martes, 30 de enero de 2018
El secreto de Paula (1952)
domingo, 28 de enero de 2018
Blancanieves y los siete enanitos (1937)
La irrupción de la princesa en la vida de los siete marca un antes y un después en la cotidianidad de estos, cuando regresan de la mina entonando su famosa melodía y descubren que alguien ha limpiado y ordenado su casa. Tras un primer momento de temor y humor por parte de los siete mineros, experimentan un cambio que quizá mejore o quizá empeore sus existencias, pues, con su dulzura y su hermosura, Blancanieves domina a sus nuevos amigos y los amolda a su gusto. Esta circunstancia se descubre en varios momentos del film: los enanos reacios a lavarse, lo hacen por complacerla o le ceden su dormitorio y sus camas, que pasan a ser propiedad de la bella muchacha. Ya nada será igual para los siete; aunque, a cambio, la presencia de la princesa les regala alegría. Incluso Gruñón, inicialmente algo misógino, no puede evitar la atracción que le despierta. Blancanieves es su ideal de belleza, pero también es la tradición, la sensiblería, el fin del modo de vida de los enanitos y la aceptación de lo establecido, en el caso de la heroína, la espera de un príncipe azul que la haga feliz. De tal manera, la chica sueña con la llegada de ese hombre que la transporte a la jaula dorada donde serán felices para siempre. Ellos dos, solos, sin la compañía de los amigos a quienes la princesa abandona después del beso de amor que la despierta. La despedida no le supone trauma alguno. Montada sobre el caballo, casi indiferente al júbilo de sus protectores, digamos familia, se despide como quien lo hace de unos conocidos con quienes apenas ha mantenido trato, lo cual genera la sospecha de que Blancanieves ha utilizado a sus amigos del bosque para sus fines, sean estos mantener el hogar limpio y controlado o crear un entorno que no presente sobresaltos a la espera de que se produzca su triunfo. Desde su egoísmo pocas veces comentado, a la joven solo le importa su idea de felicidad, que interpreta posible y eterna, a pesar de la amenazadora presencia de su madrastra, transformada en la fea y repulsiva anciana que no cuadra con el pensamiento de una reina que valora la belleza más que la vida humana. Quizá por ello, resulta extraño que haya escogido una imagen de bruja, una imagen que provoca el rechazo de quien la observa. Pero así son los cuentos de hadas y así fueron las películas de Walt Disney, espectáculos animados (y más adelante de carne y hueso) que sorprendieron a propios y a extraños, éxitos como este largometraje que supuso cerca de tres años de trabajo invertido, cuatrocientos mil dibujos y un presupuesto de un millón setecientos mil dólares. El esfuerzo valió la pena, el film recaudó millones, ganó premios y abrió el camino para futuros proyectos de la factoría, los cuales también presentarían múltiples aciertos y alguna cuestión a mejorar, como la sensiblería, cierto grado de ñoñería, el triunfo “bienpensante” y el rechazo a las madrastras, que ya despuntaban en Blancanieves y los siete enanitos.
sábado, 27 de enero de 2018
Víctima (1961)
viernes, 26 de enero de 2018
La hoja de trébol (1926)
La historia nos dice que durante el siglo XIX e inicios del XX muchos países y regiones europeas fueron cuna de movimientos migratorios hacia el continente americano. Irlanda fue uno de ellos y, como tal, se convirtió para sus emigrantes en una realidad geográfica y en un sentimiento de apego a los orígenes que, por un motivo u otro, se vieron obligados a abandonar. De madre y padre irlandeses, John Ford no olvidó sus raíces, al menos a esta conclusión nos acercan la evocación de las tradiciones, algunos de sus personajes y el espacio donde se desarrollan La hoja de trébol (The Shamrock Handicap, 1926), El delator (The Informer, 1935), La osa mayor y las estrellas (The Plough and the Stars, 1936), El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952) o La salida de la luna (The Rising of the Moon, 1957). Esta constante de Ford, nacido en Estados Unidos, pero con sus raíces irlandesas siempre presentes, aparece en toda su plenitud en La hoja de trébol, además, habría que sumarle la simpatía del cineasta hacia los desamparados, en ocasiones desvalidos ante las entidades financieras que amenazan la cotidianidad de la unidad familiar, entidades que se individualizan en la presente película en el acreedor que exige a Sir Miles O'Hara (Louis Payne) el pago de una deuda que le obliga a vender su cuadra, salvo a "Dark Rosaleen", la yegua que, avanzado el metraje, se convierte en la esperanza de triunfo de los protagonistas. Los primeros compases del