lunes, 15 de julio de 2013

Ed Wood (1994)


Dos años después de su muerte, Ed Wood fue elegido el peor director de la Historia, dudoso reconocimiento que no hizo más que aumentar su leyenda, la misma que Tim Burton inmortalizó en este magnífico cuento, que se adecua a la perfección a la fantasía cinematográfica del director de Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990). He de reconocer que l
a figura de Edward D. Wood, Jr. me resultaba una total desconocida hasta que en el año 1994 Burton realizó su espléndida Ed Wood (1994), que, a pesar de presentar personajes reales, vi como una fábula de amistad, tolerancia y aceptación, filmada en un acertado blanco y negro que realza la sensación onírica que rodea al personaje interpretado por Johnny Deep, a quien se descubre dentro de un entorno donde se muestra diferente, no por su afición a vestirse de mujer, sino por la ilusión con la que encara las carencias propias y extrañas. El Hollywood de Ed Wood no es el del glamour ni el de los grandes estudios, el suyo es el Hollywood del bajo presupuesto, el de los rodajes de menos de una semana y el de los desheredados como él mismo o su venerado Bela Lugosi. Aún así Eddie no se rinde ni oculta su pasión por el cine, aunque sí evita exteriorizar su otra pasión, hasta que se entera de que una productora piensa llevar a cabo un proyecto cinematográfico en la que el cambio de sexo se convierte en el tema central, Ed comprende que esa es su oportunidad, de hecho, debido a su secreto, se considera la persona adecuada para dirigir el film, y de paso confesar a Dolores (Sarah Jessica Parker) el por qué de la desaparición de algunas de sus prendas femeninas. Pero los pasos de Wood por la meca de los sueños no son un camino de rosas, pues se le niega la posibilidad de realizar ese film que desea, en realidad se le niega cualquier película; aunque su suerte parece cambiar cuando se encuentra con la leyenda que admira. En Bela Lugosi (Martin Landau) no se observa más que soledad, miseria y el olvido al que le han desterrado, sin embargo Wood lo ve como siempre lo ha hecho, como la estrella del Drácula (1931) de Tod Browing, aquél que le insufló la necesidad de hacer cine. Desde ese instante nace una amistad que les permite rodar esa película que acabaría titulándose Glen o Glenda (Glen or Glenda, 1953), y en la que el realizador pone el alma, pero como sería constante en su cine de presupuesto irrisorio el fracaso es un hecho. Sin embargo, Eddie no se rinde, la ilusión mana de su interior, de su amigos, de la mujer que le acepta y le ama (Patricia Arquette), y de ese vampiro adicto a la morfina que le necesita para volver a sentirse parte del mundo de los vivos. La relación entre Bela y Ed marca el devenir de Wood, al tiempo que le descubre una realidad ajena a él, sobre todo cuando, en un momento de deterioro de su venerado Lugosi, comprende que la sociedad ni se detiene a recordar ni se rige por la generosidad, que brilla por su ausencia cuando expulsan al veterano actor del hospital por carecer de seguro médico. Queda claro que Ed Wood no pretende ser un biopic, porque en realidad sería la conmovedora fantasía de un hombre que sueña con alcanzar su lugar dentro del mundo cinematográfico que se ha inventado, emulando de ese modo a otro quijotesco director, su admirado Orson Welles (Vincent D'Onofrio), quien durante su fugaz (y espectral) encuentro con Wood le ofrece una de las moralejas de este excelente cuento de Burton: <<Ed, merece la pena luchar por los sueños (propios), ¿por qué pasarse la vida luchando por los sueños de otro?>>


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