Aparte de una ingeniosa y sutil sátira de la sociedad de la televisión, Bienvenido Mr. Chance (Being There, 1979) fue un punto de inflexión en la carrera de Hal Ashby tras las cámaras. A partir de esta película, en la que adaptaba el no menos ingenioso libro de Jerzy Kosinski —también responsable del guion—, y debido a sus excentricidades y a sus excesos, no volvería a repetir los éxitos vividos durante la década de 1970 con títulos como Harold y Maud (Harold and Maud, 1971), El último deber (The Last Detail, 1974), Shampoo (1975), El regreso (Coming Home, 1978) o esta tragicomedia en la que su peculiar protagonista triunfa dentro de una sociedad que, siendo infantil y devoradora de sí misma, presume de avanzada e inteligente. El mundo de Chance Gardiner (Peter Sellers), llamado así por la casualidad y el jardín que cuida desde lo que para él sería siempre, se ve limitado por una discapacidad intelectual heredada y por los muros de la mansión en la que ha vivido desde niño. Allí se le observa silencioso, ajeno a cuanto no sea pulsar los botones de su querido mando a distancia, de su también querido televisor —su ventana al mundo y el espejo de sí mismo—, cuidar el jardín o sacar brillo al lujoso automóvil que no le pertenece, y al que nunca ha subido. Pero con la muerte de su protector y las cuestiones legales derivadas de la defunción, su tranquila monotonía recibe la visita de una pareja de abogados que, al no poder justificar la presencia del jardinero, le invitan a abandonar la protección conocida. Por primera vez, Chance sale al exterior, a un entorno por donde deambula desprotegido. Lo hace a ritmo de una versión “disco” de Así habló Zarathustra, en un guiño a los primates de 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968) en su primer paso hacia la humanización. Paraguas en mano, también Chance da su primer y su segundo paso en un espacio que desconoce y que todavía no domina, un espacio caótico, de crisis económica y social, donde la mediocridad se imponen en la pequeña pantalla y la violencia hace lo propio en las calles, aunque él lo interpreta desde su desconocimiento y su limitada comprensión del medio, la misma limitación que le permite triunfar entre y sobre las mentes privilegiadas de la sociedad.
sábado, 30 de noviembre de 2013
Bienvenido Mr. Chance (1979)
jueves, 28 de noviembre de 2013
¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988)
miércoles, 27 de noviembre de 2013
El número 17 (1932)
Alfred Hitchcock se refirió a El número 17 (Number Seventeen) como un desastre, sin embargo esta afirmación, recogida en las entrevistas que mantuvo con François Truffaut, puede resultar algo exagerada. Si bien queda patente que El número 17 no se encuentra entre sus mejores trabajos británicos (El hombre que sabía demasiado, 39 escalones o Alarma en el expreso), sí contiene momentos destacados como sería su parte final, cuando la acción abandona el sombrío caserón donde transcurre la mayor parte de la trama y se lanza a una vertiginosa persecución, en la que se observan las maquetas de un tren, donde viajan los supuestos ladrones, y la del autobús que el héroe se agencia para perseguirlos. Además, y a pesar de que a Hitchcock no le faltase razón al criticar su puesta en escena, esta destaca por su desarrollo cronológico, delimitado en un tiempo que encaja con la duración del metraje. En poco más de una hora real para el espectador y para los personajes, estos se reúnen alrededor de las once de la noche entre las sombras de la vivienda para dar rienda suelta a la intriga, embrollada e irregular, y a la comedia, que prevalece sobre el suspense que se inicia cuando se produce el encuentro entre Ben (Leon M.Lion) y el hombre (John Stuart) que le descubre al lado de un cadáver. En Ben, un infeliz que busca cobijo en el interior del edificio, recae la comicidad, ya que en todo momento se le muestra como un pícaro que intenta convencer a su acompañante de que él nada tiene que ver con la muerte del policía, cuyo cuerpo no tarda en desaparecer. Mientras, su acompañante, que se mantiene en el anonimato, se comporta como si fuese un investigador que no ha llegado por casualidad a ese espacio dominado por la oscuridad, al que posteriormente acceden otros individuos. Con la aparición de una joven (Ann Casson) se desvelan algunos aspectos de la trama, ya que afirma ser la hija de un inspector de policía que se citó en ese mismo lugar con el famoso detective Burton, pues entre ambos pretendían resolver un caso relacionado con un collar de diamantes robado. A partir de ese instante la intriga, en su intento por crear un suspense que nunca llega a funcionar por completo, se vuelve confusa; sin embargo, si se deja a un lado que El número 17 fue realizada por un maestro del género, se puede disfrutar sin complejos y sin caer en comparaciones que resaltarían los defectos de esta entretenida propuesta anterior al mejor Hitchcock.