film nos familiarizan con la vida rural irlandesa: la feria del pueblo, los bailes típicos, las carreras de caballos, la imparable emigración, consecuencia de la carestía, o los apretones de manos que cierran tratos como el sellado por O'Hara y Finch (Willard Louis). En definitiva, se trata de mostrarnos la tradición, en este caso concreto de la Irlanda de los O'Hara, los O'Shea y Neil Ross (Leslie Fenton), los protagonistas de esta comedia que se desarrolla en suelo irlandés y estadounidense. Pero a Ford parece interesarle más el primer espacio. En él despliega su sencillez y honestidad cinematográficas para exponer las relaciones (de servidumbre, de amistad o de amor) entre los diferentes personajes que asoman por la pantalla. Esta predilección no implica que las secuencias estadounidenses carezcan de interés, de hecho, uno de los mejores momentos de La hoja de trébol se produce en el continente americano, cuando Con O'Shea (J. Farrell MacDonald) descubre a sir Miles O'Hara, su patrón y su amigo, cavando una zanja a pocos metros de donde él cava la suya. Este momento los iguala. En el nuevo mundo han dejado de ser siervo y patrón para ser solo amigos que luchan por sacar a flote la familia. Pero la escena no concluye aquí, pues, en ese mismo espacio, ambos descubren a viejos conocidos de Éire, en su mayoría policías, oficio tradicionalmente relacionado con los irlandeses, y disfrutan de un instante de nostalgia y camaradería. Física o evocadora, Irlanda forma parte del metraje, como también lo forman el humor fordiano, su gusto por las peleas y por los personajes sencillos o el inevitable romance entre Sheila O'Hara (Janet Gaynor) y Neil Ross. Para romper la barrera social (ella pertenece a una familia aristocrática, él es mozo de cuadra), este último acepta viajar a Estados Unidos con la idea de enriquecerse para regresar a su lado. No obstante, sus planes se tuercen en la primera carrera hípica en la que participa, durante la cual sufre el accidente que le inutiliza la pierna. Pero, al tratarse de una comedia, Ford minimiza el drama con las notas de humor que inserta en las escenas protagonizadas por Virus Cakes (Ely Reynolds) y, avanzados los minutos, con la presencia en suelo norteamericano de los O'Shea y los O'Hara.
jueves, 25 de enero de 2018
Janet Gaynor. La dulce estrella de la Fox
Como tantos otros actores y actrices, Laura Gainor cambió su nombre real por el artístico con el que fue aplaudida la noche del 16 de mayo de 1929 en la sala del Hollywood Roosevelt Hotel, donde se celebraba la primera ceremonia de los premios Oscar. Durante aquella ceremonia, que premiaba a las producciones estrenadas en 1927 y 1928, Janet Gaynor se levantó de su silla y recogió su merecido premio por las interpretaciones en El séptimo cielo (Seventh Heaven; Frank Borzage, 1927), Amanecer (Sunrise; Friedrich W. Murnau, 1927) y El ángel de la calle (Street Angel; Frank Borzage, 1928). En ese instante de aplausos se convirtió en la primera en la historia de los mediáticos galardones en conseguir el Oscar a la mejor actriz protagonista, aunque en su caso fue una recompensa triple por sus actuaciones en las tres obras maestras que la convirtieron en una de las grandes estrellas de Hollywood, en la reina indiscutible del estudio Fox Films y, según se dijo, en la inspiración de la Blancanieves de Walt Disney. Nacida en Filadelfia en 1906, la pequeña Laura se instaló con su familia en San Francisco y allí se graduó en el instituto. Con el título bajo el brazo, partió de la ciudad del Golden Gate rumbo a Los Ángeles. Tenía dieciocho años y no pensaba en Hollywood. Tenía en mente ingresar en una escuela de secretarias, pero su futuro no era anotar palabras dictadas en despachos u oficinas, ni trabajar en una zapatería, su futuro, a corto y a medio plazo, estaba en el cine. Sus primeros papeles fueron de extra sin acreditar, fugaces como su esclava en Ben-Hur (Fred Niblo, 1925), mas no tardó en ver como su carrera profesional se encauzaba. William Fox la contrató para La represa de la muerte (The Johnstown Flood; Irving Cummings, 1926), largometraje en el que aparece por primera vez acreditada y, ese mismo año, encabezaría el reparto de La hoja de trébol (Shamrock Handicap; John Ford, 1926), aunque fueron sus trabajos para Frank Borzage los que la catapultaron al estrellato. En contra de la decisión del magnate cinematográfico y dueño del estudio, el director se impuso y la quiso de protagonista de El séptimo cielo. Y así, Gaynor tuvo que compaginar el rodaje a las órdenes de Borzage con el que Friedrich W. Murnau estaba realizando también para Fox. Cada día, la actriz