lunes, 11 de marzo de 2024

En el filo de la duda (1993)

En 1981, el candidato republicano Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos tras una campaña electoral en la que su mensaje, patriotero y económicamente liberal, convenció a la mayoría del electorado. La década anterior había abierto heridas en la sociedad estadounidense, así como en su economía, debilitada debido a la crisis energética mundial, con las subidas en los precios del petróleo —que se dispararon en 1973 y 1979—, entre otras cuestiones, y a la merma de su dominio internacional; la derrota en Vietnam o los rehenes estadounidenses en Irán enrarecían el ambiente. Su objetivo era hacer un país fuerte y dominante y, para ello, centró su política en Defensa, aumentó el presupuesto militar, y en liberar la economía. Redujo el gasto, bajó los impuestos y eliminó obstáculos a los grandes empresarios. La industria armamentistica y las grandes fortunas lo agradecieron, no tanto quienes perdieron poder adquisitivo ni sus rivales en la guerra fría, que se vieron ahogados por el reaganismo (al que se unió el thatcherismo británico), pero lo demás pasó a un segundo plano, incluso al cuarto oscuro, que sería donde se situó aquello que no interesaba a su administración. Una de las situaciones que no resultaban prioritarias, ni siquiera le concedían existencia, fue la enfermedad que se convierte en el eje de En el filo de la duda (And the Band Played On, 1993), un drama con un reparto encabezado por Matthew Modine —y con Lily Tomlin, Ian McKellen, Gleanne Headly, Alan Alda, Steve Martin, Richard Masur, Phil Collins, Tcheky Karyo, Nathalie Baye, Anjelica Huston y Richard Gere, entre otros rostros populares—, dirigido por Roger Spottiswoode y escrito por Randy Shilts, autor del libro en el que se basa el guion, y Arnold Schulman. La película asume un tono documental y lo dramatiza para narrar la historia del equipo de científicos que trabaja en esa nueva enfermedad que detectan en varias ciudades estadounidenses. Apenas saben de ella, ignoran si es vírica o bacteriológica, su medio de contagio o cualquier otro aspecto que no sea el que ataca al sistema inmunológico. Su mortandad apunta al cien por cien de los casos y su grupo de riesgo se sitúa en la comunidad homosexual; aunque pronto se descubre que también afecta a hemofílicos y drogadictos por vía intravenosa. Estos médicos carecen de apoyos; descubren miedo y el silencio oficial respecto al brote. Los cinco especialistas del equipo de Jim Curran (Saul Rubinek) se entregan al trabajo con lo poco que tienen y así van descubriendo otros aspectos que Spottiswoode detalla con precisión. Son los primeros tiempos del SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), cuando no se había descubierto el agente causante ni puesto nombre a la enfermedad, pues este se acuerda en 1982 sin todavía tener claro de qué se trata...

La trama se inicia en los albores de la década para avanzar por ella y esbozar la historia de esta enfermedad estigmatizada en su inicio, cuando sus primeras víctimas son homosexuales. Dicha circunstancia provoca la marginación a la que son sometidos sus afectados y que la administración Reagan haga como si la epidemia no existiese, pero no por cerrar los ojos, las cosas dejan de pasar. La enfermedad se propaga, desborda, atemoriza y se cobra víctimas; con los años serían más de veinte millones de muertos. El virus no distingue entre sectores de población, pero las trabas puestas en su investigación, la falta de recursos económicos y de apoyo institucional y de los grupos de presión de las minorías, juegan en contra de su estudio. Pero En el filo de la duda no solo se centra en el trabajo llevado a cabo por el equipo médico (y sus colaboradores) que ve la necesidad de frenar su propagación, sino también apunta cómo afecta a la sociedad, la divide, o cómo se inicia una investigación paralela en Francia, en el prestigioso instituto Pasteaur. La prevención es el único medio para combatir una epidemia de la que poco se sabe, salvo que está afectando a la población homosexual. Ni los medios de comunicación ni la administración le dan importancia, lo que implica que no haya la menor ayuda económica para la investigación, salvo de individuos privados como el coreógrafo a quien da vida Richard Gere. Esta falta de recursos fue un primer error; aunque tales errores son, o lo parecen, comunes ante lo desconocido, pues enfrentarse a lo que no se comprende acarrea la posibilidad de equivocarse. Y En filo de la duda, una lujosa producción HBO, pretende explicar esa batalla inicial contra la ignorancia, los prejuicios y el virus VIH, prestando atención, entre otros, al doctor Robert Gallo (Alan Alda), a los investigadores del equipo de Luc Montagnier (Patrick Bauchau) del Instituto Pasteaur, quienes en 1983 logran identificar el causante, y sobre todo al del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta al que pertenece el doctor Don Francis (Matthew Modine), el personaje con mayor peso de esta historia coral que afecta a todos. Es quien más evidencia su estado de ánimo en momentos puntuales de la película. Y no es de extrañar, pues, como persona, investigador y parte del equipo que investiga a pie de campo, apenas tiene recursos económicos ni apoyo de las instituciones ni de los grupos que representan a los distintos intereses en conflicto. Nadie se pone de acuerdo, todos miran por lo suyo, y mientras la gente continúa muriendo y la enfermedad se extiende hasta ser una amenaza global. Ya no se trata de una epidemia que se centra en un sector poblacional concreto, sino que abarca a toda la población, al ser de transmisión sanguínea, de ahí la lucha para que la industria de la sangre, que prioriza el aspecto económico, implante análisis en sus reservas y la prioridad de reconocer al agente causante. Entre otras cuestiones, Spottiswoode expone esta complejidad a la que deben enfrentarse los científicos que trabajan para establecer el alcance de la epidemia y su posible control; lo hace de modo preciso, intentando detallar los pasos dados, los golpes y las zancadillas…



No hay comentarios:

Publicar un comentario