París, 1922, cuatro años después de la Gran Guerra (1914-1918), la generación perdida vive como si cada día fuese el último; ya nada podrá ser para ellos a largo plazo. Se trata de una generación mermada y afectada por el conflicto que desangró a los jóvenes de varias naciones; es la generación a la que pertenecían Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, el autor de Fiesta, la novela publicada en 1926 en la que se basa el guion de este drama escrito por Peter Viertel y filmado por Henry King para la Twenty Century Fox de Darryl F. Zanuck. King llevaba en el estudio desde la década de 1930 y dirigía por onceava y última vez a Tyrone Power, que dio vida a Jake Barnes, el periodista estadounidense que vive en ese Paris bohemio hoy mitificado y ya desaparecido en la época del rodaje de Fiesta (The Sun Also Rises, 1957). Incluso su París, el descrito por Hemingway en su exitoso libro, no sería el real, tampoco su Pamplona, sino literario. Esto le concede otro tipo de atractivo o, acaso, ¿Hemingway no era escritor y su descripción de ambas ciudades dan otro tipo de luminosidad y encanto? Ese lugar idealizado por el cine y la novela es el marco para el reencuentro de Jake y Brett Ashley (Ava Gardner), un antiguo amor de cuando estaba herido en Italia, donde ella era enfermera. Ellos son dos entre tantos moradores de ese mundo literario y festivo que da color nocturno a la ciudad donde el drama de Jake es estar todavía enamorado de ella. El periodista recuerda, y King juega la baza de la analepsis para mostrar el pasado en el que ambos se enamoraron y en qué consiste la herida y su efecto secundario: la impotencia sexual. Realizado el recorrido, Fiesta y la mente del protagonista regresan al presente durante el cual sus caminos vuelven a cruzarse y el destino les lleva a España.
Pese a su innegable capacidad para crear atmósferas y su talento narrativo, demostrado en numerosas ocasiones desde su debut en la dirección en 1914, King no logra la gran película que se espera de la novela, ni siquiera una que atrape como lo hacen tantas producciones en las que dirigió a Power o a Gregory Peck, por citar dos de sus actores (sonoros) favoritos, sino una a la que a los personajes les falta chispa, pasión, desorientación... Pero la popularidad del film no descansa en su calidad, reposa sobre la fama del autor de la novela y la de su reparto, aunque ninguno de los componentes brille en su esplendor —el caso de Mel Ferrer merece un aparte, pues se trata de un actor que carece de carisma y esa falta la hereda Robert, su personaje, cuyos arrebatos de celos y de violencia resultan tan planos como sus movimientos boxísticos—, aunque la presencia de Ava Gardner destaque sobre el resto. Su personaje es el objeto de deseo de sus compañeros masculinos, salvo de Bill (Eddie Albert), el mejor socio de Mike (Errol Flynn) en sus correrías etílicas. Son los juerguistas del grupo que se encuentra en Pamplona para disfrutar de encierros, corridas taurinas, fuegos artificiales, alcohol, y del ambiente que King recrea con atención —la atmósfera festiva y el aspecto visual de la “Fiesta” es de lo mejor del film— y que Hemingway dio a conocer a un nivel internacional nunca antes alcanzado por la celebración pamplonica…
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