se desdoblaba en las dos mujeres que, unidas a la de El ángel de la calle, la convirtieron en la estrella romántica por excelencia del Hollywood de la época. La dulzura y la luminosidad de su rostro, su naturalidad, su belleza, a veces serena otras melancólica, y la bondad que rezuman sus personajes despertaron la simpatía popular que la encumbró a lo más alto, junto con el actor Charles Farrell, su pareja artística en doce filmes, entre ellos Estrella dichosa (Lucky Star; Frank Borzage, 1929), el salto de ambos al cine sonoro: la prueba de fuego para cualquier actor y actriz silentes. Durante los primeros años del sonoro, Gaynor protagonizó comedias y musicales, aunque ella buscaba papeles más complejos y de mayor carga dramática. El estudio no estaba dispuesto a arriesgar su gallina de los huevos de oro, de modo que se vio obligada a enfrentarse a sus jefes, lo cual le acarreó siete meses de suspensión de sueldo, pero la Fox acabó cediendo. Su magnetismo comercial la convirtió en 1934 en la actriz más taquillera de Hollywood, aunque esto no fue suficiente para que Darryl F. Zanuck renovase su contrato, cuando este fusionó su empresa con la Fox. Al mando de 20th Century Fox, Zanuck pretendía un cambio, y este incluía trabajar con su propio equipo. Pero a la intérprete no le faltaban ofertas, de modo que inició una nueva etapa lejos de la productora donde alcanzó el estrellato. De este breve periodo destacan películas como Una chica de provincias (Small Town Girl; William A. Wellman, 1936) o Ha nacido una estrella (A Star Is Born; William A. Wellman, 1937), el último gran título en el que participó antes de abandonar la profesión, cuando contrajo matrimonio con el diseñador Adrian y decidió apartarse de la gran pantalla, hasta que, en 1957, reapareció en el film Bernardine (Henry Levin, 1957), pero, en aquel momento, su Hollywood, el que había conocido y el que le había aplaudido, ya no era el mismo.
Filmografía
Cupid's Rustler (Francis Ford, 1924)
Young Ideas (Robert F. Hill, 1924)
All Wet (Leo McCarey, 1924) (cortometraje)
The Haunted Honeymoon (Fred Guiol y Ted Wilde, 1925) (cortometraje)
El peligro de la inocencia (Dangerous Innocence; William A. Seiter, 1925)
The Burning Trail (Arthur Rosson, 1925)
Días de colegial (The Plastic Age; Wesley Ruggles, 1925)
Amores de niña (The Teaser; William A. Seiter, 1925)
Ben-Hur (Fred Niblo, 1925)
The Crook Buster (William Wyler, 1925) (cortometraje)
Flaming Flappers (Fred Guiol, 1925) (cortometraje)
A Punch in the Nose (Jay Howe, 1925) (cortometraje)
La represa de la muerte (The Johnstown Flood; Irving Cummings, 1926)
La hoja de trébol (Shamrock Handicap; John Ford, 1926)
The Midnight Kiss (Irving Cummings, 1926)
The Return of Peter Grimm (Victor Schertzinger, 1926)
El séptimo cielo (Seventh Heaven; Frank Borzage, 1927)
Amanecer (Sunrise; Friedrich W. Murnau, 1927)
Se necesitan dos muchachas (Two Girls Wanted; Alfred E. Green, 1927)
El ángel de la calle (Street Angel; Frank Borzage, 1928)
Los cuatro diablos (Four Devils; Friedrich W. Murnau, 1928)
Cristina (Christina; William K. Howard, 1929)
Estrella dichosa (Lucky Star; Frank Borzage, 1929)
Un plato a la americana (Sunny Side Up; David Butler, 1929)
Popurri (Happy Days; Ben Stoloff, 1930)
Alta sociedad (High Society Blues; David Butler, 1930)
Del infierno al odio (The Man Who Came Back; Raoul Walsh, 1930)
Papá piernas largas (Daddy Long Legs; Alfred Santell, 1931)
Marianita (Merely Mary Ann; Henry King, 1931)
Deliciosa (Delicious; David Butler, 1931)
Recién casados (The First Year; William K. Howard, 1932)
Teresita (Tess of the Storm; Alfred Santell, 1932)
La feria de la vida (State Fair; Henry King, 1933)
Adorable (William Dieterle, 1933)
La ciudad de cartón (Cardboard City, Louis King, 1933)
Paddy, lo mejor a falta de un chico (Paddy, the Next Best Thing; Harry Lachman, 1934)
Carolina (Henry King, 1934)
El primer amor (Change of Heart; John G. Blystone, 1934)
La doncella de postín (Servant's Entrance; Frank Lloyd, 1934)
Otra Primavera (One More Spring; Henry King, 1935)
Contrastes (The Farmer Takes a Wife; Victor Fleming, 1935)
Una chica de provincias (Small Town Girl; William A. Wellman, 1936)
Ladies in Love (Edward H. Griffith, 1936)
Ha nacido una estrella (A Star Is Born; William A. Wellman, 1937)
Three Loves Has Nancy (Richard Thorpe, 1938)
Los alegres vividores (The Young in Heart; Richard Wallace, 1938)
Bernadine (Henry Levin, 1957)
miércoles, 24 de enero de 2018
Tres anuncios en las afueras (2017)
martes, 23 de enero de 2018
Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013)
<<Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida...
