lunes, 16 de septiembre de 2013

En la línea de fuego (1993)


Desde su intervención como protagonista en Los violentos de Kelly (Kelly's Heroes,1970) hasta En la línea de fuego (In the Line of Fire, 1993), los films en los que Clint Eastwood participó como director y/o actor se produjeron bajo el sello de Malpaso (igual que sus trabajos posteriores), lo cual le permitió controlar los costes o cualquier otro aspecto relacionado con la producción de la película que estuviese rodando en ese momento. En la línea de fuego, al ser ajena a su productora, fue la excepción a esta constante que tan buenos resultados le ha dado, pero, cuando el papel de Frank Morgan cayó en sus manos, el actor, realizador, productor y compositor, aceptó protagonizar un proyecto en el que, debido a su estatus, mantuvo privilegios similares a los que gozaría dentro de Malpaso. Aparte de algunos aspectos concernientes a su personaje o al guion, Eastwood se dedicó a la interpretación, recayendo la responsabilidad de este exitoso thriller en el director alemán Wolfgang Petersen, quizá en su mejor producción hollywoodiense. Petersen centró la trama de En la línea de fuego en el enfrentamiento de dos individuos antagónicos, aunque en ellos se descubren similitudes como sería la soledad en la que viven o la decepción que siente en el presente durante el cual se desarrolla el duelo que mantienen los personajes interpretados por Clint Eastwood y John Malkovich. A lo largo del juego mortal, que se desarrolla durante la campaña electoral en la que Frank participa como guardaespaldas del presidente, se observa al agente del servicio secreto marcado por recuerdos que no es capaz de alejar de su mente, aunque muchos de sus compañeros de oficio, al igual que algunos políticos cercanos al hombre fuerte del país, dirían que se debe a su edad; sin embargo, la actitud de Morgan no tiene que ver con los años, sino con la desilusión que le domina desde la muerte de J.F.K.


La irrupción del psicópata reaviva aquéllos fantasmas al tiempo que le proporciona la oportunidad para redimirse del pasado que le persigue, y que provocó que su vida sufriese varias fases en las que la culpabilidad y las dudas, nacidas de aquella muerte, le llevaron a la bebida. En el presente, Frank ha superado su adicción al alcohol e, inicialmente, se le descubre trabajando de incógnito al lado de un compañero inexperto (Dylan McDermott), que es testigo y víctima de los riesgos que asume el maduro agente de la ley. Tras la presentación del personaje se produce la irrupción de su antagonista, que asegura ser su igual (en decepción y soledad); pero Wood, así dice llamarse evocando a otro asesino de presidentes, se muestra deseoso por poner en marcha la sádica partida que puede costar la vida al mandatario. El asesino parece ir en serio, además siempre va un paso por delante de Morgan cuando este pide ser reincorporado al servicio del presidente, hecho que provoca que las dudas y los fantasmas del pasado cobren mayor presencia en ese presente en el que desea demostrarse que décadas atrás hizo cuanto estuvo en su mano para proteger a Kennedy, algo que ahora podría hacer. Durante todo este tiempo, a la espera de cumplir su trabajo, se alternan las imágenes que siguen al veterano guardaespaldas con las que muestran el avance de un psicópata que cuenta con múltiples recursos y con una preparación que le convierte en un arma letal dispuesta a cambiar su vida por la de quien pretende asesinar.


Pero desde el primer momento conocemos el final. Sabemos que la presencia de Eastwood no puede deparar más que su victoria sobre el villano interpretado por Malkovich, pero también sobre todos aquellos que lo rechazan o lo juzgan por su edad o por su pasado, que todavía lo persigue en su presente. Partir de esto entra dentro de la lógica de Hollywood, donde los buenos suelen imponerse a los malos, el héroe, aunque disfrazado de antihéroe, es el héroe y por lo tanto gana después de pasar por situaciones que reivindican su valía y sus superioridad respecto al resto de personajes. De modo que no importa saber que Eastwood vencerá, pues de no ser por su presencia, En la línea de fuego no dejaría de ser un thriller convencional, del poli bueno y atormentado contra el psicópata de turno que quiere matar a alguien, en este caso a un presidente, y divertirse mientras prepara su golpe, jugando e imponiendo las reglas del juego. Pero que el héroe, que no antihéroe, maduro a las puertas de la jubilación, haya perdido a un presidente y que responda a los rasgos de Clint Eastwood (y de sus personajes) la cosa cambia. Además, Petersen conoce a la perfección el oficio y sabe llevar la tensión y la intriga... Es su trabajo, como también lo es el proteger a otros el de agente, que no deja de repetirlo y quizá, tras esa insistencia, se esconda la broma...


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