Como era habitual en una película de los hermanos Marx el argumento (si es que se le puede llamar de tal forma) gira entorno a la delirante verborrea y a las situaciones caóticas creadas por el trío de caraduras que, en esta ocasión, pretenden sobrevivir en el mundo del espectáculo teatral, y para conseguirlo utilizan todo tipo de artimañas que les permita poder estrenar una obra de teatro con la que cambiar su suerte. En El hotel de los líos (Room Service) Groucho Marx dio vida a un tal Gordon Miller, empresario teatral tan arruinado como capaz de conseguir que sus veintidós actores se alojen en un hotel donde se acumula una cuenta que asciende a mil docientos dólares. Miller, además de empresario teatral y excepcional gorrón, resulta ser el cuñado del gerente del hotel (Clift Dunstan), a quien ha convencido a base de promesas incumplidas y al lazo familiar que les une; sin embargo, los días tranquilos de Miller y Cia llegan a su fin cuando la compañía hotelera envía a un auditor que responde al nombre de Wagner (Donald MacBride), quien no tiene mejor cosa que hacer que ponerse pesado y empeñarse en echar a la calle a toda la troupe teatral. Gordon, aunque quiere irse sin pagar, no puede abandonar la habitación porque acaba de enterarse de que Christine (Lucille Ball), su primera actriz, le ha conseguido que un capitalista se reúna con ellos en el cuarto del hotel. Ante la inminente llegada del representante de un millonario que podría ser su salvación, debe intentar resistir en esa plaza que lleva gorroneando desde antes del diluvio universal, sin embargo, quien aparece por la puerta pidiendo asilo y un anticipo es el autor de la obra, La presencia de Leo Davis (Frank Albertson) tampoco le beneficia, pues no tarda en descubrir que el escritor no tiene más de sesenta centavos, una máquina de escribir que no tarda en ser empeñada, un estómago que alimentar y un cuerpo que necesita reposar en esa habitación a la que se aferran con la ayuda de Binelli (Chico Marx), cuyo nombre italiano poco tiene que ver con sus orígenes, y con la inestimable y destructiva colaboración de Faker (Harpo Marx), que pone al servicio de la causa todo tipo de tretas silenciosas para evitar que les echen antes de recibir el dinero o de que la obra se estrene. El hotel de los líos posee momentos divertidos marca de la casa Marx, sin que asome por ninguna parte las escenas de Harpo arañando el arpa o de Chico aporreando el piano, ausencias que permiten que el ritmo no se rompa con los interminables paréntesis musicales que se descubren en otros de sus films, aunque sus gags y sus diálogos no alcanzan el nivel que se descubre en sus mejores comedias.
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