En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.
Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.
De los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha las músicas dulces.
Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve, camina...
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.>>
(Manuel Machado. El camino)
En los versos de El camino, Manuel Machado anima a vivir el momento, sintiendo cada instante, de alegría y de melancolía, de ese camino de vida que también es el camino hacia la muerte, un camino que, como inmortalizó su hermano Antonio, se hace al andar. Pero, a veces, en dicho recorrido vital se presentan condicionantes y miedos que impiden su plenitud, condicionantes y miedos como los que podrían existir en la España del (mínimo) desarrollo industrial, del turismo, del Nuevo Cine que se quedó en nada, de la irrupción de los televisores en los hogares, de la manipulación informativa, de los programas religiosos radiofónicos, de las insufribles películas protagonizadas por Manolo Escobar y de los rodajes internacionales en Almería, por donde Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013) transita hacia un instante de aprendizaje, de libertad y de superación. <<Os voy a decir una cosa a los dos>>, dice Antonio (Javier Cámara), avanzado el metraje, a Belén (Natalia de Molina) y a Juanjo (Francesc Colomer), sus compañeros de viaje y de recorrido vital, <<no se puede vivir con miedo, eh. En este país hay mucha gente que vive con miedo. Pero vosotros sois jóvenes y tenéis que cambiar esto>>. El personaje interpretado por un espléndido Javier Cámara lee al gran poeta Antonio Machado, a quien por error, consciente o inconsciente del guión, atribuye los versos de Manuel -<<ve, camina..., no habrás llegado hasta que todo lo hayas perdido>>-, ejerce de profesor de inglés y de latín y, sobre todo, admira las canciones de The Beatles. Por ello intenta enseñar el idioma de Shakespeare con temas como Help, intento que delata su actitud hacia la vida y su metodología, la de la letra con canciones y motivación entra. De ese modo se distingue dentro de un orden rígido que no contempla las necesidades del individuo, un orden como la escuela española de la dictadura franquista. Su soledad delata que se trata de alguien diferente, marginal y marginado por la intolerante e hipócrita sociedad en la que encajan el padre de Juanjo (Jorge Sanz), doña Mercedes (Celia Bermejo), el cura y violento jefe de estudios del colegio donde conocemos al personaje principal, y algunos vecinos del pueblo almeriense donde se desarrolla la segunda parte de esta emotiva película de David Trueba, que toma su título de la canción de los Beatles Strawberry Fields Forever y se inspira en la historia del profesor Juan Carrión Gañán. Sin pretenderlo, o quizá por un deje profesional y vocacional, Antonio San Román se convierte en el guía de los dos jóvenes a quienes a lo largo de su aventura común insufla el optimismo y la vitalidad necesaria para alejar la desconfianza y el temor, porque, al igual que en sus alumnos, ellos son la posibilidad de un futuro distinto del presente de oscuridad, de rigidez e hipocresía moral en el que habitan. A medida que expone su filosofía vital, Antonio también la asume para sí, poniéndola en la práctica a lo largo de la carretera que separa y une Albacete, su punto de partida, con el pueblo costero donde los tres acarician la liberación que, aunque no pronunciada, pretenden al inicio de su fuga de la cotidianidad en la que se encuentran atrapados. La excusa para emprender el viaje la descubrimos en las imágenes documentales que, al inicio, anuncian el rodaje que Richard Lester (a quien no se nombra) lleva a cabo en Almería, donde el cineasta y su equipo se han trasladado para filmar Cómo gané la guerra (How I Won the War; 1967), que cuenta con el protagonismo estelar de John Lennon, a quien el profesor de inglés pretende abordar para convencerlo de que incluya las letras de las canciones en los discos que publique. La excusa argumental da pie al recorrido humano de un hombre solitario con <<un corazón tan grande que no le cabe en la camisa>>, de una muchacha que se fuga del hogar donde ocultan su embarazo y del adolescente de dieciséis años que, despertando a la vida, abandona la casa de sus padres harto de la autoridad paterna, la imagen del país autoritario que Antonio, Belén y Juanjo dejan tras de sí para vivir un fin de semana de liberación, de humanidad y de confianza, dos días que marcan su presente y, posiblemente, la elección de su futuro.