lunes, 25 de noviembre de 2013
Los jueves, milagro (1957)
Aunque en la España de la dictadura franquista no existió un movimiento cinematográfico de carácter realista ni social, sí hubo directores y guionistas que agudizaron el ingenio para mostrar parte de los defectos, efectos y afectos de una sociedad dominada por la carestía, la religiosidad y por una ideología nada proclive a permitir que sus miserias saliesen a relucir en la pantalla. Sin embargo, la censura no supo o no pudo impedir que cineastas como Luis García Berlanga afinasen su puntería crítica y su sana ironía en comedias en las que satirizaron con alegría y lucidez, y dosis de entrañable “mala leche”, la realidad de un país condicionado por su presente, entre el encierro en sí mismo y la necesidad de evolución. Dentro de este marco espacio-temporal, donde confluyen tradición, doble moralidad, humor y picaresca, se descubre a los representantes de las fuerzas vivas de Fontecilla, antaño localidad orgullosa de sus aguas medicinales, pero en el presente de Los jueves, milagro (1957) desolada ante la falta de visitantes. Esta precaria situación afecta a la economía de los vecinos más influyentes del lugar, que, conscientes de la inutilidad de rezar, a la espera de que se produzca un milagro, deciden inventarse uno que atraiga en masa a los turistas, y el dinero que guardan en sus bolsillos, porque dinero es el objetivo perseguido por los honrados pilares de un pequeño pueblo que por momentos recuerda al Villar del Río de ¡Bienvenido, Mister Marshall! (1952).
domingo, 24 de noviembre de 2013
La venganza de Don Mendo (1961)
sábado, 23 de noviembre de 2013
Eloísa está debajo de un almendro (1943)
El humorismo, el ingenio, la imaginación y la vanguardia de Enrique Jardiel Poncela se unían a influencias cinematográficas y a su minuciosa búsqueda del chiste y de los diálogos perfectos para no dejar nada al azar. No cabe duda que perseguía el éxito y lo obtuvo, pero lo hizo con un estilo propio que conectó con el público, agradecido ante un humor cercano al absurdo. Y ahí residió parte de su éxito en saber conectar con el gusto popular sin renegar a sus intereses creativos. Es innegable que fue una de las figuras más destacadas del teatro español, modernizándolo con un humor que iba un paso más allá, y que evoluciona otro en Miguel Mihura. Esta conexión entre lo popular y lo personal también puede aplicarse a sus novelas e incluso a las adaptaciones cinematográficas de sus obras. Jardiel Poncela apuesta por las situaciones inverosímiles en las que se descubren a personajes extravagantes e ilógicos como los que pueblan Eloísa está debajo de un almendro (1943), destacada adaptación realizada por Rafael Gil, en la cual, como sucede en el texto original, se mezcla misterio y humor, aunque lo primero sería una excusa para alcanzar lo segundo.
