Poco o nada hay de original en la aventura africana propuesta en Soga de arena (Rope of Sand, William Dieterle, 1949). Hay una rivalidad, con diamantes de por medio, un romance, una estrella ascendente, Burt Lancaster, y un reparto solvente encabezado por tres actores que el productor Hal B. Wallis recuperaba de su mítica producción Casablanca (Michael Curtiz, 1942): Paul Henreid, Peter Lorre y Claude Rains. Pero no es que carezca de atractivo, sino que la mayor parte del asunto suena a desgana. Wallis se empeña en repetir la hazaña de aquel legendario film que había producido durante su etapa en la Warner Brothers, ya lo había intentando con relativo éxito en Pasaje a Marsella (Passage to Marseille, Michael Curtiz, 1944), pero la magia cinematográfica de aquella no asoma en esta. Cuando hablo de magia me refiero al rostro de Ingrid Berman, a la idealización de la libertad contra el totalitarismo, al amor imposible de Rick e Ilsa y al principio de una hermosa amistad que quizá acabase afeándose. En todo caso, hacia finales de la década de 1940, Wallis ya no estaba en la Warner, había alquilado sus servicios a Paramount y la necesidad de patriotismo bélico había quedado atrás. Ahora eran tiempos de la caza de brujas que afectaba a actores como Paul Henreid. A las puertas de la segunda mitad de siglo, en un mundo cambiante y en un Hollywood que, a pesar de los cambios, como la sentencia antimonopolio y las listas grises y negras, no había cambiado nada respecto a lo que era: un negocio. De modo que la función de alguien como Wallis era producir éxitos y estaba empeñado en obtener uno similar al logrado en su colaboración con Michael Curtiz, así que propuso a William Dieterle, otro cineasta europeo con quien había trabajado en Warner. Probablemente, a Dieterle no le entusiasmaba demasiado el material que le entregó el ejecutivo, cuyo guion venía firmado por Walter Doniger, que no era un escritor que hubiese destacado por sus guiones, tampoco lo haría más adelante, orientando su carrera profesional hacia el medio televisivo. El resultado es agridulce, un quiero y no puedo, con el atractivo de su reparto, con cierto tono irónico y de una ambientación lograda. Dieterle sitúa la acción en un espacio africano árido, aislado, amenazante ya no por su geografía o por sus características climáticas, sino porque se trata de un lugar donde la brutalidad, la violencia y la avaricia son reflejos de los propios personajes. En ese espacio se encuentran los personajes de Burt Lancaster y de Corinne Calvet, de quien me digo “quiere ser Jane Russell”, y el del actor choca con el asumido por Paul Henreid, cuyo rol ya no es el del héroe íntegro que se enfrenta a la intolerancia y al totalitarismo en Casablanca. En la realidad de 1948, el Henreid sufre la caza de brujas; no encuentra trabajo porque Hollywood le cierra las puertas: sin embargo, Dieterle se decide a ir a contracorriente y le contrata; pero aprovechándose de la situación del actor, Paramount solo le paga la mitad de su sueldo. La mezquindad y la intolerancia no habían desaparecido con la victoria sobre los nazis y sus aliados; de hecho, nunca han dejado de existir, como tampoco quienes sacan provecho del mal ajeno o quienes, como los protagonistas del Soga de arena, no dudan en aprovecharse de otros. En todo caso, en Soga de arena ya no hay un enemigo al que cantarle La Marsellesa, solo tipos grises entre los que se cuenta el héroe, que no convence del modo que sí lo hacia Rick/Bogart. Irregular, reitera situaciones ya vistas en anteriores producciones, Soga de arena no se decide a ser aventura o cine negro, ni logra mezclar ambos géneros. Su desarrollo y su desenlace son previsibles, aunque la película crea una atmósfera propia y tiene sus momentos: como la introducción del espacio y la contundente presentación del villano encarnado por Henreid. Su sadismo queda definido en ese instante, en la zona prohibida, propiedad de la Compañía Colonial de Diamantes, así como la explotación de la mano de obra (que trabaja en condiciones semiesclavas). Solo importa el beneficio; no hay espacio para la libertad ni para idealistas, sino paga la brutalidad y para los tiburones, aunque asomen trajeados y refinados como Martingale, uno de los jefes de la compañía minera, interpretado por el siempre elegante Claude Rains, actor que siempre aporta clase y no poca ambigüedad a muchos de sus personajes…
miércoles, 31 de julio de 2024
viernes, 26 de julio de 2024
13 días de octubre (2015)