lunes, 22 de enero de 2018
La notte brava (1959)
sábado, 20 de enero de 2018
Corazón gigante (2015)
Las películas más exitosas del cine islandés reciente, las que le han dado mayor prestigio internacional, narran historias humanas —en realidad, por su origen, todas las historias lo son— y de apariencia tan sencilla y honesta como la filmada por Dagur Kári en Corazón gigante (Fúsi, 2015). En ella, empleando una sencillez que llama la atención, el cineasta expone el rechazo, la soledad, la necesidad de querer y de ser querido que se encuentran presentes en la cotidianidad del protagonista, un niño grande, diferente a los hombres de su edad, de inocencia proporcional al tamaño de su cuerpo, la misma inocencia y el mismo cuerpo que se convierten en el blanco de las burlas, de la violencia y del rechazo de sus compañeros de trabajo. Pero Fúsi (Gunnar Jónsson) no desespera y hace oídos sordos a las burlas mientras continúa viviendo en su aislamiento, fruto del rechazo que su físico y su psique le acarrean y de la incomunicación que predomina en un entorno social sumido en el egoísmo, jugando con sus maquetas y con sus recreaciones de batallas de la Segunda Guerra Mundial, a veces en compañía de Mördur (Sigurjón Kjartansson), su único amigo, otras en la soledad que siempre lo acompaña. Mientras, vive sus días iguales bajo techo materno, con su madre (Margret Helga Johannsdóttir) y Rolfe (Arnar Jónsson), el novio de esta, aunque, en realidad, su existencia se define por la soledad diaria en su trabajo, en el hogar o en sus salidas en automóvil, donde escucha el programa radiofónico del cual es asiduo.
viernes, 19 de enero de 2018
Gil Parrondo, decorador, decorador de cine y de teatro, y nada más
<<Yo quiero ser decorador, pero aquí, no sé por qué, en una reunión que hubo, a todos los decoradores les gustaba lo de director artístico. Yo no lo puedo entender. La palabra en castellano es decorador, y además suena muy bien, yo no quiero ser director de nada... que cosa más tonta. La palabra que me gusta es decorador, si alguien me pregunta lo que soy respondo que decorador, decorador de cine y de teatro, y nada más>>.
(Fragmento extraído de la entrevista a Gil Parrondo publicada en Directores artísticos del cine español)
Para la mayoría del público, los decorados y las localizaciones pasan desapercibidos o se encuentra en un plano secundario. Y eso es lo que pretende un buen decorador, aunque consciente de que los escenarios son fundamentales y deben ser los precisos para ofrecer el mejor fondo posible a las historias y a los personajes que por ellos deambulan. Son muchos los nombres que han hecho posible los espacios que se observan en la pantalla. En ocasiones, interiores levantados en los estudios o localizados después de constantes búsquedas hasta dar con el idóneo y, en otras, exteriores que se encuentran tras deambular de aquí para allá, visitando lugares que encajen con los escenarios ideados de antemano. Cedric Gibbons, Alexandre Trauner, Hermann Warm, William Cameron Menzies, Albert S. D'Agostino, John Box o Sigfrido Burmann son algunos de los nombres clásicos que forman parte de la historia de ese grupo de artistas capaces de ofrecer el fondo que hace posible las películas, al cual también pertenece por derecho propio Gil Parrondo. Natural de Luarca (Asturias) a Manuel Gil Parrondo la Guerra Civil lo sorprendió en Madrid, donde cursaba estudios de Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando. En su tiempo libre, asistía al cine de forma asidua, encontrando en las películas la evasión entre el caos y la guerra. También fue el cine, el realizado en Hollywood, el que avivó su deseo de formar parte de la fábrica de sueños de celuloide. En 1939, concluida la contienda, dio el primer paso para vivir su sueño profesional, al entrar a trabajar en los Estudios de Aranjuez, como ayudante de dirección de Amalio Martínez Garí. <<Hice cuatro películas con él y allí conocí a Burmann, que estaba haciendo entonces