Léon Morin, sacerdote (1961)
La intimidad compartida por sus dos protagonistas, sus pensamientos, el acercamiento entre ambos, las dudas y el deseo reprimido o exteriorizado sitúan a Léon Morin, sacerdote (Léon Morin, prêtre, 1961) entre los títulos de mayor prestigio de Jean-Pierre Melville, aunque en la actualidad no sea de sus films más populares. En este film ambientado durante la II Guerra Mundial, en una localidad del sureste francés, primero ocupada por los italianos y posteriormente por los alemanes —cambio que marca una diferencia visible en la cotidianidad local—, el cineasta se adentra en un espacio íntimo donde sitúa a un hombre y a una mujer —religioso progresista y atea, viuda de un judío comunista, respectivamente— frente a frente, pero también enfrentados a lo prohibido, como parece corroborar la reacción del padre Morin cuando Barny le pregunta si, de no ser cura, se casaría con ella. El deseo y el amor, que crecen en la mujer, y el deseo de modernizar la iglesia, devolviéndola o acercándola a la clase trabajadora de donde surgió, y de guiar a la joven viuda, en el sacerdote, reducen las diferencias entre ambos, borrando las supuestas distancias que sus ideologías contrarias parecen apuntar. Creer o no creer, esa no es la cuestión. Lo es la necesidad de creer, el rechazo a creer y el deseo de creer.
Toda necesidad, deseo y creencia pueden ser espiritual, sensual, carnal, material... Y esta mezcla heterogénea define a los protagonistas de Léon Morin, sacerdote, uno de los films en apariencia menos de Melville. Y aún así, puede considerarse una referencia indispensable en su filmografía y otra perspectiva de soledades durante la ocupación, distinta y complementaria de la imprescindible El silencio del mar (Le silence de la mer, 1947), su primer largometraje. Como en aquella, el realizador también la ambienta durante la ocupación alemana, tras la italiana que apunta al inicio, cuando ofrece una panorámica de la situación que se vive en la villa del sur de Francia donde Melville ambienta su historia y donde no precisa demostrar su capacidad cinematográfica. Sus imágenes son las de un cineasta sobrio y sutil que evita el efectismo gratuito. Esto se observa durante todo el metraje incluso en la aportación de su protagonista/narradora, cuando cuenta sus impresiones y sus inquietudes para ofrecer otro ángulo de intimidad a las imágenes, así como el deseo que le despierta Severine, su jefa en la oficina. La intimidad, la dialéctica, la fe y el ateísmo, el deseo, el amor, van asomando en la pantalla para dar forma a un film que, junto El silencio del Mar y El ejército de las sombras (L’armée des ombres, 1969), expone vidas solitarias, pensamientos, sentimientos con la ocupación de telón de fondo en los dos primeros títulos y con mayor presencia en el tercero. Melville apuesta por la cercanía de sus personajes, a quienes conocemos en su humanidad y en las distancias cortas: en lo que callan y en los diálogos que mantienen Morin y Barny. Esa intimidad la conecta con el resto de la obra del cineasta, y establece comunicación con su cine polar. Las tres películas citadas presenta en común ese periodo bélico visto desde espacios acotados, aunque en El ejército de las sombras sean los de una gran ciudad, y perspectivas que difieren y se complementan. En El silencio del mar, la relación se establece en el interior de una casa donde el silencio y el diálogo interior establecen las distancias entre su trío protagónico, dos modos de comunicación que descubren emociones y sentimientos. Lo mismo sucede en la habitación donde conversan el sacerdote interpretado por Belmondo y la atea encarnada por una espléndida Emmanuelle Riva, dos personajes a priori irreconciliables debido a su ideología, aunque, en realidad, similares en su humanidad, pues ambos siente deseos y emociones que les acerca y separa.
Además del Melville policíaco, este otro, mucho más intimista, nos muestra su cara más trascendente.
ResponderEliminarSaludos.
Cierto. Tanto el cine negro de Melville como su cine más intimista me gustan. Creo que fue un muy buen cineasta, interesado en los personajes, en sus silencios, en sus imposibles, en sus relaciones.
EliminarSaludos.