Detenido en Francia por la policía alemana en 1940, Lluis Companys es entregado al régimen de Franco. En ese instante, su futuro queda sellado. Para alguien de su posición e importancia durante la Segunda República, presidente de la Generalitat de Cataluña, el castigo es la muerte. Para el nuevo régimen no se trata de hacer justicia, sino de venganza, de castigo, de eliminar personalidades incómodas del pasado; es decir, cualquier figura sindicalista, política y militar de importancia del anarcosindicalismo y del Frente Popular que caiga en sus manos ha de ser purgada, encarcelada o fusilada, según el estatus ocupado en el orden depuesto. En Companys (1978), Josep Maria Forn narra el exilio y el cautiverio del último presidente de la Generalitat en vida republicana. Lo hace insertando momentos del pasado anterior, pero sin prestar excesiva importancia a la relación que se establece en el presente entre el político y su abogado defensor, el capitán Ramón de Colubí, a quien Companys probablemente salve la vida en 1938, cuando decide y firma el intercambio de alrededor de cinco mil presos organizado por la Cruz Roja. Colubí descubre este hecho en los papeles de Companys. Esta puede ser la prueba que salve la vida a su defendido, a quien defiende con honestidad, encomio y entrega después de ser designado el día 4 de octubre, sin apenas tiempo para preparar la defensa. No era la primera vez que un tribunal juzgaba al presidente; el antecedente más mediático había sido tras la declaración del Estat Català dentro de la República Federal Española, proclamado el día seis de octubre de 1934, cuando el prestigioso abogado y antiguo monárquico liberal Ángel Ossorio y Gallardo, amigo y futuro biógrafo del líder catalán, se hace cargo de su defensa y alega que <<Companys se ha pasado media vida en las cárceles, en los barcos y en los castillos, sin condenas judiciales, por persecuciones gubernativas (…) El señor Companys es un revolucionario que no ha dicho nunca a nadie: matad. A nadie, señor fiscal>>. (1) Pero durante la guerra no es revolucionario ni rebelde, se mantiene dentro de la legalidad constitucional vigente, e intenta salvar vidas, como bien sabe Colubí.
En la producción televisiva 13 días de octubre (13 dies d’octubre, 2015), Carlos Marques-Marcet recrea la relación de Companys (Carles Martínez) y su abogado defensor. El capitán Ramón de Colubí (Òscar Muñoz) es designado por el general Orgaz (Antonio Dechent) poco después de que el presidente de la Generalitat llegue a Barcelona. Orgaz ordena a su subordinado mantener el secreto, pues teme las consecuencias de la noticia de que el presidente se encuentra encarcelado en el castillo de Montjuic. Inicialmente, Colubí tiene dudas. Vive un conflicto interno que se insinúa, aunque no se profundiza en él porque los intereses de la película son otros. En parte, culpa a Companys de la purga revolucionaria desatada en Cataluña tras el fallido golpe de estado. La caza de religiosos, militares, empresarios o de cualquier sospechoso; y en aquella época, indiferentemente del bando, cualquiera podía ser señalado y acusado como tal. Pero el contacto con el político le permite conocer a la persona con la que estrecha lazos y a quien defiende ante un tribunal que ya ha decidido o al que le han ordenado hallar culpable, pues, como apunta Dionisio Ridruejo (2), <<para todo vencedor, las violencias del adversario son crímenes que deben castigarse e infamar perpetuamente a quienes los cometieron, e incluso a quienes se vieron forzados a admitirlos, mientras que las propias violencias son actos de justicia o cuando más excesos de celo inevitables para los que no cabe serio reproche>>. Como consecuencia, continuando con Ridruejo, <<la derrota de la causa republicana privó de todo efecto político a la purga revolucionaria —salvo el de convertirla en arma de la propaganda adversaria y disculpa o pantalla de sus violencias— e impidió que fueran la República o la revolución las que exigieran las responsabilidades de la guerra y de las violencias contra el enemigo. El Movimiento triunfante, en cambio, pudo cargar la totalidad de estas responsabilidades al bando contrario y usó de la ocasión que tal liquidación de cuentas le ofrecía para profundizar aún más en la obra de eliminación de los oponentes ideológicos, bajo el lema poco evangélico aunque bastante clerical de “desarraigar la mala hierba”>>. Y para el régimen franquista, Companys era “mala hierba” que desarraigar. De las palabras de Ridruejo, camisa vieja falangista y posteriormente de los mayores opositores al régimen de Franco, se comprenden al menos dos cuestiones evidentes: <<la obra de eliminación de los oponentes ideológicos>>, por parte del vencedor, y la imposibilidad de llevarla a cabo por parte de los derrotados, que no pueden exigir <<responsabilidades de la guerra y de las violencias contra el enemigo>>.
