En 1936, William Dieterle sorprendió a los directivos de la Warner y al resto de Hollywood con una biografía cinematográfica diferente, una que, sin romance ni intriga, obtuvo un éxito en el que, salvo sus responsables —Dieterle, Henry Blanke, Paul Muni—, nadie creía. The Story of Louis Pasteur (1936) presentaba al individuo frente a su época, centrándose en la investigación científica y la realidad del momento, en el rechazo que sufre el químico y, finalmente, en el reconocimiento de la comunidad científica a la labor de un hombre que, entregado a sus estudios, logra dar un paso que avanza a toda la humanidad. Ese individuo es por quien Dieterle siente interés. Presta atención a su labor en el laboratorio y a la incomprensión que genera su investigación y sus ideas sobre los microorganismos. El director de Juárez (1939) deshecha las alteraciones sensacionalistas, no le interesa el cotilleo, ni el romance, ni la intriga ni la dramatización de la trama, evitando caer en excesos infantiles, burlescos o melodramáticos. Hasta ese momento, el cineasta que más éxito había tenido con las biografías de personajes históricos (rodadas en inglés) era Alexander Korda, cuyo biopic más famoso sigue siendo The Prívate Life of Henry VIII (1931), que triunfó a ambos lados del Atlántico, pero que no deja de ser una caricatura del monarca interpretado por Charles Laughton. Posteriormente, llegarían The Rise of Catalina the Great (Paul Czinner, 1934), Rembrandt (1936) y That Hamilton Woman! (1941). Salvo en esta última, Korda no establece una conexión entre personajes y el presente del rodaje; de hecho, tampoco conecta al biografiado con su época, sino con un mundo cinematográfico donde caricaturizar o dramatizar ambos, según conviniese. The Story of Louis Pasteur da el paso definitivo en la maduración de la biopic, uno que cambia el cine biográfico, dotándolo de madurez, de rigurosidad histórica, aunque abierta a licencias exigidas por el tiempo narrativo, el drama e imposiciones de la censura y de las productoras. Lo que importa es prestar atención al científico que se entrega en cuerpo y alma a la investigación, con la que pretende beneficiar a Francia y al resto de la humanidad. Al año siguiente, hizo lo propio con Florence Nightingale en White Angel (1937), quien, transgrediendo límites, se libera de convencionalismos y transforma los hospitales de campaña durante la guerra de Crimea, reduciendo la mortandad entre los heridos, gracias a su insistencia y a sus avances asépticos. En los años sucesivos, Dieterle realizará biografías y asentará las bases de un tipo de cine que, a la larga, apenas introduce más variaciones que el cambio de personaje y del hecho que le dará fama. El éxito de las biografías producidas por la Warner —sobre todo las de Pasteur, Zola y Eirlich— animaron a otros estudios a imitarlas, dotándolas de características propias de cada compañía. En la MGM se hizo sin renegar del glamour de la casa, de ahí que el aspecto formal de Madame Curie (1943) luzca sin altibajos, incluso en los momentos más grises y duros en la investigación de la pareja protagonista —más de cuatro años que, con suma elegancia cinematográfica, se convierten en minutos en un laboratorio que acondicionan y donde intentan aislar el elemento desconocido que llaman Radio. El film, inicialmente pensado para que fuese dirigido por Dieterle, fue realizado por Mervyn LeRoy, y es una de las bio más conocidas de las rodadas en Hollywood, aunque su fama no se debe tanto a su calidad como a la mujer de quien habla: Marie Sklowdoska-Curie. Tras el éxito obtenido por Mrs. Miniver (William Wyler, 1942), Greer Garson y Walter Pidgeon era la pareja protagonista adecuada para asegurar el éxito de un film cuyo título también confiere protagonismo a una mujer, en este caso, real y conocida mundialmente por su excepcionalidad y sus investigaciones. Sus estudios sobre la radioactividad y sus descubrimientos científicos —como los elementos químicos radio y polonio— fueron vitales y le reportaron dos premios Nobel: el primero, de Física, en 1903, y el segundo, de Química, en 1911, siendo la primera persona en lograr semejante hazaña, que no sería igualada hasta medio siglo después.
Basada en el libro biográfico escrito por Eve Curie, la menor de las hijas de Marie, la mayor, Irene, sería galardonada con el Nobel de Química en 1935, la biografía cinematográfica de la primera profesora de la Sorbona también idealiza y confiere mojigatería a Marie, hasta el extremo de negarle la pasión y el ardor, la llama de la que habla May Whitty, que interpreta a la madre de Pierre. LeRoy no pretende profundizar en la complejidad de la mujer que descubrimos por primera vez en el aula universitaria donde la cámara la encuadra rodeada de hombres. En ese instante, queda definida su excepcionalidad —es la única mujer—, pero también se introduce su situación económica. Marie se desmaya y el profesor Perot (Albert Bassermann) la lleva a su despacho. Allí se recupera y ambos hablan. Finalmente, él la invita a comer, consciente de que el desfallecimiento de la joven fue debido a la falta de alimento, y también será Perot quien posibilita que trabaje en el laboratorio de Pierre. Esta excepcionalidad inicial, precede a la genialidad de la científica. Además, la introducción sirve para que la heroína exponga su interés por la ciencia (está a punto de doctorarse en matemáticas y en física) y por Polonia, su país natal, adonde pretende regresar una vez concluya sus estudios. El primer interés quedará expuesto en la pantalla, mientras que, por fortuna para la ciencia, el segundo deja de tenerlo cuando, in extremis, Pierre impide que regrese a su hogar. Lo hace con la tímida y científica propuesta matrimonial que ella acepta. Hasta ese instante de metraje, LeRoy prioriza el contacto y el romance entre la pareja protagonista. Mas interesante resulta la parte central, en la que ambos luchan por lograr el objetivo que parece que siempre se les escapa, un objetivo que Marie se marca después del accidental descubrimiento del que Henri Becquerel (Reginald Owen), el descubridor de la radioactividad y también premio Nobel de física en 1903, les comenta antes de desparecer de la pantalla y no volver. No es su película, ya habrá quien ruede una sobre su vida y le reconozca sus méritos, o quizá no, pero esta es de Marie y, en menor medida, del romántico Pierre, puesto que en Madame Curie ella es el eje sobre el que gira la trama, el espíritu indomable y la voz cantante, y él quien, con su amor, le brinda su apoyo y defiende su valía ante una sociedad patriarcal en la que LeRoy apunta la situación femenina que la heroína supera con valor, entrega, genialidad, demostrando al mundo entero que la excepcionalidad no la dicta el género, sino el genio, y que este no discrimina sexos.
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