Murió hace quince años (Rafael Gil, 1954) y Rapsodia de sangre (Antonio Isasi-Isamendi, 1957) quizá sean los títulos más (re)conocidos del cine anticomunista realizado en España durante la década de 1950, pero entre ambos se cuela La ciudad perdida (1955), otro título que podría inscribirse dentro de la propaganda. Pero, a diferencia de los films de Gil y de Isasi-Isamendi, el segundo largometraje de Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla apunta ambigüedad al humanizar al fugitivo comunista y transformarlo en el personaje más honesto del film, quizá porque asume su cansancio, su imposibilidad y su desilusión con la dignidad que observa la chica a quien secuestra para poder huir. El inicio, nocturno, en una carretera por donde circula un automóvil en cuyo interior viajan cuatro individuos armados, apunta cine negro, negrura que se agudiza cuando en esa misma carretera se descubre el control policial que los aguarda. Alguien los ha delatado, aunque ya no importa cuando se produce el tiroteo donde dos agentes y tres ocupantes del coche mueren. Solo sobrevive uno de los fuera de la ley, del que nada sabemos salvo que es un fugitivo, quizá un delincuente común o político, que no tardará en caer. <<Ese no puede ir muy lejos. Ya caerá>>, asume, tranquilo, el inspector (Félix Defauce). El arranque es atractivo, contundente, violento y cercano al cine negro estadounidense, pero el dúo Alexandre-Torrecilla opta por la ambigüedad que apunta propaganda, pero, al tiempo, denota cierta amargura contra esa España totalitaria donde no hay cabida para el idealismo que Rafael (Fausto Tozzi) ya habría perdido antes de su entrada clandestina en el país con esos tres compañeros con los que viaja, al inicio, por una carretera oscura. En el interior del vehículo, semejan criminales, sospecha que parece confirmarse con un primer plano de las manos del copiloto, que saca una pistola. Poco después sucede el altercado y el policíaco, de tintes negros, se traslada a Madrid. Allí el fugitivo deambula por las calles, sin dinero, recordando su pasado, aguardando la solución de su presente. El tono del film cambia e introduce ciertas dosis de propaganda anticomunista en la figura de los padres del clandestino, pero los realizadores no quiere insistir en ello, puesto que están de parte del perdido, de quien ha perdido la ilusión. Así que, finalmente, se decanta por el drama de dos fugitivos, Rafael y la mujer que secuestra para poder huir, un drama y un imposible con pinceladas cómicas, en el papel de Manolo Morán, e influencias del realismo poético francés, en su parte final, en la noche y en la soledad de un paseo que concluye en una estación abandonada donde ambos esperan el amanecer.
viernes, 3 de julio de 2020
La ciudad perdida (1955)
Murió hace quince años (Rafael Gil, 1954) y Rapsodia de sangre (Antonio Isasi-Isamendi, 1957) quizá sean los títulos más (re)conocidos del cine anticomunista realizado en España durante la década de 1950, pero entre ambos se cuela La ciudad perdida (1955), otro título que podría inscribirse dentro de la propaganda. Pero, a diferencia de los films de Gil y de Isasi-Isamendi, el segundo largometraje de Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla apunta ambigüedad al humanizar al fugitivo comunista y transformarlo en el personaje más honesto del film, quizá porque asume su cansancio, su imposibilidad y su desilusión con la dignidad que observa la chica a quien secuestra para poder huir. El inicio, nocturno, en una carretera por donde circula un automóvil en cuyo interior viajan cuatro individuos armados, apunta cine negro, negrura que se agudiza cuando en esa misma carretera se descubre el control policial que los aguarda. Alguien los ha delatado, aunque ya no importa cuando se produce el tiroteo donde dos agentes y tres ocupantes del coche mueren. Solo sobrevive uno de los fuera de la ley, del que nada sabemos salvo que es un fugitivo, quizá un delincuente común o político, que no tardará en caer. <<Ese no puede ir muy lejos. Ya caerá>>, asume, tranquilo, el inspector (Félix Defauce). El arranque es atractivo, contundente, violento y cercano al cine negro estadounidense, pero el dúo Alexandre-Torrecilla opta por la ambigüedad que apunta propaganda, pero, al tiempo, denota cierta amargura contra esa España totalitaria donde no hay cabida para el idealismo que Rafael (Fausto Tozzi) ya habría perdido antes de su entrada clandestina en el país con esos tres compañeros con los que viaja, al inicio, por una carretera oscura. En el interior del vehículo, semejan criminales, sospecha que parece confirmarse con un primer plano de las manos del copiloto, que saca una pistola. Poco después sucede el altercado y el policíaco, de tintes negros, se traslada a Madrid. Allí el fugitivo deambula por las calles, sin dinero, recordando su pasado, aguardando la solución de su presente. El tono del film cambia e introduce ciertas dosis de propaganda anticomunista en la figura de los padres del clandestino, pero los realizadores no quiere insistir en ello, puesto que están de parte del perdido, de quien ha perdido la ilusión. Así que, finalmente, se decanta por el drama de dos fugitivos, Rafael y la mujer que secuestra para poder huir, un drama y un imposible con pinceladas cómicas, en el papel de Manolo Morán, e influencias del realismo poético francés, en su parte final, en la noche y en la soledad de un paseo que concluye en una estación abandonada donde ambos esperan el amanecer.
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