(1) Texto reproducido en José García Abad: Cataluña, 10 horas de independencia. Ediciones El siglo, Madrid, 2014.
(2) Texto reproducido en Ricardo de la Cierva: Episodios Históricos de España. España en Guerra. Persecución, represión y cruzada. Edeuma/Fénix, Madrid, 1997.
jueves, 25 de julio de 2024
El año de las luces (1986)
Más interesante que el despertar sexual de Manuel (Jorge Sanz), el adolescente de quince años sobre el que gira El año de las luces (1986), y del primer amor que surge cuando conoce a María Jesús (Maribel Verdú), es el ambiente de posguerra recreado por Fernando Trueba y la ambientación lograda por su equipo artístico, una ambientación que la emparenta con la no menos espléndida de Belle Epoque (1992), comedia que se sitúa en la inmediata preguerra y en otro paraíso imposible. Entre medias, estalla la guerra civil que Manuel vive en Madrid, bajo la continua amenaza de los bombardeos y la carestía, rodeado de los “rojos” que forman parte de la cotidianidad en la que crece. A esta realidad suya, que en la pantalla se omite porque la acción se sitúa en abril de 1940, tenemos acceso por sus palabras durante el viaje en autobús, cuando responde a su hermano mayor, Pepe (Santiago Ramos), teniente del bando nacional. Por sus palabras, la realidad vívida es la de cualquier niño madrileño de la época, la retratada por Jaime Chávarri en Las bicicletas son para el verano (1984), cuya acción se sitúa entre Belle Epoque y El año de las luces. En estas últimas se ofrecen dos perspectivas complementarias del “paraíso” que inevitablemente se pierde, paraísos vitales, de inocencia y libertad. Decía Azcona en una entrevista para la revista Nosferatu que <<Los paraísos existen solo para perderlos>> y eso es lo que sucede a los dos personajes interpretados por Jorge Sanz en estas dos películas de Trueba, un cineasta que encontró en Azcona un coguionista que aporta experiencia y amplía la perspectiva a su cine.
Aparte de que abre una nueva etapa en la filmografía de Trueba, quien hasta entonces venía desarrollado lo que se dio a conocer como “comedia madrileña”, El año de las luces es una de sus mejores películas, por sencilla y por la presencia de personajes entrañables o grotescos que, como los de Manuel Aleixandre, Rafaela Aparicio, Verónica Forqué, Chus Lampreave o José Sazatornil “Saza”, resultan indispensables para que lo expuesto en la pantalla no caiga en la desgana ni en la repetición. Son el respiro de la trama, a la que dotan de humanidad, humor e ironía, pues no solo se trata de exponer el aprendizaje vital y el despertar sexual de Manolo, un despertar que le sitúa a las puertas del mundo adulto, con lo que ello conlleva, sino que también se pretende un retrato, entre costumbrista y cómico de la inmediata posguerra, del deseo silenciado, de la represión sexual, de las ilusiones perdidas. A través de los ojos del personaje central se accede a este panorama entre la posibilidad que libera y la intolerancia que conlleva la censura y la represión características del nuevo régimen que se impone tras la guerra. Pero también se descubre cierto tono nostálgico, quizá porque la historia narrada nazca de la memoria de Manuel Huete, suegro del director, cuya propia experiencia vital en un “preventorio infantil”, similar al que asoma en la película, sería el punto de arranque para el guion escrito por Azcona y Trueba, el primero de los tres en los que colaboraron.
