domingo, 14 de julio de 2013

¡Qué vienen los rusos! (1966)



La mayoría de las comedias escritas por William Rose presentan una visión crítico-satírico que se convierte en el motor de la acción, así se descubre en sus colaboraciones con Alexander Mackendrick en la Ealing o en su posterior andadura en producciones hollywoodienses, al lado de Stanley Kramer en El mundo está loco, loco, loco, El secreto de Santa Victoria y Adivina quién viene esta noche o de Norman Jewison en ¡Qué vienen los rusos!, película esta última que expone lo desquiciado de una pequeña población de Nueva Inglaterra que se deja llevar por el pánico y los prejuicios que se desatan cuando empieza a circular el rumor de que los rusos están invadiendo suelo patrio. La rivalidad entre soviéticos y estadounidenses dio píe a numerosas producciones que se presentaron en forma de thrillers, de ciencia-ficción o de comedias, así pues, Jewison, que al año siguiente realizaría En el calor de la noche, se decantó por parodiar la paranoia en la que se vivía como consecuencia de la guerra fría. La perspectiva ideada por Jewison y Rose resulta hasta cierto punto original y por momentos divertida, pues no solo es una sátira política, sino una caricatura de la clase media estadounidense, que cree todo cuanto le dicen y venden porque esa credulidad les permite vivir en el sueño, lejos de la realidad, lo que provoca que cualquier alteración en el orden desquicie, asuste o provoque comportamientos tan irreflexivos como los expuesto en una isla donde un submarino soviético encalla como consecuencia de que su capitán (Theodore Bikel) desea ver de cerca Norteamérica.


El accidente inicia la desventura del teniente Rozanov (
Alan Arkin) y de los marineros que desembarcan con él, con la misión de encontrar una embarcación que pueda remolcar al sumergible hasta alta mar. Su primer tropiezo se produce en casa de los únicos turistas que aún permanecen en la isla, apurando su último día de vacaciones. El señor Whittaker (Carl Reiner) y la señora Whittaker (Eva Marie Saint) se muestran dispuestos a colaborar, todo lo contrario que su belicoso retoño (Sheldon Collins), que a pesar de no levantar un palmo del sueño tila a su padre de traidor porque éste no ataca y sí responde a las preguntas que le hace el supuesto enemigo, hecho que poco después obliga a Walt Whittaker a lanzarse cual jabato sobre el soldado que les vigila, y así demostrar a su vástago que su padre es un valiente. A pesar de esa muestra de heroísmo inútil, Walt es consciente de que los marineros no están allí para conquistar, sino para pedir ayuda, aunque los miembros de la pacífica comunidad isleña no lo comprenden de ese modo y se alzan en armas para combatir a un puñado de desorientados en quienes quieren ver al invasor del que tanto les han hablado, siempre mal, y que únicamente desea regresar a casa. Evidentemente los soldados tienen más miedo que esos civiles que se preparan para la guerra, desempolvando sus escopetas y sus revólveres, y que no tardan en reunirse alrededor de Hawkins (Paul Ford), el veterano de guerra erigido a sí mismo en el líder de la defensa contra esos rusos que han atacado a la encargada de la oficina de correos. Como en otras producciones americanas de Rose el film tiene un arranque excelente, pero a medida que avanza pierde parte de su frescura inicial, puede que debido a un exceso de metraje que implica la repetición de situaciones, no obstante, ¡Qué vienen los rusos! (The Russians Are Coming, The Russians Are Coming) resulta una simpática sátira que parodia las costumbres y los miedos de una pequeña comunidad que primero dispara y después pregunta.

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