La protagonista que da nombre a este melodrama filmado por Alberto Lattuada y producido por Dino de Laurentiis y Carlo Ponti, Anna (Silvana Mangano), viste los hábitos al inicio del metraje para escapar del mundo exterior que le persigue y la encuentra cuando Andrea (Raf Vallone) sufre un accidente y es ingresado en el hospital donde ella ejerce de enfermera. Entonces, sor Ana recuerda ese pasado que Lattuada muestra en una analepsis durante la cual la religiosa era cantante en un club nocturno. Quizá Ana (Anna, 1951) ya no se recuerde, a pesar de un reparto que reúne a Silvana Mangano, Raf Vallone, Sophia Loren (todavía Sofia Scicolone o Sofia Lazzaro), en un pequeño papel sin acreditar, al inicio de su espectacular carrera cinematográfica —<<incluso llegué a pronunciar un par de frases>> (1) escribiría la gran estrella italiana en sus memorias—, y Vittorio Gassman, por entonces gran actor teatral y harto de ser encasillado en el cine en el papel de canalla chulesco, manipulador y maltratador que tanto éxito había tenido en Arroz amargo (Riso Amaro, Giuseppe de Santis, 1949). Gassman continuaría a la espera de Mario Monicelli, Dino Risi, uno de los cinco firmantes del guion de Ana (Anna, 1951), y Ettore Scola, que fueron los cineastas que mejor supieron aprovechar su gran talento interpretativo. Pero la imagen que brilla es la de Mangano con o sin hábitos, rezando o bailando y cantando El negro zumbón —letra de Francisco Giordano y música de Armando Trovaioli—, aunque la voz no sea la suya, sino la de Flo Sandon's (Mammola Sandon), <<se convirtió en un éxito internacional>> (2). A día de hoy, esa imagen aún permanece en la retina de la cinefilia y en la iconografía del cine italiano, y no poco gracias a Giuseppe Tornatore en su nostálgica Cinema Paradiso (1987) y a la espléndida Caro diario (1993), en la que Nanni Moretti la descubre en la emisión televisiva que ve en el bar donde, al tiempo que saborea un bocadillo de mozzarela y tomate, la disfruta. Moretti se deja llevar por el ritmo que también contagia al cura de la película de Tornatore; esa conexión va más allá del bar y del cine Paradiso; traspasa la pantalla y ejemplifica lo que se llama “magia del cine”, la que supera las barreras espacio-temporales y establece comunicación entre la ficción que se proyecta y la mirada y el oído de la realidad que la siente, sea el religioso del Paradiso, el cineasta de la Vespa u otro individuo que se descubra moviendo manos y pies al son del baiao de Anna, ayer, hoy y mañana…
(1) (2) Sophia Loren: Ayer, hoy y mañana. Mis memorias (traducción de Ana Ciurans Ferrándiz). Lumen, Barcelona, 2014.
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