martes, 16 de julio de 2024
Un cielo impasible (2021)
<<Brunete es un pueblo aburrido. No hay campos con árboles, ni con frutas, ni con flores, ni con pájaros…>> recuerda Arturo Barea en la primera parte de La forja de un rebelde. Es el pueblo de su padre, el mismo donde pasa días de verano de su infancia. Años después, ese lugar evocado, <<de campos amarillos y grises de terrones secos, sin árboles y sin agua>>, <<tierra de pan>>, se transforma sin aviso en el escenario de una de las batallas más controvertidas de la guerra civil, también una de las más sangrientas e inútiles, pues ni a unos ni a otros beneficia desde una perspectiva militar. Aunque los republicanos quieren verla como una victoria, quizá sea más un error de cálculo apurado por los comunistas, pues pierden <<mucho material valioso y muchos soldados veteranos>>, de los que no andan sobrados. También los nacionales declaran su victoria, por lo que se puede decir que el resultado de Brunete acaba en tablas, pero dejando el tablero ensangrentado. Los campos amarillos, sedientos de agua, se empapan en sangre y se cubren de cuerpos sin vida y de restos de metralla. No se trata de un juego, sino de la guerra, en la que vida y muerte apenas se distancian. Allí, su unidad y su convivencia se hacen más palpables. Los combatientes las reconocen y empiezan a sospechar que las mayoría de las veces sobrevivir es cuestión de suerte; aunque la supervivencia quizá no sea suficiente para curar el horror vivido aquellos días de verano. <<La batalla, que se libraba en la reseca llanura castellana, en lo más cálido del verano, adquirió caracteres sangrientos>>, apunta Hugh Thomas en su libro La guerra civil española. Las bajas por ambos lados son cuantiosas, Thomas habla de 20.000 muertos por el republicano y que los rebeldes pierden 17.000 hombres. Décadas después, en 2021, esa tierra amarilla, tierra de pan, cuna de los Barea y tumba de miles de soldados anónimos, la sobrevuela el dron de David Varela, pájaro que recorre y filma impasible el espacio donde en julio de 1937 la lucha es la realidad que une y enfrenta a los soldados de ambos bandos en una batalla que Ricardo de la Cierva (Historia esencial de la guerra civil española) afirma que, desde el día 7 hasta el final del envite, <<se convierte en una feroz guerra de posiciones>>.
Con el sonido del ayer y las imágenes del hoy, David Varela enlaza el pasado y el presente, lo une recurriendo a la memoria de las voces de los protagonistas de entonces, cuyas palabras las recogen los de ahora: adolescentes que pronuncian las de los combatientes, testimonios de su experiencia, de su pesar y de su miedo. Los jóvenes de Un cielo impasible (2021) no solo las recogen, sino que, por un breve instante, aventuran qué habrían hecho en su lugar. Se acercan al pasado, a la historia, a las vidas que en ella descubren. Posteriormente, ya en la segunda parte del film, comentan, dudan, se preguntan, investigan en la numerosa bibliografía sobre aquel momento que parece que nunca existió o que solo existe en lo que conviene a quien lo evoca en la distancia de la historia. Se interesan, pues algo pasó que trastocó la historia y cada una de las pequeñas historias que descubren en las cartas o en las voces grabadas en cintas de casete para preservar la memoria anónima. La guerra no es partidista, los son las personas que la deciden y aquellas que la emplean para sus fines. La sufren todos, más si cabe al tratarse de una civil. En todo caso, es más que lo que hoy pretendemos con una perspectiva que la reduce. Existen diversas luchas, la fratricida, la ideológica, la social, la propagandística, la internacional, incluso la religiosa. El conflicto asola y desangra la España de 1936 a 1939, también a la de antes y a la de después. ¿Cuándo habrá la paz?, quizá se pregunten mientras reciben y participan en luchas heredadas y en otras nuevas. Pasado y presente se enlazan, aunque no siempre de forma pacífica. Luchas, sueños libertarios, huelgas obreras, revoluciones anarquistas, la más sonada socialista, que solo cuaja brevemente en Asturias, reacciones, estraperlo, represiones, militares, arribistas… Tal vez, todos ilusos. Finalmente, lo inevitable. Se palpa en Europa. Reino Unido, que también guia la política francesa, quiere evitar con su actitud permisiva y amistosa, casi pelota con los totalitarismo alemán e italiano, un enfrentamiento con la Italia fascista y la Alemania nazi. Así España deviene en (el primer) escenario internacional del choque entre el nazifascismo y el comunismo, reflejos antagónicos en su apariencia y en esencia sospechosas de pretender imponerse sobre el resto; más bien, destruir al resto.