Los cuatro Robinsones con Maroto, La Dolores con Florian Rey y La gitanilla con Fernando Delgado>> (Ibíd.). Burmann fue el primer maestro de Parrondo en una industria cinematográfica prácticamente inexistente. Sin embargo, varias productoras pretendían emular a los estudios hollywoodienses, entre ellas CIFESA, donde Sigfrido Burmann se convirtió en jefe de decoradores y el luarqués en su ayudante. Durante un periodo de doce años y cincuenta películas, entre ellas Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945), El crimen de la calle de Bordadores (Edgar Neville, 1946), Barrio (Ladislao Vajda, 1947), Locura de amor (Juan de Orduña, 1948) o Agustina de Aragón (Juan de Orduña, 1951), el decorador asturiano colaboró y aprendió su oficio, para, posteriormente, dar un paso hacia adelante e iniciar su periplo al lado de Luis Pérez Espinosa, en una colaboración que concluyó en la década de 1960, con el fallecimiento de este. No sería descabellado afirmar que Parrondo vivió todos los momentos importantes del cine español de la posguerra a nuestros días, desde su debut en Los cuatro robinsones (Eduardo García Maroto, 1939) hasta la última película en la que participó, La piel fría (Xavier Gens, 2017), y que no llegó a ver estrenada.
Fueron siete décadas y media dedicadas a los decorados de cine y de teatro español, pero también habría que recordar su espléndida carrera internacional, trabajando en películas de Robert Rossen, Orson Welles, Stanley Kramer, Ray Harryhausen, Nicholas Ray, David Lean, Anthony Mann, Franklin J. Schaffner, George Cukor, Richard Lester o John Milius. <<Sabía inglés, era muy bueno en su trabajo, conocía cada rincón utilizable para rodar una película y sabía simular cualquier escenario posible. En su despacho todavía hay carpetas con rótulos como "castillos", "balnearios" o "conventos", repletas de fotografías de tales edificaciones, y una colección de libros que desmenuza cada paisaje y arquitectura local provincia a provincia. España no tuvo secretos para él>> (Gil Parrondo, el legado de una leyenda de cine. El País, 2-10-2017). Pero, para que su periplo internacional fuera posible, hubo de suceder un hecho concreto, que Samuel Broston se trasladara a España con la intención de obtener beneficios y de crear un imperio cinematográfico tan esplendoroso como los estudios hollywoodienses. Durante este suspiro, desde El capitán Jones (John Paul Jones; John Farrow, 1959) hasta Pampa salvaje (Savage Pampa; Hugo Fregonese, 1966), Broston produjo superproducciones históricas rodadas tanto en interiores como en exteriores españoles. Y ahí estaba Gil Parrondo, descubriendo localizaciones o colaborando en los diseños de los escenarios de 55 días en Pekín (55 Days in Pekin; Nicholas Ray, 1963) o de La caída del imperio romano (The Fall of the Roman Empire; Anthony Mann, 1964). <<Yo he trabajado en todas las películas de Bronston, desde la primera, desde John Paul Jones, hasta la última, incluso en algunas que no se hicieron. Afortunadamente porque fue para mí una gran experiencia y guardo un recuerdo glorioso de Bronston>> (Directores artísticos del cine español). Su participación en estas películas no siempre fue acreditada en la pantalla, aunque le dio la proyección internacional necesaria para que otros realizadores contasen con su presencia. Ganador de cuatro premios Goya, todos ellos por filmes de José Luis Garcí (con quien colaboró en mayor número de ocasiones), Parrondo fue el primer profesional español en ganar un Oscar de la Academia Cinematográfica de Hollywood. A su premio por Patton (Franklin J. Schaffner, 1970) le siguió un segundo por sus decorados en Nicolás y Alejandra (Nicholas and Alexandra; Franklin J. Schaffner, 1971), incluso volvería a ser candidato a la estatuilla dorada al año siguiente por Viajes con mi tía (Travels with My Aunt; George Cukor, 1972). Pero, aunque los premios alegran, lo importante para él fue que pudo dedicar su vida a los decorados y a las películas.
