Poderosa Afrodita (1995)
El destino es un clásico griego y también del medievo, pero a Woody Allen no le interesa la Edad Media en Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), sino que arranca su película viajando a una especie de Grecia clásica donde se reúne un coro que, en verso, presenta a los personajes de una tragedia cómica, en la que el hado juega con el devenir del matrimonio que conforman Lenny (Woody Allen) y Amanda (Helena Bonham-Carter). Su relación parece funcionar a la perfección, pero no se podría descartar que algo fallase, sobre todo en la existencia de Amanda, como se comprueba cuando decide adoptar a un bebé para llenar un vacío que no sabe cómo explicarse. Inicialmente, la idea de la adopción no convence a Lenny, quien muestra dudas y rechazo, circunstancias que desaparecen en el mismo instante en el que sostiene a Max entre sus brazos. Los años pasan y Max (Jimmy McQuaid) se ha convertido en un niño inteligente, simpático y cariñoso, muy unido a su padre, porque para Max, Lenny es su héroe. En una situación opuesta se encuentra la relación matrimonial de Lenny y Amanda, que atraviesa una etapa complicada, que se acentúa por la falta de comunicación y el alejamiento de Amanda, consecuencia de sus prioridades laborales y de la aparición en su vida de Jerry Bender (Peter Weller). Estas evidencias confunden a Lenny, provocando que su mente se obsesione con la necesidad de conocer la identidad de la madre biológica de Max.
Tras una serie de investigaciones y una reunión en la oficina de adopción, muy del estilo del director neoyorquino, por fin consigue dar con ella. Pero, para su sorpresa, la verdad no le presenta a quien esperaba, sino a una prostituta con aspiraciones artísticas. Desde el primer momento Lenny siente simpatía hacia Linda Ash (Mira Sorvino), uno de su nombres artísticos, pero sobre todo siente un afán incontrolable por convertirse en su conciencia, por eso no duda en aconsejarle que cambie el rumbo de su vida laboral, para poder cambiar su vida personal. Lenny se erige en una especie de demiurgo que pretende cambiar un destino que, supuestamente, se encuentra escrito, circunstancia que el coro no duda en advertirle. Sin embargo, desoye los consejos y olvida las posibles consecuencias de una intervención que convence a Linda para cambiar su antiguo oficio por el de peluquera, como también engaña a Kevin (Michael Rapaport), un boxeador poco avispado, para que se cite con ella, mostrándose más certero que el propio Cupido. Lenny asume una postura de superioridad intelectual y moral, aunque él no lo vea de ese modo, quizá tampoco se vea entre Pigmalión y Homer, el un papel asumido por Jules Dassin en Nunca en domingo (Pote tin kyriaki, 1960), pero, en todo caso, pretende cambiar a Linda y guiarla hacia donde él cree que debe ir. ¿Lo hace por el bien de ella o porque cree que lo que hace por ella es su bien? ¿No es fruto de su aburrimiento y de la atracción que le despierta? ¿Es su vía de escape para la crisis por la que pasa su matrimonio o, como canta el coro, asume ser una especie de Dios que juega con los mortales? Lo quiera o no, el destino no se rige por buenas intenciones. Es mucho más poderoso, caprichoso y sorprendente que los deseos de Lenny; así pues los acontecimientos escapan a su control, creando una serie de situaciones que marcan su relación y la de aquellos que se encuentran en su radio de acción. Una vez más, pero desde una nueva perspectiva, que bromea y enlaza con la Grecia clásica, Allen se plantea los problemas que surgen en las relación de pareja y los estragos que puede ocasionar el paso del tiempo en una unión en la que la insatisfacción ha tomado el control. Como suele ser habitual en su cine, no esconde inquietudes ni oculta su pensamiento, sino que refleja ambos en sus gustos, sus fobias y su filosofía vital, la de vivir, campando a sus anchas por ese clasicismo griego del que se sirve para convertir Poderosa Afrodita en una comedia que une entretenimiento y no pocas dosis de ingenio.
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