En su ensayo ¿Por qué la República perdió la guerra?, Stanley G. Payne apunta que <<La primera gran ofensiva del Ejército Popular fue la operación Brunete, que comenzó el 5 de julio, solo después de que Bilbao hubiera caído en manos nacionales. […] Brunete proporcionó un breve respiro a lo que quedaba de la zona norte, pero solo duró un mes más o menos. Rápidamente, Franco destinó su fuerza aérea y un buen número de sus mejores unidades a un contraataque concertado y recuperó todo el territorio que durante aquel breve lapso se había perdido, mientras que las bajas para el Ejército Popular fueron bastante mayores que las que sufrieron los nacionales.>> La batalla resuena en el presente que asoma en la pantalla, en el que no hay cabida para imágenes de archivo (cinematográficas) del conflicto, solo las fotográficas a las que tienen acceso los muchachos a quienes llega el eco pretérito de los sonidos de tanques y del vuelo de los aviones sobre Brunete, tierra de campos amarillos y de batalla, ahora campo de paz y de recuerdos; también tiene su campo de golf. Ya no suenan las canciones, los fantasmas de los muertos buscan la paz, ya no quieren atacar, ni morir una y otra vez; quizá prefieran resguardarse de las balas que suenan y del tableteo de las ametralladoras que en el 37 marcan un fiero compás. ¿Cuántos días más de combate, de batalla olvidada, de una guerra perdida y sangrienta? ¿Una guerra por la libertad? ¿Por la defensa de la patria? ¿Qué es la libertad y la patria? ¿La tuya? ¿La de este? ¿La de aquella? ¿La de quien sobrevive, la de quien mata o la de quien muere? ¿Qué ganan los soldados, peones de quienes los trasladan a este o aquel lugar que deviene en frente? ¿Quién decide la suerte? ¿Quién del futuro, hoy presente, les recuerda? ¿Qué memoria nos recuerda quienes somos, de dónde venimos, tal vez la posibilidad de hacia dónde vamos? En Un cielo impasible, Varela no da las respuestas a estas y otras preguntas, pero sí indica dónde pueden encontrarse las pistas que ayuden a responderlas. Apunta a Cicerón, a su <<Historia, maestra de la vida, luz de la verdad>>, e invita a un debate-diálogo abierto, limpio, crítico y honesto con nuestra historia presente y pasada.
domingo, 14 de julio de 2024
Manuel Chaves Nogales: el hombre que estaba allí (2013)
<<Yo era eso que los sociólogos llaman un “pequeñoburgués liberal”, ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio —como dicen los marxistas—, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo.>> (1) Las faenas de Belmonte, la Unión Soviética, la Alemania nazi, el marruecos español de 1934, la revolución de Asturias de ese mismo año, la cuestión catalana, el golpe de estado de julio de 1936, la guerra y la revolución que deparó, el exilio, la caída de Francia en la Segunda Guerra Mundial, Chaves Nogales estuvo allí. Fue testigo y escribió sobre lo que vio, de ahí que el título escogido por Luis Felipe Torrente y Daniel Suberviola para su cortometraje, Manuel Chaves Nogales: El hombre que estaba allí (2013), sea lógico, pues, aparte de inspirarse en el del libro El maestro Juan Martínez que estaba allí, no falta a la verdad: allí estuvo.
El periodista sevillano, redactor del Heraldo de Madrid, director del diario Ahora y uno de los más prestigiosos de su profesión, se exilió en 1936, probablemente hacia noviembre, tras la batalla de Madrid sobre la que escribió una espléndida crónica que fue publicada por primera vez en México, en 1938, una batalla pormenorizada por Vicente Rojo en Así fue la defensa de Madrid y, décadas después, por Jorge Martínez Reverte en su libro La batalla de Madrid. Salió de España descontento con la situación, con aquello que se estaba produciendo a su alrededor. También escribió sobre ello. Relató lo que presenció y aquello de lo que tuvo constancia en una serie de narraciones cortas que, unidas, ofrecen una amplia perspectiva del panorama de los primeros meses de guerra. Estos relatos se publicaron de forma conjunta en A sangre y fuego, aunque, dependiendo de la edición, el número de narraciones puede variar —nueve u once—; en todo caso, resulta un espléndido, imparcial, en la medida que pueda serlo un ser humano ante los hechos que vive y describe, y crudo retrato de aquella España en lucha. Como cronista, ya he dicho que relató la defensa de Madrid, ahora apunto que ensalzando al general Miaja, a quien el gobierno de Francisco Largo Caballero dejó al frente de la capital, con una carta cerrada que no debía abrir hasta las seis de la mañana y abandonado a su suerte, la cual le sonrió contra todo