La simplificación que suele practicarse cuando se traslada un texto a guion cinematográfico o a libreto teatral puede borrar cuanto haya de complejo y honesto en la obra literaria, más si cabe si el libro que inspira es uno tan desbordante como El Quijote, una novela difícil de abarcar, puesto que no solo es eso; es un mirar, un sentir, un caminar, con lo que esto supone. Entonces, ¿qué nos encontramos más allá de la apariencia lograda por Arthur Hiller y su guionista Dale Wasserman? ¿Una caricatura musicalizada de una caricatura universal? ¿La doble capa que asoma en la pantalla, las que Cervantes no precisa señalar porque ambas van con él y con sus personajes? ¿Y tras estas? ¿Nada? Salvo los nombres y algunas situaciones tan populares que todo el público reconoce, aunque gran parte no haya leído ni el primer volumen de las andanzas quijotescas, nada hay de Cervantes ni de Quijote en El hombre de La Mancha (Man of La Mancha, 1972), un musical realizado y producido por Arthur Hiller —el mismo año en el que el mexicano Roberto Gavaldón hacia su adaptación del guion de Carlos Blanco en Don Quijote cabalga de nuevo (1972)—, a partir de la obra televisiva Yo, Don Quijote y del libreto de Dale Wasserman, que también se encargó de la escritura del guion. Para dar forma a ambas, Wasserman se había inspirado en la novela cervantina y quiso crear su propia obra, lo cual siempre es aconsejable, puesto que la que inspira ya existe y qué sentido tendría hacer una copia, más si cabe de una obra inimitable. Y digo que nada hay de Cervantes ni de Quijote, porque El hombre de La Mancha carece de la psicología y la mirada social de la obra, no capta sus matices y se queda en la corteza, en su parte más externa. Ya no diré que la película carece de la personalidad quijotesca, puesto que cada quien ha de encontrar la propia —sobre todo, cuando se trata de crear una obra artística o expresiva—, pero sí señalar la ausencia de la ironía y del afán por mostrar el mundo, riéndose de él, pero también reflexionándolo y fantaseándolo a través de los oídos y ojos de un loco, un iluso, un caballero andante, un humanista, un lúcido, un Quijote…
Los atributos anteriores y más dan una idea de quién es don Alonso, y supongo que algo de todo lo dicho también lo hubo en Cervantes. En cierto modo, atreverse con esta obra maestra de la literatura mundial suena quijotesco, más si cabe si una piensa que adaptar al musical una obra como la de Cervantes (u otra cualquiera) frivoliza, le resta contenido para priorizar la estética kitsch que cae en clichés en los que el autor complutense no tropieza, ni su (anti)heroico hidalgo, caballero andante por antonomasia de las Letras y del imaginario popular —hasta hace apenas unas décadas, cuando el triste hidalgo fue sustituido por personajes que no son quijotescos ni observan el mundo más allá del cuento, puesto que quien lo observa y desvela para nosotros es el autor—, más que le pese a sus allegados (incluso a su autor), que de chocar prefiere hacerlo con molinos de viento que en su mente representan gigantes. Acaso, ¿no lo son? ¿Las alargadas sombras de sus altas figuras cómicas y el sonido de sus astas no amenazan? Pero más allá de la inventiva y de la caballería, en la obra literaria hay realismo y una mirada crítica que desvela la realidad humana de la época. Y esa mezcolanza es la que hace de El Quijote una pieza única y una novedad literaria de la que sí puede decirse “necesaria” y de “rigurosa actualidad”, mucho más actual que tantas obras creadas para sonar a esa “rabiosa” inmediatez que luego pasa y cae en el olvido. La película de Hiller cae en eso, bebe de un éxito de Broadway y se limita a poner en la pantalla imágenes cinematográficas entre canciones, aprovechando la presencia de Peter O’Toole, como Cervantes/Quijote, y Sophia Loren, en el papel de Aldonza, como gancho comercial; escoltados por James Coco en el rol de Sancho Panza. Pero dichas imágenes pronto se olvidan. He tenido que volver a verla porque no recordaba absolutamente nada de El hombre de la Mancha, cierto que la había visto ya hará más de dos décadas, y ahora comprendo porque no guardaba nada de ella en mi memoria…

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