Premios y reconocimientos
Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor dirección artística por Jeromín
Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor dirección artística por El fantástico mundo del doctor Coppelius
Premio Nacional del Sindicato del Espectáculo a los mejores decorados por El fantástico mundo del doctor Coppelius
Oscar a la mejor dirección de arte por Patton
Oscar a la mejor dirección de arte por Nicolás y Alejandra
Nominado al Oscar a la mejor dirección de arte por Viajes con mi tía
Premio Nacional del Sindicato del Espectáculo a los mejores decorados por Don Quijote cabalga de nuevo
Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1983
Goya al mejor dirección artística por Canción de Cuna
Premio Almería, Tierra de Cine en 1997
Nominado al Goya al mejor dirección artística por El abuelo
Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España en 1999
Goya a la mejor dirección artística por You're the One
Nominado al Goya a la mejor dirección artística por Historia de un beso
Ganador del Goya a la mejor dirección artística por Tiovivo c.1950
Ganador del Goya a la mejor dirección artística por Ninette
Nominado al Goya a la mejor dirección artística por Luz de domingo
Nominado al Goya a la mejor dirección artística por Sangre de mayo
Medalla de Oro de la Provincia de Almería en 2009
Premio Ricardo Franco 2014 en el Festival Internacional de Cine de Málaga
Bibliografía
Belinchón, Gregorio. Gil Parrondo, el legado de una leyenda de cine. El País, 2-10-2017 Gorostiza, Jorge. Directores artísticos del cine español. Cátedra/Filmoteca Española, Madrid, 1997
Matellano, Víctor. Decorados, Gil Parrondo. T&B Editores/Ayuntamiento de Talamanca de Jarama, Madrid, 2008
(Fragmento extraído de la entrevista a Gil Parrondo publicada en Directores artísticos del cine español)
Para la mayoría del público, los decorados y las localizaciones pasan desapercibidos o se encuentra en un plano secundario. Y eso es lo que pretende un buen decorador, aunque consciente de que los escenarios son fundamentales y deben ser los precisos para ofrecer el mejor fondo posible a las historias y a los personajes que por ellos deambulan. Son muchos los nombres que han hecho posible los espacios que se observan en la pantalla. En ocasiones, interiores levantados en los estudios o localizados después de constantes búsquedas hasta dar con el idóneo y, en otras, exteriores que se encuentran tras deambular de aquí para allá, visitando lugares que encajen con los escenarios ideados de antemano. Cedric Gibbons, Alexandre Trauner, Hermann Warm, William Cameron Menzies, Albert S. D'Agostino, John Box o Sigfrido Burmann son algunos de los nombres clásicos que forman parte de la historia de ese grupo de artistas capaces de ofrecer el fondo que hace posible las películas, al cual también pertenece por derecho propio Gil Parrondo. Natural de Luarca (Asturias) a Manuel Gil Parrondo la Guerra Civil lo sorprendió en Madrid, donde cursaba estudios de Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando. En su tiempo libre, asistía al cine de forma asidua, encontrando en las películas la evasión entre el caos y la guerra. También fue el cine, el realizado en Hollywood, el que avivó su deseo de formar parte de la fábrica de sueños de celuloide. En 1939, concluida la contienda, dio el primer paso para vivir su sueño profesional, al entrar a trabajar en los Estudios de Aranjuez, como ayudante de dirección de Amalio Martínez Garí. <<Hice cuatro películas con él y allí conocí a Burmann, que estaba haciendo entonces Los cuatro Robinsones con Maroto, La Dolores con Florian Rey y La gitanilla con Fernando Delgado>> (Ibíd.). Burmann fue el primer maestro de Parrondo en una industria cinematográfica prácticamente inexistente. Sin embargo, varias productoras pretendían emular a los estudios hollywoodienses, entre ellas CIFESA, donde Sigfrido Burmann se convirtió en jefe de decoradores y el luarqués en su ayudante. Durante un periodo de doce años y cincuenta películas, entre ellas Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945), El crimen de la calle de Bordadores (Edgar Neville, 1946), Barrio (Ladislao Vajda, 1947), Locura de amor (Juan de Orduña, 1948) o Agustina de Aragón (Juan de Orduña, 1951), el decorador asturiano colaboró y aprendió su oficio, para, posteriormente, dar un paso hacia adelante e iniciar su periplo al lado de Luis Pérez Espinosa, en una colaboración que concluyó en la década de 1960, con el fallecimiento de este. No sería descabellado afirmar que Parrondo vivió todos los momentos importantes del cine español de la posguerra a nuestros días, desde su debut en Los cuatro robinsones (Eduardo García Maroto, 1939) hasta la última película en la que participó, La piel fría (Xavier Gens, 2017), y que no llegó a ver estrenada.
