Los temas se repiten tanto en cine como en literatura, por eso es el modo de expresarlos el que suele decantar la balanza. La forma de hablar, en este caso de contar y mostrar con imágenes y sonidos, también con diálogos y silencios, resulta fundamental. La de Alexander Payne se presenta tranquila, fluida. Se distancia del ruido y de las prisas que podrían impedirle establecer comunicación y jugar en contra de la precisión expresiva con la que relata la relación entre tres personajes que semejan de carne y hueso, pues, aunque sean comunes, no suenan a estereotipos. Les concede profundidad emocional y las interpretaciones de Paul Giamatti, Da’Vine Joy Randolph y Dominic Sessa la corroboran sin necesidad de forzarla ni de insistir en el sufrimiento que Payne nunca oculta. Desvela la aflicción, el duelo o la rebeldía como parte de sus personajes —y del guionista David Hemingson, en su primer guion cinematográfico—, ya que los quiere humanos. Es consciente del sufrimiento y que este les condiciona. En ese instante, el dolor y la sensación de abandono forman parte de ellos. Es así de simple y así de complejo. La sutileza con la que los muestra habla a favor de Payne, de su sensibilidad cinematográfica a la hora de acercarse a los personajes y acercarlos al público, con el que establece contacto sin obligarle. Tal sensibilidad asoma en películas como Entre copas (Sideways, 2004), Nebraska (2013) o Los que se quedan (The Holdovers, 2023), en las que realiza un cine de personas y establece relaciones para romper las distancias y el aislamiento. El contacto en el cine de Payne es curativo; además, se produce una evolución. Sus personajes no son los mismos al final del camino que al inicio. Durante su recorrido común, en las tres citadas hay viaje físico y emocional, pasan de ser solitarios que rechazan (y se rechazan) a la comprensión y, desde esta, a la aceptación, al cariño, a la confirmación de que se ha producido un reconocimiento y establecido un lazo emotivo que va más allá del aprendizaje que se produce. Degustando el momento y empleando formas tranquilas, para contar y hablar, Payne desvela el rostro más humano de sus personajes. En definitiva, en Los que se quedan realiza un cine de esperanza, comunicación y comunión, la que permite que Paul Hunham (Paul Giamatti) el profesor de Historia, Angus (Dominic Sessa), el alumno, o Mary (Da’Vine Joy Randolph), la cocinera, superen el dolor; al menos logren mitigarlo en compañía, dejando de sentirse huérfanos de seres queridos. Lo dicho, los temas se repiten, igual que lo hace el contacto humano en el cine de Payne. Y son sus formas de expresarlos los que posibilitan que esas tres vidas que convergen en el colegio, espacio que agudiza el aislamiento pero que también posibilita el encuentro, nos lleguen sin caer en el melodrama, pues no exageran su condición de almas heridas, ni pierden el punto de humor que los humaniza más si cabe, en la compañía que les mitiga el abandonado, el rechazo y el duelo por la pérdida con el que inician las vacaciones de Navidad de 1970…
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