La puesta en escena desarrollada por Rafael Gil se inicia en Bélgica en lugar de la sala de cine donde se desarrolla el prólogo de la obra teatral, esta opción presenta directamente a Fernando Ojeda (Rafael Durán) durante la entrega del diploma que certifica que ha terminado sus estudios en un país donde ha pasado los últimos años. La larga ausencia de su tierra natal provoca su total desconocimiento de cuanto ha sucedido en el hogar adonde regresa para encontrarse con un espacio que remite al cine de terror de los estudios Universal de la década de 1930. Pero ese decorado resulta uno de los aciertos del film, ya que potencia la atmósfera surrealista en la que se descubre al joven cuando regresa al castillo familiar, donde ni falta un laboratorio ni un científico que parece no estar en sus cabales, y que, para más señas, resulta ser su tío Ezequiel (Alberto Romea). Por lo visto, la locura es algo congénito en la familia Ojeda, cuestión que preocupa a Fernando a partir de la lectura de la carta en la que su difunto padre le explica el por qué de su suicidó. Pero además, en esas mismas líneas, también le pide que descubra al asesino de la mujer que amaba. Este hecho decide al muchacho para presionar a su tío, y éste le habla de los Briones, otra familia que parece haber perdido el norte al mismo tiempo que la suya. De ese modo las imágenes se trasladan a la recargada mansión de los Briones, donde se desarrolla el primer acto en el original y donde el muchacho descubre a Edgardo (Juan Espantaleón), el patriarca, encamado por voluntad propia desde hace años; aunque en ocasiones se permite el lujo de viajar por España en compañía de su criado Fermín (Joaquín Roa), necesario para convertir el lecho en el coche cama que recorre el país por una vía imaginaría en la que no falta de nada. Por si fuera poco, entre las sombras, agazapada tras la ventana, se descubre a la tía Micaela (Ana de Siria), que solo abandona su habitación por la noche, y en compañía de dos mastines que le confieren un aspecto ciertamente inquietante. Asimismo se puede escuchar a su dama de compañía (Angelita Navalón) preguntando y respondiéndose sin permitir que nadie más intervenga en su rápido e inconexo diálogo. Mas por este hogar también transitan la tía Clotilde (Guadalupe Muñoz Sanpedro), por quien Ezequiel bebe los vientos, o Mariana (Amparo Rivelles), la hermosa joven que resulta ser la viva imagen del retrato de la mujer que amaba el padre de Fernando. Eloísa está debajo de un almendro se mantiene fiel a la imaginativa obra de Jardiel Poncela, plasmando sus diálogos y el enredo absurdo en el que se descubre a las dos familias, a cada cual más desquiciada, mientras los más jóvenes se enamoran; o puede que no, ya que por momentos la bella Briones se muestra hostil al creer que su enamorado puede resultar un tipo corriente sin nada que ocultar. Como consecuencia del continúo ahora te quiero ahora te detesto de la muchacha, Fernando la secuestra y la lleva su fantasmagórico castillo, donde finalmente se resuelven los misterios que dan rienda suelta a la fantasía cómica sobre la que se sustenta el film.
El mayor y la menor (1942)
La estancia de Billy Wilder en Francia fue fugaz, aunque suficiente para que debutase en la realización con Mauvaise graine (1934). Aquel primer contacto con la dirección asoma anecdótico en el conjunto de su obra, aparece como un precedente que no permite vislumbrar al cineasta que llegaría a ser años después, cuando, ya asentado en Hollywood, filmó El mayor y la menor (The Major and the Minor, 1942), su primera farsa estadounidense. Wilder llegó a la localidad californiana con la intención de abrirse camino como guionista, oficio que había desempeñado en Berlín, escribiendo entre otras Gente en domingo (1929) y Emil y los detectives (1931). Sus primeros pasos en Hollywood lo llevaron a trabajar en la Fox, aunque fue en Paramount Pictures donde el jefe de departamento de guiones le presentó a Charles Brackett, quien desde entonces, y hasta El crepúsculo de los dioses (1950), sería su colaborador habitual. A Brackett y a Wilder les encargaron escribir La octava mujer de Barba Azul (Ernst Lubitsch, 1938), título que inició una serie de exitosos guiones que fueron trasladados a la pantalla por Lubitsch en Ninotchka (1939), Howard Hawks en Bola de fuego (1941) y Mitchell Leisen en Medianoche (1939), Adelante, mi amor (1940) y Si no amaneciera (1941). Los resultados fueron excelentes, aunque este último cineasta fue señalado por Preston Sturges y por Wilder como el responsable directo de sus decisiones de dirigir sus propios guiones. En el caso del centroeuropeo, las diferencias se produjeron sobre todo a raíz de la adaptación que Leisen realizó de Si no amaneciera, debido a cambios en algunas escenas que indignaron al guionista hasta el punto de presionar a la Paramount para que le permitiesen rodar sus escritos. Conscientes de la