Después de su precipitada salida de Estados Unidos, Jules Dassin tuvo que buscar en diferentes países una estabilidad personal y profesional que, por un período, encontró en Grecia, país de donde también tendría que salir cuando se produjo el levantamiento militar. Dassin, como otros cineastas en situaciones similares, buscó donde pudo la financiación necesaria para llevar a cabo sus proyectos. Ese constante ir y venir lo convirtió en un trotamundos, quizá en un buscavidas del negocio cinematográfico. Su tránsito lo llevó a Inglaterra, a Francia, a Grecia e Italia; incluso se dejó ver por la España franquista, donde rodó esta adaptación de Dix heures et demie du soir en été, escrita por Marguerite Duras y publicada en 1960. Dassin, uno de los mejores cineastas estadounidenses de su generación, también era un maestro en generar atmósferas opresivas y claustrofóbicas, tanto en espacios abiertos, Noche en la ciudad (Night and the City, 1950), como cerrados, Fuerza bruta (Brute Force, 1947). Pero no solo se limitó a generarlas en títulos que se inscriben dentro del cine negro estadounidense, también lo hizo en varios de sus dramas rodados en Europa: El que debe morir (Celui qui doit mourir, 1956) o mismamente Las 10.30 de una noche de verano (10:30 P. M. Summer, 1966). Este último, posiblemente sea su film más desquiciado, espectral, sórdido y alucinado, ya que genera inestabilidad y, sin prejuicios, nunca se estabiliza para apuntar deseo, insatisfacción, sangre, pasión, dolor y derrumbe. Hay un triángulo amoroso, hay un entorno que desata la tormenta y un final para el amor de un matrimonio burgués, que viaja a España en compañía de su hija y de Claire (Romy Schneider), la mujer puente entre ambos o quizá la excusa que María (Melina Mercouri) precisa para aceptar su imposible.
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