombre que conducía el vehículo siniestrado. No hay más que dudas en su mente y todas conducen hacia el mismo pensamiento: el engaño. Todos cuanto le rodean piensan lo mismo, ya sean sus compañeros de trabajo o los miembros de la familia del otro fallecido, industriales adinerados que solo piensan en mantener el asunto tapado para poder continuar con sus vidas sin que estas sufran ningún tipo de alteración. Por ello ofrecen dinero a Bruno y, más adelante para alejarlo de Elena (Paloma Valdés), la hija del fallecido, un trabajo siete veces mejor remunerado que el anterior. Pero, inicialmente, el honor de Bruno, aunque no deja de tratarse de resentimiento hacia la mentira de la que se cree víctima, le lleva a rechazar a los Errazquin y a obsesionarse con la infidelidad que da por hecha. Los mundos a los que pertenecen Bruno y Elena son espacios alejados por las comodidades y el dinero que los delimitan e impiden un acercamiento que casi es posible entre ellos. Su relación se inicia a partir de la sospecha que el viudo no puede olvidar, ya que esta se convierte en el motor de sus actos y de sus reflexiones, las cuales comparte con la menor de edad mientras recorren espacios solitarios y desolados que no desentonarían en uno de los films de Michelangelo Antonioni sobre la incomunicación. Pero donde el cineasta italiano remarcaba el vacío y la ausencia de comunicación entre los personajes, y entre estos con el entorno que les aísla, Bardem prima la búsqueda de un hombre que despierta a la realidad que le confunde, al tiempo que lo condiciona y le empuja hacia la verdad que le desvela su existencia insatisfactoria, sin embargo es incapaz de dejar de vivir en la mentira que finalmente acepta. El referente de Los inocentes es Muerte de un ciclista (1955), la muerte como excusa y detonante para el conflicto o su crítica a la hipocresía y de la moral de la alta burguesía, conservadora de cara a la galería e inmoral respecto a la moralidad que predicaba de puertas a fuera.
Me pareció una gran película: uno de esos títulos que merecerían figurar entre lo más selecto de la filmografía de Bardem, por más que la crítica se haya empeñado en ignorarla sistemáticamente.
ResponderEliminarSaludos.
Comparto tu opinión. También me parece una buena película. No creo que desmerezca respecto a los mejores títulos de Bardem, y no la considero merecedora del ninguneo recibido.
EliminarSaludos.