buena acogida del debut de Sturges en la dirección con El gran McGuinty (1940) y de la importancia de mantener en nómina a un guionista del talento de Wilder, los responsables del estudio accedieron, convencidos de que el fracaso en su aventura provocaría que el escritor retomase su lugar en la planta cuarta. Sin embargo El mayor y la menor resultó un éxito comercial gracias al reclamo popular de Ginger Rogers y Ray Milland (dos de las estrellas de la Paramount) y a que su inexperto realizador supo disfrazar su irónica mirada bajo un manto de comercialidad; de modo que la buena acogida del film propició que Wilder pudiese continuar rodando sus historias de engaños y engañados, sus farsas sobre sueños y fracasos, sobre gente corriente como Susan Applegate (Ginger Rogers). Al igual que en la hilarante Con faldas y a lo loco (1959), El mayor y la menor parte de la confusión de identidad de personajes que se disfrazan para subir a un tren, aunque en este caso sea una y no dos. Susan o Su-Su es la primera farsante wilderiana, la primera de tantas que emplea la mentira para conseguir el fin que persigue, aunque el suyo sea tan insignificante como el billete de tren que le permita alejarse de la decepción que ha supuesto su estancia en Manhattan. No obstante, cuando llega a la estación descubre que no tiene dinero suficiente para pagar el billete de adulto. Pero es una mujer de recursos y, en lugar de desanimarse, descubre que los niños pagan la mitad y ahí encuentra la solución: será una niña de doce años. Se cambia de ropa, se hace dos trenzas, roba un globo, contrata a un padre de pega por veinte centavos y, con los dólares que le entrega, este le compra el tique a precio reducido y, como buen bribón, se queda con el cambio. La ayuda en las películas de Wilder no es gratuita, es interesada, muestra como unos se aprovechan de las necesidades de otros, pero permite a la protagonista tomar el tren, fumarse un cigarrillo en la plataforma y esconderse en el compartimento del mayor Phillip Kirby (Ray Milland) para escapar de los revisores que la persiguen. El oficial se muestra amable, quizás demasiado, con quien supone una niña, supuesto que Pamela (Rita Johnson) no comparte cuando, a la mañana siguiente, sube al vagón para dar una sorpresa a su prometido y es ella quien se sorprende al encontrarse a una mujer entre las sábanas del oficial. El malentendido la enfurece, del mismo modo que al coronel Hill (Edward Fielding), su padre y oficial superior del inocente que, en el pasillo del tren, no logra explicarse el por qué del enfado de su novia. Poco después comprende la razón del furioso comportamiento de Pamela, y pide a la pequeña Su-Su que le acompañe a la academia para que allí aclare que tiene doce años y que él solo le ofreció un lugar donde descansar. Pero en la escuela la presencia de la supuesta niña estimula a los jóvenes cadetes, que contentos con la novedad se la reparten por horas, inconscientes de que se trata de una adulta que se ha enamorado de ese mayor que empieza a sentir cierta predilección por la joven. En este punto, la mirada de Wilder resulta corrosiva, desvela su burla a un adulto atraído por una menor -atracción que se confirma en el despacho donde él le advierte, quizá por celos, quizá por paternalismo, de los peligros de la adolescencia-, aunque, en realidad, se trate de una adulta que se ha visto obligada a engañar y a mantener su engaño, y a quien tampoco le cuesta emplear sus encantos femeninos y seducir a los cadetes de la centralita de la academia para lograr su objetivo, aunque este no sea para ella, sino para el mayor, maduro, ingenuo y tal vez enamorado de una niña de su edad.
jueves, 21 de noviembre de 2013
El silencio del mar (1949)
En 1942, bajo el seudónimo Vercors, Jean Bruller publicó clandestinamente Le silence de la mer. Años después, en 1947 —aunque no sería estrenada hasta 1949—, la novela fue adaptada por Jean-Pierre Melville en su primer largometraje como director, que también produjo, escribió y montó. Aunque se trate de su primer largo, en Le silence de la mer (1947) se aprecia en toda su dimensión la atípica y personal mirada de Melville, un cineasta que, a lo largo de su carrera, empleó sombras, silencios, miradas o soledades para profundizar en el alma de sus personajes. Estas constantes generan la atmósfera triste e intimista, de gran belleza simbólica, que domina en una película marcada por la lentitud del tiempo que tres personajes comparten en el interior de la sombría estancia donde se desarrolla una relación distante que, poco a poco, se convierte en parte de ellos. Le silence de la mer se abre con la imagen de una maleta en cuyo interior se descubre un ejemplar de ese texto prohibido durante la ocupación, y cuya historia se desarrolla en 1941, cuando los alemanes ocupan Francia y se alojan en las viviendas de ciudadanos franceses, sin que estos puedan evitar su presencia.
