viernes, 2 de mayo de 2025

Deuda de sangre (2002)

En la etapa de su carrera que se inicia tras Sin Perdón (Unforgiven, 1992), su personaje ya no es un justiciero ni un ángel exterminador; a partir de entonces empiezan a asomar las dudas, los lazos afectivos, la culpabilidad, el cansancio vital, tal vez la certeza de ser mortal y con ella le de estar vivo y hacerse mayor. En Sin perdón, el pistolero ya lo comprende, pero todavía no lo acepta y se lanza a una última celebración de sus viejos hábitos y de su viejo mundo, en el que nadie puede vencerle, ni siquiera un tipo duro y letal como el asumido por Gene Hackman. El Clint Eastwood personaje, se llame como se llame el que asuma, ya sea en En la línea de fuego (In the Line of Fire, Wolfgang Petersen, 1993), Poder absoluto (Absolute Power, 1997) o Ejecución inminente (True Crime, 1999), ha dejado de ser espectral y sucio para ser crepuscular. En Deuda de sangre (Blood Work, 2002), una película más aburrida y estándar que cualquiera de las nombradas, asume el nombre de Terry McCaleb y la investigación de homicidio después de haberse retirado. La introducción que Eastwood hace para presentar a su personaje, un agente retirado del FBI, lo muestra dos años antes, todavía en activo, cuando llega a la escena del crimen donde descubre entre los curiosos congregados al psicópata homicida. Sin dudarlo, se lanza tras él y lo persigue en la oscuridad nocturna, pero no logra atraparlo porque su corazón le falla. El periodo de dos años que separa el prólogo del presente narrativo se omite, pero se comprende que sería un tiempo de espera y miedo; espera por el órgano que le permitiría vivir y miedo a no conseguirlo y lo que esto implica. Se supone que al recibir el corazón anónimo todavía no hay la deuda de vida con la donante, una mujer asesinada, de la que nada sabe hasta que se presenta su hermana (Wanda de Jesús) y le pide que investigue. Terry/Eastwood duda, aunque solo lo justo para darle un tono emocional y sentimental a su decisión de convertirse en detective privado (sin licencia) y regresar a lo que mejor sabe hacer: seguir pistas y dar con los culpables. En el cine estadounidense, la figura del detective corresponde a la imagen del antihéroe, el individuo que mantiene su individualidad y un código de valores inexistente a su alrededor o en vías de extinguirse, pero, si se profundiza, no deja de ser el héroe, el modelo a seguir, el tipo que cae simpático porque representa un modelo moral cuya presencia desvela un mundo de claroscuros en el que no ha perdido la integridad. Además, cae bien porque es de respuestas rápidas e ingeniosas y porque supera todas las numerosas trabas que le salen durante el camino, aunque no venza, como le sucede al detective interpretado por Paul Newman en Al caer el sol (Twilight, Robert Benton, 1998), aunque esto tampoco importa, pues, al fin y al cabo, ¿que héroe crepuscular cree en la victoria, cuando esta es una ilusión de la juventud o de la estupidez?



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