pronóstico. Viajó por toda Europa, quiso ser el primer periodista en hacerlo en avión, habló de “Lo que ha quedado del Imperio de los zares”; tras su viaje a Alemania en mayor de 1933, apuntó lo que se escondía “Bajo el signo de la esvástica”; cubrió la revolución obrera de Asturias, en 1934, año en el que acompañó la expedición del ejército a Ifni, por entonces, parte del protectorado español en Marruecos. De talante republicano, Chaves Nogales no se casaba con nadie, como apuntó el escritor Antonio Muñoz Molina: <<Manuel Chaves Nogales, patriota de corazón de la República española, no se casaba con nadie. En su integridad intelectual, en su independencia política, en su toma radical de partido por los seres humanos de carne y hueso frente a las abstracciones genocidas de las ideologías de su tiempo, el comunismo y el fascismo, a la altura de Chaves Nogales solo está George Orwell.>> (2)
El sevillano escribía lo que consideraba la verdad, fin que debe perseguir cualquier periodista que se precie, aunque, quizá, muy pocos lo hagan. Chaves, sí la buscaba; y la consecuencia de dicha búsqueda no es otra que el rechazo de muchos contemporáneos suyos y que sus textos desprendan sinceridad. Su narrativa, vibrante, por momentos brillante, siempre busca comunicar; es, ante todo, periodista, pero también un escritor de talento. Su obra había caído en el olvido, pero, a raíz del éxito del libro de Andrés Trapiello —que asoma en la pantalla, como también lo hacen Muñoz Molina, Jorge Martínez Reverte y María Isabel Cintas, biografa del autor andaluz—, Las letras y las armas, la figura de Chaves Nogales se ha visto reivindicada, como le corresponde. <<Cuando se publicó la primera edición de este libro, ni siquiera figuraba en los diccionarios de Literatura, quizá porque lo tenían por periodista. Lo fue, sin duda, pero el nervio de su escritura y un talento ilimitado tendrían que haberle llevado ya por lo menos al gallinero del Parnaso, como el excelente escritor que fue.>> (3) De hecho, el magistral A sangre y fuego se convirtió en uno de los libros más vendidos, quizá también de los más leídos, sobre la guerra civil. Y este cortometraje documental no hace más que corroborar esa recuperación, la cual, por otra parte, sigue la tendencia actual de sacar del ostracismo a figuras como Chaves Nogales, Clara Campoamor, Melchor Rodríguez, Federica Montseny y otros contemporáneos más o menos olvidados durante décadas…
(1) Manuel Chaves Nogales: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España. Libros del Asteroide, Barcelona, 2013.
(2) Antonio Muñoz Molina, del prólogo de La defensa de Madrid. Ediciones Renacimiento/Espuela de Plata, Sevilla, 2011.
(3) Andrés Trapiello: Las letras y las armas. Literatura y guerra civil (1936-1939). Ediciones Destino, Barcelona, 2011.
jueves, 11 de julio de 2024
Duett för kannibaler (1969)
martes, 9 de julio de 2024
Arturo Barea y los libros “viejos”
Me gusta perderme en las librerías, pues siempre acabo encontrando un amigo, o varios, en las páginas de algún libro que me llevo contento, esperanzado, ilusionado. Desde hace años, los mejores encuentros se producen en librerías de segunda mano, donde me salen al paso títulos descatalogados, lomos gastados y páginas doradas por el tiempo. Me pierdo en sus laberintos de estanterías, entre pilas de libros en el suelo que piso curioso, olvidándome de mí, dejándome envolver por el olor a papel viejo que evoca años de lectura y olvido. Esos pasillos me trasladan a un mundo aparte; por un instante, me permiten abandonar el mío y descubrir el de otros… No hay ciudad ni pueblo que visite sin la esperanza del encuentro. Compro libros en Alcalá, Salamanca, Lugo, Sevilla, Zaragoza, Segovia, Malaga, Oviedo,… Tránsito calles y plazas en su busca; lo hago en compañía generosa. Ando a pasos marcados por el deseo, la ilusión y la impaciencia. Camino hacia una puerta que se abra al pasado y a la inmortalidad literaria que encierran sus paredes. A menudo, logro mi objetivo. Entonces, en mí mente solo existe el presente que tengo ante mí, un ahora marcado por centenares de títulos y de nombres que conozco, de otros que me resultan familiares y de tantos que, hasta ese instante, me son desconocidos. Como si llegase de otra dimensión, me alcanza la voz de una mujer y de un hombre. Hablan sobre uno que les acaba de llegar: “Las memorias del general Escobar”. Él le dice que es muy bueno. Eso mismo pienso. El libro de Olaizola me sorprendió cuando compartimos instantes que se difuminarán hasta desaparecer. ¿Cuántos libros habrán desaparecido