martes, 19 de noviembre de 2013
Caso clínico en la clínica (1964)
Los inicios cinematográficos de Frank Tashlin se produjeron en cortos animados rodados en los años treinta, entre ellos destacan los de la serie Looney Tunes con Porky de protagonista. Durante la década siguiente continuó realizando cortometrajes de animación hasta que, a comienzos de los cincuenta, debutó en el largometraje de imagen real. A partir de ese momento se decantó por la comedia, género en el que dirigió a actores como Robert Cummings, Bob Hope o Tony Randall. Sin embargo fue en su colaboración con Jerry Lewis cuando perfeccionó su universo cómico, aquél en el que se descubre su humor visual, absurdo, imaginativo y sarcástico. Su periplo común se inició en 1955 con Artistas y Modelos (Artists and Models) y concluyó nueve años después en Caso clínico en la clínica (The Disorderly Orderly), quizá, junto con Lío en los grandes almacenes (Who's Minding the Store), la mejor muestra del humor desarrollado en sus colaboraciones. En ella, una vez más, el personaje interpretado por Lewis se presenta como un soñador cuya inseguridad y torpeza crean las abundantes situaciones surrealistas, delirantes y divertidas que componen la película, y de las que Tashlin se valió para ironizar sobre el ámbito en el que se desarrolla. Caso clínico en la clínica se ubica en un centro sanitario donde no se mira por la salud o por el enfermo, sino por el dinero que éste pueda proporcionar a la entidad; de ese modo, además de la comicidad, existe una visión nada favorecedora del sistema sanitario, aunque en este punto Tashlin optó por que fuese el propio enredo el que se hiciese cargo de resaltar las carencias de un sistema donde prevalecen los intereses económicos por encima del paciente. El absurdo se crea a raíz de la empatía física que sufre Jerome (Jerry Lewis) cuando contempla el dolor ajeno, cuestión que le genera los mismos síntomas que padecen los enfermos y le aparta de la posibilidad de convertirse en médico. A pesar de dicha dolencia psíquica, el aprensivo trabaja como auxiliar en esa lujosa clínica donde, entre torpeza y torpeza, mantiene relación casi sentimental con Julie (Karen Sharpe) (una enfermera que ve más allá de la aparente torpeza del auxiliar) y otra materno-filial con la directora del centro (Glenda Farrell), quien no esconde su admiración por la entrega y la generosidad de su protegido, aunque sean esas mismas cualidades las que crispan los nervios de la enfermera Higgins (Kathleen Freeman). Mientras emplea su talento para provocar situaciones caóticas, el bueno de Jerome intenta arreglar el desorden emocional que le domina desde que sufrió un desengaño amoroso, aunque menos dramático que el padecido por la mujer que ingresan en el centro. El intento de suicidio de Susan (Susan Oliver) vino provocado por los engaños en su matrimonio, que le han robado la ilusión de amar o de ser amada y la han convertido en una persona desencantada. Esta decepción vital, que el auxiliar escucha a escondidas, le convence para ayudarla, aunque no porque se trate de aquella misma chica de quien se enamoró en el pasado sin que ella supiese de su existencia. Entre los gags en los que Lewis da rienda suelta a su histrionismo y a su particular humor, su personaje se muestra como un ser generoso, sin malicia alguna, que se desvive por complacer a cuantos le rodean en un entorno en el que cada uno se preocupa de sí mismo, como confirma su relación laboral con la enfermera Higgins o con los pacientes a quienes atiende, y en particular con Susan, que se comporta con él de modo cruel, sin saber que el muchacho trabaja a destajo para poder pagar su estancia en un sanatorio donde el jefe del consejo (Everett Sloane) se muestra tajante en cuanto a la política de la empresa, aquélla que defiende el quien no paga no tiene cama, y que da pie a un gag final digno del mejor slapstick del periodo silente.
