El neorrealismo italiano no solo recorría cotidianidades dramáticas para mostrar la realidad que se vivía en la Italia de la posguerra, sino que también se valió de la comedia costumbrista para analizar situaciones desesperantes como lo eran la falta de trabajo y presencia de la pobreza en el día a día. Dos centavos de esperanza (Due soldi di speranza) muestra, desde la comedia, la crisis social con la que se encuentra Antonio (Vincenzo Musolino) cuando regresa a su pueblo después de realizar en servicio militar. La intención de este joven de veintidós años sería la de encontrar empleo para poder mantenerse y mantener a su familia, encabezada por una madre (Filomena Russo) que miente, juega a la lotería, roba gallinas y conejos o envía a sus hijas pequeñas a cobrar las pagas que Antonio gana realizando trabajos ocasionales, cuando no se encuentra en la fila del paro. Pero los problemas de Antonio no sólo se reducen a la falta de empleo, de dinero o a una madre tan especial como la suya, ya que no tarda en descubrir uno nuevo en la figura de Carmela (Maria Fiore), la joven que se ha enamorado de él, y quien no le deja ni a sol ni a sombra, cuestión que genera los murmullos del vecindario. Ante las crecientes murmuraciones, el padre de Carmela (Luigi Astarita) invita a Antonio a su casa, adonde éste acude con la esperanza de que Pasquale, pirotécnico de profesión, le ofrezca un trabajo con el que poder mantener a su familia y, de paso, casarse con su hija Carmela, aunque sus ilusiones pronto se vienen abajo al descubrir la mezquindad de un padre que le dice que sin oficio ni beneficio ya se puede ir olvidando de su hija. La vida de Antonio se convierte en una odisea en busca de trabajo, realizando tareas diversas, entre las que destacan la de ser el ayudante de los viejos caballos que tiran de los carros que trasladan a los paisanos desde la estación al pueblo, y que a su vez Antonio tira de ellos; otro de sus mejores y fugaces empleos se presenta cuando se convierte en conductor de la recién creada cooperativa de correos, en la que los siete cooperativistas quieren ser lo revisores del desvencijado autocar que ha sustituido a los equinos en cuestiones de transporte. Ser el ayudante de un sacristán que necesita mucha ayuda es otra de sus ocupaciones, de la que le despiden cuando Carmela comete el error de decir que Antonio trabaja en Nápoles ayudando al partido comunista, hecho que no gusta al cura (Luigi Barone), que como no podía ser de otra manera es un anticomunista confeso. Después de su despido, y de verse constantemente sangrado por su familia, en especial por la madre y por Giulia (Carmela Cirillo), la mayor de sus hermanas, a quien debe proporcionar el ajuar de su boda, este pobre trabajador sin trabajo se traslada por tercera vez a Nápoles, donde consigue un empleo algo curioso, que consiste en comer y beber vino tinto para fortalecer su sangre, que debe donar a diario al enfermizo hijo de la dueña de los cines en los que también trabaja como recadero. Renato Castellani realizó una divertida crítica social que muestra la realidad de un pueblo del sur de Italia, donde la crisis se ceba con los jóvenes como Antonio, quien sin encontrar empleo en el pueblo viaja a la gran ciudad con la esperanza de hallarlo, y regresa con la certeza de que no hay nada para él. La sensación de no poder encontrar un medio de vida no merma su afán, mostrando una paciencia que supera con creces los pocos ingresos que van a parar a la dote de Giulia, hecho que molesta a Carmela, porque de ese modo Antonio no tendrá dinero para casarse con ella. Además de la situación real de paro y miseria, Dos centavos de esperanza muestra cuestiones como la tradición, las diferencias entre la vida rural y la urbana o el humor como arma ante un hecho tan desesperante como el que vive un joven que, aunque se esfuerza al máximo para salir adelante, pero que sólo encuentra trabas que debe superar con optimismo y, por supuesto, con Carmela.
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