Mi adorado Juan (1949)
Escrita por Miguel Mihura y dirigida por su hermano Jerónimo Mihura, Mi adorado Juan presenta ciertas similitudes con las comedias de Frank Capra, además de plantear desde su comicidad cuestiones que giran en torno a la decisión de un hombre que se aparta de la sociedad para encontrar su plenitud existencial, decisión que le lleva a chocar de pleno con su entorno, sobre todo con quien se convertirá en su mujer, quien se sacrifica por amor, pero en quien asoman dudas que podrían despejarse si Juan (Conrado San Martín) encontrase el equilibrio entre su filosofía vital y su amor hacia ella. Al inicio del film Juan se presenta como un tipo simpático, apreciado por todos y a quien todos acuden cuando tienen algún problema, pero también es alguien sin ataduras materiales, sustituidas estas por los pequeños placeres que le proporcionan la amistad y el saberse útil para demás. Sin embargo, su vida sufre un vuelco cuando Eloísa Palacios (Conchita Montes), la chica que ha secuestrado los perros de unos conocidos, se enamora perdidamente de él, hasta el punto de dejar atrás su pasado, lleno de comodidades, para instalarse con él después de aceptar la condición de que no pedirle que reniegue de su esencia. Observar el comportamiento de Juan puede plantear dos cuestiones opuestas. Por un lado es capaz de conquistar a todos aquellos con quienes se encuentra, como ocurre con el padre de Eloísa, el doctor Palacios (Alberto Romea), un hombre que pretende decirle cuatro cosas y que termina siendo un miembro más en las reuniones de Juan y compañía. Por otro, se muestra un tanto egoísta respecto a su relación con aquella con quien se casa tras decirle que si desea ser su esposa tendrá que adaptarse sin quejas y sin tratar de cambiarle. Esta advertencia podría disculpar el comportamiento de este altruista incurable, sin embargo, lo que se comprueba durante el matrimonio, al menos al principio, es la total ausencia de compromiso por su parte, ya que ni cambia ni pretende hacerlo. Así pues, Eloísa se las debe arreglar para mantener la casa, aguardar el regreso de su marido o aceptar que este se presente con un niño para que sea su primer hijo, porque así evitarían tener que aguardar nueve meses. Así es Juan, un hombre que hace las cosas de un modo especial, y que además ama a su esposa, por lo tanto, sin darse cuenta empieza a ceder en ciertas cuestiones, incluso permitiendo que se descubra el pasado que le convenció para dejar un brillante futuro como médico. Lo importante son las personas, lo que estas sienten y necesitan, por eso todos cuantos le conocen le aprecian y dicen: ¡pero sí es Juan!, ¡Juan, mi amigo! Sin embargo, el matrimonio no encuentra el equilibrio necesario para que funcione, a pesar del evidente amor que sienten el uno hacia el otro, quizá por esa falta no todos los momentos son felices. Las pequeñas diferencias que asoman en la relación entre Juan y Eloísa son las que piensa aprovechar el doctor Manríquez (Rafael Navarro), individuo que posee la ambición que Juan ha descartado para sí. De tal manera el héroe ya tiene a su antagonista, un hombre capaz de traicionar por fama y por dinero la confianza del doctor Palacios, a quien ayuda en el proyecto científico que permitiría a los humanos no tener que dormir nunca y sentirse siempre descansados, un descubrimiento que para el padre de Eloísa cambiaría el mundo y le ofrecería el reconocimiento por el que tanto ha trabajado, pero que para Juan no tiene sentido, pues las cosas deberían quedar como están. ¿Para qué se necesitaría más tiempo? ¿Para hacer más guerras? Son interrogantes que Juan plantea a su inminente suegro cuando este le habla de su proyecto. A parte de cierta lógica, Juan posee unos valores que chocan con los de la mayoría, porque su idealismo se apoya en la amistad y en disfrutar de la compañía de aquellos que le aprecian, dejando a un lado las necesidades materiales en las que había vivido su esposa y que Manrique le ofrece para conquistarla.
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