El monstruo (1994)
Años antes de alcanzar el reconocimiento internacional con La vida es bella (La vita é bella, 1997), Roberto Benigni había participado en varias películas de Jim Jarmusch, protagonizado el último film de Federico Fellini, encarnado al hijo del inspector Clouseau en El hijo de la pantera rosa (Blake Edwards, 1993) y desarrollado una exitosa carrera en su país natal como director, guionista y actor de comedias en las que las confusiones, creadas por y alrededor de su personaje, generan momentos de elevada comicidad. Una de sus producciones más conocidas de esta etapa es El Monstruo (Il mostro, 1994), en la que una vez más contó con Nicoletta Braschi como pareja protagonista y con Vincezo Cerami como coguionista, rol que el escritor desempeñó desde Soy el pequeño diablo (Il piccolo diavolo, 1988) hasta El tigre y la nieve (La tigre e la neve, 2005). El monstruo parte del equívoco que se produce al inicio del film, tras el cual una mujer acude a la policía para denunciar lo que ella considera un intento de violación y asesinato, convencida de que se trata del psicópata que ha descuartizado a dieciocho mujeres. Desde ese instante Loris (Roberto Benigni) se convierte en el objetivo de la policía, que, segura de su culpabilidad y deseosa de acabar con las muertes y el pánico, lo mantienen bajo estricta vigilancia. Este hecho genera la confusión en las fuerzas del orden, al interpretar las excentricidades del sospechoso como parte de los actos de una mente perturbada y sádica. Como consecuencia se le encarga a la agente Jessica Rossetti (Nicoletta Braschi), única voluntaria, que contacte con el supuesto psicópata para que estimule a la bestia que habita en él, y de ese modo atraparlo. El monstruo está repleta de momentos de gran hilaridad, que surgen de los equívocos, de la inusual personalidad del sospechoso o de su manera de entender un entorno en el que sobrevive gracias a su picaresca, aunque ésta no le sirve con la mujer a quien, para conseguir algo de liquidez, alquila una de las habitaciones de un piso que no puede pagar. Mientras Jessica se pasea ligera de ropa por la casa, en un intento desesperado por despertar al monstruo, se produce el inevitable acercamiento entre ellos, aunque éste se ve entorpecido por las órdenes recibidas y por la insistencia del psiquiatra del cuerpo (Michel Blanc), que en todo momento muestra mayor desequilibrio que ese falso culpable que evita caer en la tentación pensando en la inflación y en el producto interior bruto, al tiempo que aguarda pasar el examen de chino que podría sacarle de la crisis en la se encuentra inmerso desde mucho antes de tener que sufrir el extraño comportamiento de la agente, del "loquero" y de la esposa de este (Dominique Lavanant).
domingo, 17 de noviembre de 2013
Casanova (1976)
Doctor Mabuse (1922)
jueves, 14 de noviembre de 2013
Torpedo (1958)
Producida por la Hecht-Hill-Lancaster Productions (productora creada en la década de los cincuenta por Harold Hecht, James Hill y Burt Lancaster), Torpedo (Run Silent, Run Deep) contó con la siempre estimable dirección de Robert Wise, además de contar con la participación de Clark Gable (una de las leyendas del Hollywood clásico) en el papel del oficial que da réplica al interpretado por Lancaster, quien paso a paso se iba haciendo un hueco entre los grandes actores del cine estadounidense. Torpedo, la mejor de las tres producciones bélicas realizadas por Wise, expone a la perfección las limitaciones físicas y psíquicas inherentes al espacio reducido y claustrofóbico donde se produce el rechazo y la admiración entre los dos oficiales de marina interpretados por Gable y Lancaster. Dicho enfrentamiento nace de la decisión del almirantazgo de poner a Richardson (Clark Gable) al mando del submarino que el teniente Jim Bledsoe (Burt Lancaster) confiaba capitanear, después de un año como segundo de abordo, algo que la dotación también daba por hecho. Sin embargo, y a pesar de su petición de traslado, el teniente debe acatar la decisión y ponerse a las órdenes de un capitán obsesionado con la idea que le ha dominado durante los meses que le han mantenido apartado del servicio activo. En este punto, el inicio del film resulta vital para comprender la obsesión de Richardson, ya que en ese instante inicial, que precede al título de la película, el submarino que comanda es hundido