ya de mi memoria? ¿Cuántos habitan en mí sin ser consciente? ¿Y los que nunca olvido? Continúan su charla. Ella es la guardiana del lugar; él, supongo, un asiduo. Tal vez un enamorado de los libros. Vuelvo a lo mío, aunque no sin antes preguntarme si quienes trabajan en lugares así son conscientes del tesoro que custodian y comercializan o si solo están ahí porque es su trabajo y su negocio. Supongo que la respuesta es una mezcla de ambas. Vivir entre libros, suspiro haciéndome una imagen idílica de estar rodeado de tantas vidas, pensamientos, verdades y mentiras. ¿Qué puede importarme que las librerías y el mundo editorial siempre hayan sido negocio, hoy más que ayer? No me importa porque también en esos mundos han existido y existen quijotes que luchan a contracorriente, personajes que arriesgan mucho porque aman la literatura, admiran sus joyas, asumen que deben conservarlas y transmitirlas; incluso algunos sueñan con descubrir y sacar a la luz nuevos talentos y tesoros literarios. A esas personas, quienes transitamos sus reinos librescos, les debemos mucho…
<<La plaza del Callao está llena de puestos de libros. Todos los años, cuando van a empezar las clases, hay feria de libros y Madrid se llena de puestos. Donde más hay es aquí, que es el barrio de los libreros, y en la Puerta de Atocha. Aquí llenan la plaza y en la Puerta de Atocha, el paseo del Prado. A mi tío y a mí nos gusta recorrer los puestos y buscar gangas. Cuando no hay ferias, entramos en las librerías de la calle de Mesonero Romanos, de la Luna y de la Abada. La mayoría son barracones de madera en los solares. En la esquina de la calle de la Luna y de la calle de la Abada está la librería mayor. Es una barraca de madera, pintada de verde, tan grande como una cochera. El dueño, un viejo, es amigo de mi tío y, como él, fue labrador; se lían a hablar de sus tiempos y de la tierra. Yo, mientras, revuelvo todos los libros y hago un montón con los que me gustan. Son baratos. La mayoría valen diez o quince céntimos. Cuando mi tío ve el montón se enfada siempre, pero yo sé que el librero no me dejará que me vaya sin ellos, ni dejará que mi tío separe la mitad. Si no me los compra, él me los regala. Lo único que hace a veces es quitar libros que no debo leer, según dice. Lo malo es que luego estos libros no puedo vendérselos. Cuando los he leído se los llevamos y se los dejamos gratis. También compro yo libros en la calle de Atocha, pero estos me los vuelven a comprar por la mitad de lo que me cuestan.
Hay un escritor valenciano que se llama Blasco Ibáñez, que ha hecho todos estos libros. Los curas de mi colegio dicen que es un anarquista muy malo, pero yo no lo creo. Un día dijo que en España no se leía porque la gente no tenía bastante dinero para comprar libros. Debe de ser verdad, porque los libros del colegio cuestan muy caros. Entonces dijo: “Yo voy a dar de leer a los españoles”. Y en la calle de Mesonero Romanos puso una tienda y empezó a hacer libros. Pero no los libros de él, porque dice que eso no le interesa a nadie, sino los libros mejores que se encuentran en el mundo. Y todos valen, nuevos, treinta y cinco céntimos. La gente los compra a millares y cuando los ha leído los vende a los puestos de libros viejos, y allí los compramos los chicos y los pobres. Así yo he leído a Dickens y a Tolstoi, a Dostoievsky, a Dumas, a Víctor Hugo, a muchos otros.>>
Arturo Barea: “La forja de un rebelde”
“La Novela ilustrada”
<<Con el subtítulo “publicación periódica económica” y al precio de 15 céntimos cada entrega, colección literaria de novelas cortas españolas originales, que empiezan a ser editadas a partir del 15 de diciembre de 1884, al principio dos veces al mes y posteriormente, tres veces, en las que se incluyen dentro de texto “láminas al cromo”, en su mayor parte de color. La colección de la Biblioteca Nacional de España consta de 60 números, hasta la entrega del 20 de agosto de 1886.
Uno de los principales autores de esta colección es Emilio de la Cerda, con títulos como La mujer de dos maridos. Otros son Carlos Álvarez Malgorry, Joaquín Ardila, Antonio de San Martín, Lorenzo Gil y Gonzalo Jover.
La segunda época de este título, a partir e octubre de 1905, fue dirigida por el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, que publicó autores europeos consagrados, como Maupassant, Hugo, Dumas, Doyle, Dickens, Goncourts, Dostoievsky o Turgeniev, durante el periodo de mayor auge de este tipo de colecciones de narrativa y novelística corta dirigidas al gran público.>>
Fuente: Biblioteca Nacional de España.
