La mayoría de las producciones sonoras de Cecil B.DeMille se inician con un narrador que introduce el lugar y el tiempo en el que se desarrollan tramas que, por norma general, se sitúan en el pasado. En este aspecto Las cruzadas (The Crusades) no es una excepción, como sí lo son Por el valle de las sombras (The Story of Dr.Wassell, 1944) o El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on the Earth, 1952). Tampoco presenta novedades en su puesta en escena, que arranca con una explicación que ubica la acción en el siglo XII, en Tierra Santa, aunque las imágenes no tardan en trasladarse a suelo europeo, después de que el ermitaño interpretado por C.Aubrey Smith advierta a Saladino (Ian Keith) que regresará con miles de guerreros cristianos para recuperar Jerusalén, en ese instante en manos del líder sarraceno. De los reinos que se embarcan en la cruzada filmada por DeMille, Francia e Inglaterra asoman en la pantalla en una sucesión de escenas que el cineasta empleó para esbozar la rivalidad y las personalidades de sus respectivos mandatarios, pero lo que pudo ser una aventura histórica con grandes dosis de épica e intriga no tardó en convertirse en una película de corte romántico. El personaje femenino de mayor entidad, Berenguela (Loretta Young), hija del rey Sancho VI de Navarra, se da a conocer a la llegada de los cruzados al puerto de Marsella, donde la descubrimos enamorada de la imagen idealizada de Ricardo I de Inglaterra (Henry Wilcoxon). No obstante, la realidad de su primer encuentro le depara la desilusión de observar a un soberano vulgar y carente de realeza, que antepone sus deseos e intereses a cualquier causa que no sea la suya. Dicha circunstancia queda confirmada en dos momentos puntuales: el primero en la escena en la que jura fidelidad a la cruzada, juramento que le permite romper con su compromiso matrimonial con Alicia (Kathleen DeMille) (hermana del rey francés), y el segundo cuando toma como esposa a Berenguela, a quien ni conoce ni desea conocer, pero a quien se une porque el enlace le garantiza los recursos necesarios para abastecer a sus tropas durante la campaña en Tierra Santa.
Presentados los personajes, conflictos e intrigas, la historia regresa a oriente para recrear la tensión que surge a raíz de la relación de la pareja protagonista, que va desde el rechazo y desprecio inicial de Ricardo hacia su prometida, envía a Blodel (Alan Hale) como custodio de la espada real que lo representa durante la ceremonia nupcial, hasta que asume su amor por la princesa navarra. Esta aceptación sentimental implica un cambio en la actitud del soberano, que lo encara con los líderes cristianos instigados por Conrado de Montferrat (Joseph Schildkrant) para minar el liderazgo del inglés. Como consecuencia, la lucha del monarca británico se desarrolla en dos frentes, aunque estos enfrentamientos pierden presencia en beneficio del triángulo amoroso que surge cuando Saladino conoce a la joven reina. Quizá en este personaje se encuentre lo más llamativo de Las cruzadas, ya que DeMille no lo simplificó como sí lo hizo con otros antagonistas (basados en personajes reales) que habitan en sus películas históricas (sea el caso de Nerón en El signo de la cruz o el de Ramsés en Los diez mandamientos). A Saladino se le confiere nobleza, comprensión y sabiduría, características que lo elevan por encima de Ricardo, rudo, egoísta y despectivo, aunque este, al igual que el personaje encarnado por Fredrich March en El signo de la cruz (The Sign of the Cross, 1932), evoluciona hacia el hombre romántico que olvida su ego en favor de los sentimientos que Berenguela despierta en él, emociones similares a las que el líder sarraceno siente por la reina de origen navarro, y que deparan la típica relación a tres bandas muy del gusto del realizador de Los diez mandamientos (The Ten Commandments, 1923), una relación que supera en importancia argumental a la épica, apenas existente, a la intriga en la sombra y a la cruzada que da título a una película poco fluida.
Presentados los personajes, conflictos e intrigas, la historia regresa a oriente para recrear la tensión que surge a raíz de la relación de la pareja protagonista, que va desde el rechazo y desprecio inicial de Ricardo hacia su prometida, envía a Blodel (Alan Hale) como custodio de la espada real que lo representa durante la ceremonia nupcial, hasta que asume su amor por la princesa navarra. Esta aceptación sentimental implica un cambio en la actitud del soberano, que lo encara con los líderes cristianos instigados por Conrado de Montferrat (Joseph Schildkrant) para minar el liderazgo del inglés. Como consecuencia, la lucha del monarca británico se desarrolla en dos frentes, aunque estos enfrentamientos pierden presencia en beneficio del triángulo amoroso que surge cuando Saladino conoce a la joven reina. Quizá en este personaje se encuentre lo más llamativo de Las cruzadas, ya que DeMille no lo simplificó como sí lo hizo con otros antagonistas (basados en personajes reales) que habitan en sus películas históricas (sea el caso de Nerón en El signo de la cruz o el de Ramsés en Los diez mandamientos). A Saladino se le confiere nobleza, comprensión y sabiduría, características que lo elevan por encima de Ricardo, rudo, egoísta y despectivo, aunque este, al igual que el personaje encarnado por Fredrich March en El signo de la cruz (The Sign of the Cross, 1932), evoluciona hacia el hombre romántico que olvida su ego en favor de los sentimientos que Berenguela despierta en él, emociones similares a las que el líder sarraceno siente por la reina de origen navarro, y que deparan la típica relación a tres bandas muy del gusto del realizador de Los diez mandamientos (The Ten Commandments, 1923), una relación que supera en importancia argumental a la épica, apenas existente, a la intriga en la sombra y a la cruzada que da título a una película poco fluida.