Un año después de su aplaudida participación en la exitosa Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, Frank Daranbont, 1994), en la que asumió junto a Morgan Freeman el rol protagonista, Tim Robbins escribió y dirigió Pena de muerte (Dead Man Walking, 1995), su película más prestigiosa como director. Basada en el libro de la hermana Helen Prejean, a quien Susan Sarandon da vida en la pantalla, el resultado es una historia que a muchos no gustará porque no prima ni el movimiento ni el ruido, más bien se decanta por el diálogo, ya no el que pueda darse entre sus personajes, sino entre lo que Robbins propone y quien ve su historia de acercamiento, de amistad, de amor, de dolor, de resignación, pero también su determinación contra la pena capital. Aunque tenga a dos estrellas al frente, Pena de muerte no es una película al uso hollywoodiense, cuya industria se centra más en el entretenimiento y en el no molestar conciencias, no vaya a ser que se intenten despertar y dejen de acudir a las salas. Aquí, Robbins sí lo intenta, se plantea un conflicto y da su respuesta: el asesinar legalmente no es moral ni es solución; solo es un crimen más, aunque legalizado y exigido por el sistema. Matthew Poncelet (Sean Penn) lleva seis años en el corredor de la muerte, encerrado en su celda 23 horas al día, a la espera de que llegue la mañana de su ejecución. Desde que se dictó la sentencia sabe que es un hombre muerto. Ha tenido tiempo para pensarlo, igual que lo ha tenido para estudiar su caso —se le condenó por el doble asesinato que dice no cometió, que fue obra de su compañero— y reflexionar sobre la vida y sobre sí mismo… Y en ese punto se produce su encuentro con Helen, quien no le juzga sino que se ofrece. Más que buscar comprender, que lo intenta en ambas partes, ella ofrece consuelo, no de boquilla, sino de presencia y obra.
La hermana no necesita hábitos para amar al prójimo; de hecho ningún uniforme implica sentimiento alguno, solo son telas que hacen reconocibles oficios e ideas en quienes los observan, también en quienes los portan. Pero a Helen no le hace falta saber que su misión, al menos la más importante, es amar y dar consuelo a quien sufre; y Matthew sufre, también los familiares de las víctimas y de los victimarios. Habrá quien, de estar en el lugar de la monja, podría decir que a Matthew le está bien empleado por su crimen o por estar “puesto hasta las cejas” el día que lo cometieron —aunque sea inocente de las muertes, el reo de Pena de muerte fue cómplice de la acción— habría quien se regocijaría de que un declarado culpable fuese ejecutado. ¿Es eso justicia? ¿Matarlo porque mató o permitió que otro lo hiciese? No, fuese autor o cómplice en ambos casos es venganza y la aplicación de una ley. Y aunque a veces pueda parecerlo, no hay nada en común entre justicia y venganza, como, en ocasiones, tampoco lo hay entre justicia y ley; pues la ley puede ser injusta, incluso criminal. De modo que mejor llamarle a las cosas por su nombre, que la pena muerte sea legal, no quiere decir que sea justa, aunque sí podría decirse que es venganza, la ley del talión, “el ojo por ojo, y diente por diente”. ¿Qué haríamos? ¿Qué pensaríamos, en caso de estar involucrados? No hay una respuesta absoluta, tal vez ni siquiera una válida; cada quien respondería según el lado que le correspondiese, según le afectase; y quien no, hablaría desde su ideología o su idea. Para Robbins, parece clara la respuesta a si es justo arrebatar la vida de quien se dictaminó culpable de quitar otra. Ya no se trata de reflexionar sobre cuántos inocentes han sido condenados y ejecutados a lo largo del tiempo; sino hasta qué punto sirve esa pena capital que señala la frialdad de un sistema penal que ha demostrado en numerosas ocasiones su falibilidad y sus errores. Entonces, ya no se trata de opinar desde la individualidad, sino plantearse los motivos y los usos del sistema. ¿Han dejado de cometerse crímenes, tras siglos de aplicarse la pena máxima? ¿Y qué pasa con los crímenes aceptados, consentidos y cometidos a gran escala por dichos sistemas y los gobiernos que los representan, tal como reprochaba monsieur Verdoux? Y si se puede matar legalmente a quien un jurado o un tribunal encuentra culpable de un crimen, ¿no resulta contradictorio prohibir la eutanasia o el aborto a quienes sufren una lenta agonía a la que desean poner fin o un embarazo física y emocionalmente indeseado y peligroso? ¿Y que pasaría de tener Matthew el dinero suficiente para contratar al mejor equipo de abogados? ¿Qué es justicia e injusticia? ¿Son o pueden ser intercambiables?

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