miércoles, 3 de julio de 2024
Longa noite (2019)
lunes, 1 de julio de 2024
Lúa vermella (2019)
Un film distinto, todos los que siguen el impulso creativo de sus responsables suelen serlo, pero también es diferente por esa Galicia “máxica”, “terra meiga” que Lois Patiño intenta recrear en la pantalla, a partir de un pueblo costero —parte de los exteriores están rodados en Camariñas— donde la quietud ancla a sus personajes en el tiempo, persiguiendo el no tiempo. Desde épocas remotas e inmemoriales, los habitantes de la costa miramos el mar con familiaridad, temor, gratitud, respeto, cariño, incluso con la nostalgia que las profundidades y el horizonte marino traen de un futuro y de un pasado construidos con materiales de evocaciones, realidad y mito, creando de ese modo un presente inexistente que se sitúa entre la realidad y la irrealidad, tierra de espectros, de días grises y noches bajo lunas coloreadas por la sangre y el recuerdo de los ahogados. Uno de los conflictos que puede presentarse ante el cine de Patiño es su insistencia poética. Quiere ser diferente y hace notar su querer ser distinto, pero no presume de divo ni va de cineasta provocativo. Busca ser poeta audiovisual, quizá trovador moderno de cantigas cinematográficas, que no son de escarnio y maldecir, ni de amigo ni de amor, sino de lo intangible, de lo que llevamos dentro, las relaciones del pensamiento con el entorno y los misterios que encierra. Películas como Costa da morte (2013) y Lúa vermella (2020) quieren ser poesías del alma, como pueda serlo Stalker (Andrei Tarkovski, 1979) o, en menor medida, A Ghost Story (David Lowery, 2017). Una forma cinematográfica como Lúa vermella se encuentra a sí misma en la poesía que fuerza en voces, sonidos, silencios y pausas. Pero no resulta una poesía molesta para quien se aleje de las prisas y del ruido cotidiano (predominantes fuera y dentro del cine comercial actual), al contrario, va envolviendo en su estética de quietud y de fantasía triste. Parte de las profundidades atlánticas y sale a la luz para caer en la sombra de una población donde tierra y mar se juntan pero no se hermanan, donde los hombres y mujeres piensan y filosofan en voces interiores que no les pertenecen, que pertenecen al autor del texto y de la película, un cineasta sensible que quiere crear un espacio fílmico que no es la realidad, sino el más allá de lo real. Las imágenes, las voces y los sonidos son su acceso a lo intangible, a su Lúa vermella, intento de atrapar un mundo abstracto y subjetivo, de emociones, sensaciones y reflexiones, pues quizá no haya nada más abstracto y subjetivo que la poesía y el reflexionar sobre la vida y la muerte, sobre los espacios emocionales que, en cierta medida, nos dan forma…
Un filme distinto, tódolos que seguen o impulso creativo dos seus responsables adoitan selo, pero tamén é diferente por esa Galicia “máxica”, “terra meiga” que Lois Patiño intenta recrear na pantalla, a partir dun pobo costeiro —parte dos exteriores están rodados en Camariñas— onde a quietude ancla a os seus personaxes no tempo, perseguindo o non tempo. Dende épocas remotas e inmemoriais, os habitantes da costa ollamos o mar con familiaridade, temor, gratitude, respecto, agarimo, incluso coa nostalxia cas profundidades e o horizonte mariño traen dun futuro e dun pasado construidos con materiais de evocacións, realidade e mito, creando dese xeito un presente inexistente que sitúase entre a realidade e a irrealidade, terra de espectros, de días grises e noites baixo lúas coloreadas polo sangue e a lembranza dos afogados. Un dos conflictos que pode presentarse ante o cine de Patiño é a súa insistencia poética. Quere ser diferente e fai notar o seu querer ser distinto, pero non presume de divo nin vai de cineasta provocativo. Busca ser poeta audiovisual, quizais trovador moderno de cantigas cinematográficas, que non son de escarnio e maldicir, nin de amigo nin de amor, senón do intanxible, do que levamos dentro, as relacións do pensamento co entorno e os misterios que encerra. Películas como Costa da morte (2013) e Lúa vermella (2020) queren ser poesías do alma, como poda selo Stalker (Andrei Tarkovski, 1979) ou, en menor medida, A Ghost Story (David Lowery, 2017). Unha forma cinematográfica como Lúa vermella atópase a si mesma na poesía que forza en voces, sons, silencios e pausas. Pero non resulta unha poesía molesta para quen se afaste das prisas e do ruido cotiá (predominantes fora e dentro do cine comercial actual), ao contrario, vai envolvendo na súa estética de quietude e de fantasía triste. Parte das profundidades atlánticas e sae á luz para caer na sombra dunha poboación onde terra e mar xúntanse pero non se irmandan, onde os homes e mulleres pensan e filosofan en voces interiores que non lles pertenecen, que pertencen ao autor do texto e da película, un cineasta sensible que quere crear un espazo fílmico que non é a realidade, senón o máis aló do real. As imaxes, as voces e os sons son o seu acceso ao intanxible, a súa Lúa vermella, intento de atrapar un mundo abstracto e subxetivo, de emocións, sensacións e reflexións, pois quizais non haxa nada máis abstracto e subxetivo que a poesía e o reflexionar sobre a vida e a morte, sobre la espazos emocionais que, en certa medida, nos dan forma…