lunes, 9 de septiembre de 2024

Bitelchús (1988)

Durante la década de 1970, Tim Burton se dedicó a rodar cortometrajes aficionados que le servían para jugar e imaginar. Sin ser plenamente consciente de ello, estaba creando un campo de pruebas para desarrollar su inventiva audio-visual. Aquel adolescente ponía en 1971 la primera piedra para la construcción de su universo fantástico-cinematográfico. Ya en el decenio siguiente, su imaginario cobraba formas popularmente reconocibles en los cortometrajes Vincent (1984) y Frankenweene (1985), que expresaban que Burton poseía un estilo y un gusto que el público, en lo sucesivo, reconocería a primera vista. Catorce años después de su primer corto, The Island of Doctor Agor (1971), rodó La gran aventura de Peewee (Pee-Wee’s Big Adventure, 1985), su primer largometraje. Aunque el film se supeditase a Paul Reubens y su infantil personaje, La gran aventura de Pee-Wee confirmaba el gusto del cineasta por los personajes fuera de lo común y le permitía contar sus historias extraordinarias. Pero fue su segundo largo, Bitelchús (Beetlejuice, 1988), el que le situó de pleno en el fantástico, género en el que alcanza plenitud en Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990), Ed Wood (1994), que disfraza de biopic, y Big Fish (2003). Como si de un niño se tratara, en Bitelchús fantasea a partir del guion de Michael McDowell y Warren Skareen, y realiza la cómica aventura fantasmal de Adam (Alec Baldwin) y Barbara (Geena Davis), un matrimonio recién fallecido que, ante la kafkiana burocracia del más allá, toma la desesperada solución de llamar a un bioexorcista (Michael Keaton) muerto, histrión, “pesado” a más no poder, juerguista, que saca a los vivos de los muertos y al que encomienda la misión de expulsar a la familia de cretinos neoyorquinos —un matrimonio (Catherine O’Hara y Jeffrey Jones) y una hija, Lydia (Winona Ryder), que podría haber nacido Miércoles— que ha ocupado y transformado su casa, antaño corriente y hogaño embrujada porque el sistema de ultratumba ha decidido que deben permanecer en ella ciento veinticinco años. Así, Burton reúne en su film fantasmas, humor, animación stop-motion, gustos cinematográficos —el guiño expresionista con el que homenajea a El gabinete del doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, Robert Wiene, 1919) o la presencia de la veterana actriz Sylvia Sidney—, la música de Danny Elfman, casas embrujadas, espacios góticos —el cementerio donde aguarda Beetlejuice— y criaturas de extraña apariencia, o singulares como Lydia, que resultan menos monstruosas que las imágenes aceptadas…



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