por un buque japonés. Tras la imagen de los restos del navío la acción avanza un año para mostrar al comandante en su despacho, desesperado ante la noticia de que en los estrechos de Bungo (el mismo lugar del séptimo sector donde su nave fue alcanzada) los japoneses acaban de hundir a un cuarto sumergible. Este hecho le convence para presentarse (fuera de pantalla) ante el mando y lograr que le reincorporen al servicio activo, enviándole al submarino donde la tripulación muestra su malestar al considerarle responsable de que Bledsoe, hombre al que conocen y en quien confían, no haya asumido la capitanía. La relación entre el segundo y su superior se mantiene dentro del código militar, aunque en ocasiones se aprecia en el teniente el deseo de expresar opiniones o sentimientos enfrentados que se guarda para sí. Durante los primeros compases de la travesía el capitán se muestra exigente con la tripulación, a la que somete a un constantemente entrenamiento para un fin que, salvo el segundo, nadie parece sospechar. Torpedo destaca por ser uno de los films de submarinos que sentaron las bases del subgénero, pero también por su sobria puesta en escena, que gira en torno a la tensa relación que mantienen los oficiales (y la de estos con la tripulación), que alcanza su punto límite después de sufrir el inesperado ataque japonés en los estrechos a los que, desobedeciendo las órdenes recibidas, Richardson accede para llevar a cabo su malogrado propósito. Tras el ataque, el capitán cae enfermo, aún así no desiste en su empeño de hundir el buque que le obsesiona, hecho que provoca que Bledsoe asuma sus propias decisiones y le releve del mando. Esta acción no solo implica el traspaso de poderes o responsabilidades, sino también el de intenciones, pues el teniente descubre la posibilidad de alcanzar el objetivo que el moribundo se ha fijado como su razón de ser; y en ese momento final también se convierte en su meta y en la de toda la dotación.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Missing (Desaparecido) (1982)
Desde Z (1969), su tercer largometraje como director, la obra fílmica de Costa-Gavras se decanta por una postura de denuncia ante situaciones que permiten o fomentan injusticias que van desde la corrupción de estamentos políticos o sociales hasta la violación de derechos colectivos e individuales. Dicha constante le ha convertido en uno de los máximos exponentes de un cine comprometido, que guarda en común la crítica hacia comportamientos ideológicos opresivos e intolerantes como los expuestos en sus películas europeas —Z (1969), La confesión (L’aveu, 1970), Estado de sitio (État de siège, 1972) o Sección especial (Section spéciale, 1975)— o en sus producciones estadounidenses —Missing (1982), El sendero de la traición (Betrayed, 1987) o La caja de la música (Music Box, 1989). Missing (Desaparecido), su primera realización hollywoodiense, no resultó del agrado de ciertos sectores conservadores, sin embargo obtuvo la Palma de Oro en Cannes y fue nominada en varias categorías de los premios Oscar, lo que posibilitaría que Costa-Gavras volviese a rodar en Estados Unidos. La película narra un hecho real acontecido a principios de la década de los setenta, en concreto en septiembre de 1973, cuando el presidente electo Salvador Allende fue derrocado como consecuencia del levantamiento militar tras el que se impuso un régimen dictatorial que sustituyó las libertades básicas por la represión, la violencia, el control o la desaparición de personas como Charles Horman (John Shea), el joven estadounidense que se convierte en un damnificado más de entre los miles de la situación político-social que Ed Horman (Jack Lemmon) ignora cuando llega a Chile para encontrar a su hijo desaparecido. En Horman padre, hombre de negocios de mediana edad, se descubren el conservadurismo y el escepticismo con los que aterriza en Santiago, donde muestra sus dudas al respecto de las palabras de Beth (Sissy Spacek), su nuera, pues no las tiene todas consigo de que su vástago haya sido víctima de una detención ilegal o de malos tratos. En ese instante, el personaje interpretado por Jack Lemmon cree firmemente en el modo de vida que le han inculcado, el mismo que ha practicado e intentado vanamente transmitir a su hijo, de quien se ha ido alejando como consecuencia de su pensamiento, más idealista que el paterno.