Fueron siete décadas y media dedicadas a los decorados de cine y de teatro español, pero también habría que recordar su espléndida carrera internacional, trabajando en películas de Robert Rossen, Orson Welles, Stanley Kramer, Ray Harryhausen, Nicholas Ray, David Lean, Anthony Mann, Franklin J. Schaffner, George Cukor, Richard Lester o John Milius. <<Sabía inglés, era muy bueno en su trabajo, conocía cada rincón utilizable para rodar una película y sabía simular cualquier escenario posible. En su despacho todavía hay carpetas con rótulos como "castillos", "balnearios" o "conventos", repletas de fotografías de tales edificaciones, y una colección de libros que desmenuza cada paisaje y arquitectura local provincia a provincia. España no tuvo secretos para él>> (Gil Parrondo, el legado de una leyenda de cine. El País, 2-10-2017). Pero, para que su periplo internacional fuera posible, hubo de suceder un hecho concreto, que Samuel Broston se trasladara a España con la intención de obtener beneficios y de crear un imperio cinematográfico tan esplendoroso como los estudios hollywoodienses. Durante este suspiro, desde El capitán Jones (John Paul Jones; John Farrow, 1959) hasta Pampa salvaje (Savage Pampa; Hugo Fregonese, 1966), Broston produjo superproducciones históricas rodadas tanto en interiores como en exteriores españoles. Y ahí estaba Gil Parrondo, descubriendo localizaciones o colaborando en los diseños de los escenarios de 55 días en Pekín (55 Days in Pekin; Nicholas Ray, 1963) o de La caída del imperio romano (The Fall of the Roman Empire; Anthony Mann, 1964). <<Yo he trabajado en todas las películas de Bronston, desde la primera, desde John Paul Jones, hasta la última, incluso en algunas que no se hicieron. Afortunadamente porque fue para mí una gran experiencia y guardo un recuerdo glorioso de Bronston>> (Directores artísticos del cine español). Su participación en estas películas no siempre fue acreditada en la pantalla, aunque le dio la proyección internacional necesaria para que otros realizadores contasen con su presencia. Ganador de cuatro premios Goya, todos ellos por filmes de José Luis Garcí (con quien colaboró en mayor número de ocasiones), Parrondo fue el primer profesional español en ganar un Oscar de la Academia Cinematográfica de Hollywood. A su premio por Patton (Franklin J. Schaffner, 1970) le siguió un segundo por sus decorados en Nicolás y Alejandra (Nicholas and Alexandra; Franklin J. Schaffner, 1971), incluso volvería a ser candidato a la estatuilla dorada al año siguiente por Viajes con mi tía (Travels with My Aunt; George Cukor, 1972). Pero, aunque los premios alegran, lo importante para él fue que pudo dedicar su vida a los decorados y a las películas.
Premios y reconocimientos
Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor dirección artística por Jeromín
Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor dirección artística por El fantástico mundo del doctor Coppelius
Premio Nacional del Sindicato del Espectáculo a los mejores decorados por El fantástico mundo del doctor Coppelius
Oscar a la mejor dirección de arte por Patton
Oscar a la mejor dirección de arte por Nicolás y Alejandra
Nominado al Oscar a la mejor dirección de arte por Viajes con mi tía
Premio Nacional del Sindicato del Espectáculo a los mejores decorados por Don Quijote cabalga de nuevo
Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1983
Goya al mejor dirección artística por Canción de Cuna
Premio Almería, Tierra de Cine en 1997
Nominado al Goya al mejor dirección artística por El abuelo
Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España en 1999
Goya a la mejor dirección artística por You're the One
Nominado al Goya a la mejor dirección artística por Historia de un beso
Ganador del Goya a la mejor dirección artística por Tiovivo c.1950
Ganador del Goya a la mejor dirección artística por Ninette
Nominado al Goya a la mejor dirección artística por Luz de domingo
Nominado al Goya a la mejor dirección artística por Sangre de mayo
Medalla de Oro de la Provincia de Almería en 2009
Premio Ricardo Franco 2014 en el Festival Internacional de Cine de Málaga
Bibliografía
Belinchón, Gregorio. Gil Parrondo, el legado de una leyenda de cine. El País, 2-10-2017 Gorostiza, Jorge. Directores artísticos del cine español. Cátedra/Filmoteca Española, Madrid, 1997
Matellano, Víctor. Decorados, Gil Parrondo. T&B Editores/Ayuntamiento de Talamanca de Jarama, Madrid, 2008