martes, 17 de diciembre de 2013

La muerte de vacaciones (1934)


Como otros directores contemporáneos a su época, Mitchell Leisen aprendió el oficio durante el periodo silente, en su caso dedicándose a diseñar decorados o vestuarios en clásicos como Robin de los bosques (Allan Dwan, 1922), El ladrón de Bagdad (Raoul Walsh, 1924) o Dinamita (Cecil B. DeMille, 1929). De ese modo fue familiarizándose con el medio en el que llegó a ser jefe de decorados de la Paramount y un realizador destacado durante los años treinta y cuarenta. Su debut en la dirección se produjo en 1933, con la versión inglesa de Canción de Cuna, y un año después rodó la que podría considerarse su primera gran película. En La muerte de vacaciones (Death Takes a Holiday, 1934) adaptó la pieza teatral de Alberto Casella, y en ella la muerte (Fredric March), dominada por la curiosidad que le provoca el miedo que produce en los humanos, decide tomarse tres días libres para comprender el por qué de ese rechazo que no se explica. ¿Y por qué no se toma un año sabático, diez o cien para comprender que el miedo forma parte de la condición humana, que teme a la muerte a pesar de saber que esta es una consecuencia inevitable de la vida? Aunque si uno se atiene a la película, durante su periodo vacacional nadie tendría que preocuparse por ella, pues, como se observa en un momento puntual, los decesos se interrumpen al descubrir a la parca ociosa en el seno de una familia de la aristocracia en la que solo el patriarca (Guy Standing) conoce su verdadera identidad. Pero a medida que avanzan las horas, durante las cuales se humaniza, la intención primigenia de la Desconocida se diluye para dar paso a la búsqueda del amor y al descubrimiento de la fugacidad del momento, cuando comprende que no le queda tiempo para encontrar aquello que anhela. De ese modo, el extraño intuye parte del significado de la brevedad del tiempo humano, el mismo que sus anfitriones desaprovechan entre fiestas y lujos que crean el vacío en Grazia (Evelyn Venable), pues esta joven desea otro tipo de existencia, una que la aparte de la insatisfacción que le domina desde la primera imagen del film.


Aunque cuente con algún momento cómico, La muerte de vacaciones 
poco o nada tiene que ver con las posteriores comedias de Leisen, aquellas que contaron con los guiones de cineastas como Preston SturgesCharles Brackett o Billy Wilder, que poseían una acidez y un ritmo que no se encuentran en esta fantasía romántica de elegante puesta en escena, y que en ocasiones no logra ocultar su origen teatral, quizá debido a cierta teatralidad en las interpretaciones o a la propia adaptación cinematográfica, en la que intervino el dramaturgo Maxwell Anderson. Pero eso no empaña los aciertos de esta película en la que la muerte debe asimilar las costumbres de los humanos, a las cuales no estaría habituado, como tampoco lo estaría a la idea que se apodera de su pensamiento (ser amado por quien es), la cual marca su comportamiento y su relación con el entorno donde descubre el rechazo y la atracción que su presencia provoca entre los mortales.

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