jueves, 31 de enero de 2019

La última noche del Titanic (1958)


Hechos históricos son que el 10 de abril de 1912 el transatlántico Titanic zarpaba del puerto inglés de Southamton rumbo a Nueva York y que la medianoche del 14 chocó con un iceberg que flotaba a la deriva a menos de mil kilómetros al sur de Terranova. Dos horas y media después, el buque se hundía en las profundidades del océano Atlántico. El viaje se convirtió en tragedia; más de mil quinientos muertos, muchos de los cuales perecieron congelados en el agua a la espera del milagro, que no se produjo. Estos son hechos que han pasado a la Historia y que la
Última noche del Titanic (A Night to Remember, 1958) recoge en su metraje, el cual, salvo los minutos iniciales que dedica al personaje de Kenneth Moore, es una espléndida crónica cinematográfica de los sucesos acaecidos la noche a la que remite el título del film. Si bien es cierto que la película se inicia con el viaje en tren de Charles Lightoller (Moore) que, acompañado por su mujer (Jane Downs), se burla del jabón de los camarotes de primera clase que señala diferencias sociales que posteriormente se harán visibles en el barco donde ejerce de segundo oficial. Mas allá de esa personalización, Roy Ward Baker se decanta por el reparto coral y concede su interés a los hechos que se produjeron entre el avistamiento de los primeros bloques de hielo y el hundimiento del famoso transatlántico.


Lejos del tono melodramático de otras producciones que abordan el accidente, Baker pretende acercarse a la realidad y, para ello, opta por la minuciosa reconstrucción del momento. Las 
imágenes intentan reproducir la trágica travesía tomando como base la exhaustiva investigación y las entrevistas a los supervivientes llevadas a cabo por Walter Lord, de ahí que La última noche del Titanic priorice circunstancias y casualidades, previas y posteriores al accidente, aunque no por ello prescinda de relaciones y reacciones humanas de pasajeros o tripulantes. Entre las unas y las otras, hay dos cuestiones que la película apunta claves: la convicción de que el buque era insumergible, debido a sus dieciséis compartimentos estancos, y el doble error del telegrafista del barco siniestrado —se despista y no entrega un comunicado del Californian y posteriormente corta la señal de advertencia que el mismo navío le envía sobre la presencia de icebergs por la zona. Lo demás surge como consecuencia de ambas: el exceso de velocidad, los botes insuficientes, los justos para cumplir con la normativa vigente, la radio desconectada del navío que, situado a solo veinte millas de distancia, no responde porque su telegrafista —cansado de radiografiar sin respuesta— duerme a pierna suelta, las millas imposibles de salvar a tiempo por parte del Carpathia, el único buque que acude a la llamada de socorro, o la desafortunada interpretación de los vigías del Californian cuando observan en la nocturnidad los cohetes de socorro lanzados desde la cubierta del gigante acuático.


Aunque ni fue la primera ni sería la última película en abordar el hundimiento, el film de
Baker sí puede considerarse el que ha mostrado mayor interés por centrarse en los hechos en sí, ya que no los minimiza, algo que sí hizo Allan Dwan en East Side, West Side (1927), ni los emplea como parte del discurso propagandístico que encierra el Titanic (1943) de Herbert Selpin, ni cae en la ensoñación empalagosa y cursi propuesta por James Cameron en su Titanic (1997) y, aunque en ocasiones dramatice, no concede el protagonismo al melodrama que Jean Negulesco asume para El hundimiento del Titanic (Titanic, 1953), pues, como crónica que reconstruye el momento, La última noche del Titanic centra su atención y su interés en mostrar hechos y comportamientos, manteniéndose fiel a los datos existentes por aquel entonces. Por ello, aún hoy, el film de Roy Ward Baker continúa siendo la versión cinematográfica que mejor se aproxima a la tragedia del insumergible que aquel fatídico 15 abril de 1912 marcaba el final de una época y del sueño de controlar la imprevisibilidad del azar, de los humanos y de la naturaleza, quizá, consciente de esto, Lightoller concluye que ha vivido otros naufragios, pero que tras este nunca más se sentirá seguro.

1 comentario:

  1. Desde luego, se trata de una pormenorizada reconstrucción de unos acontecimientos ahora de sobra conocidos, en la que a falta de otros talentos que enriquecieran su puesta en escena, se le sacó el máximo partido a lo artesanal, demostrando una remarcable habilidad en la conjugación de aspectos casi docu­mentales, con el dibujo de personajes y problemáticas. El resultado es en verdad emocionante.

    ResponderEliminar