Los cuatrocientos golpes (1959)
A finales de la década de 1950, comienzos de la siguiente, un grupo de jóvenes críticos procedente de la revista Cahiers du cinéma iniciaron su carrera como realizadores cinematográficos. Influenciados por su relación con André Bazin, fundador y guía espiritual de la revista, a quien François Truffaut dedicó Los cuatrocientos golpes (Les quattre cents coups), y por su admiración hacia grandes directores como Fritz Lang, Jean Vigo, Roberto Rossellini, Carl Theodor Dreyer, Alfred Hitchcock... o Robert Bresson, dieron un nuevo aire al cine francés, creando un cine realista, austero, pero desde un enfoque en el que la creatividad y la sinceridad serían piezas claves. La pasión por el cine de los Truffaut, Chabrol, Godard, Rivette o Rohmer también se descubre en un Antonie Doinel (Jean-Pierre Leaud) de trece años, protagonista absoluto de Los cuatrocientos golpes, un film entrañable, pesimista, sincero y sensible. Antonie es un adolescente problemático, un fracaso como estudiante y un amigo de lo ajeno. Sus jornadas escolares se caracterizan por los castigos o por las faltas de asistencia a un centro donde no se encuentra a sí mismo. Aprovecha sus ausencias escolares para pasear por las calles, acudir al cine o hacer lo que le venga en gana, incluso descubre a su madre besando a un desconocido por una de las calles que transita, pero, tras sentirse cómplice, para Antoine la infidelidad materna ya no significa nada, es un hecho más que añadir a una montaña de detalles que le han ido alejando cada vez más de unos padres que parecen ignorarle. En este muchacho Truffaut presentó a una especie de álter ego, al que regresaría en posteriores películas, de su yo adolescente, un joven incomprendido por sus padres, incapaces de reconocer su parte de culpa en un comportamiento que le recriminan y del que se desentienden. Tanto su padre (Albert Rémy) como su madre (Claire Maurier) actúan sin tener en cuenta las necesidades de quien, por momentos, semeja una especie de lastre incómodo con el que deben cargar, pero de quien no deben preocuparse. La aceptación de una vida que no les llena podría ser la causa de su falta de implicación en la evolución de un hijo que quiere decirles basta, llamar su atención y comunicarles que ya no necesita un calor paterno que nunca ha llegado a sentir. Para él ha llegado la época de tomar sus propias decisiones, de emprender el vuelo en busca de su camino, que le llevará a comprobar la dura realidad que le rodea y a verse en un centro de menores. Durante la entrevista que se le realiza en el centro, uno de los momentos más sinceros dentro de un film sincero, el muchacho responde mientras reflexiona sobre el por qué de su comportamiento y de sus relaciones; la expresividad de sus gestos y de su rostro, entre pícaro y avergonzado, alcanza un grado de credibilidad, pocas veces logrado en un personaje ficticio, que permite comprender un poco mejor los motivos de este adolescente que ha decidido enfrentarse al mundo dando Los cuatrocientos golpes o haciendo cuanto le venga en gana.
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