miércoles, 21 de febrero de 2024

Los productores (1967)

A los nueve años, Melvyn Kaminsky acudió a ver Anything Goes. Era la primera vez que presenciaba un espectáculo de Broadway y le apasionó tanto lo que vio que, desde entonces, sintió fascinación por los musicales y por la música de Cole Porter. Otra de sus pasiones es el cine: de pequeño acudía siempre que la economía familiar se lo permitía. Le gustaba todo tipo de películas, pero sentía predilección por las comedias de los hermanos Marx, Charles Chaplin, Buster Keaton, Laurel y Hardy,… y por los musicales cinematográficos protagonizados por Fred Astaire y Ginger Rogers, entre otras estrellas del género. Su admiración queda patente en sus películas. En la práctica totalidad de su filmografía como director, incluye algún número musical para homenajear aquellos clásicos. A este respecto, su primer largometraje como director y guionista no fue una excepción. Con él, entraba en el cine por la puerta grande, pero ya había obtenido popularidad como guionista de televisión y cómico antes del éxito de Los productores (The Producers, 1967), que también le valió el premio Oscar al mejor guion original. Aquel niño de Brooklyn había crecido y el adulto se cambió el Kaminsky paterno por el materno Brookman, que se quedó en Brooks por falta de espacio en su tambor. De modo que, cuando se lanzó al mundo del espectáculo, lo hizo como Mel Brooks.

Conocía el negocio del espectáculo; comprendía que lo importante del asunto era el dinero. Sin él, se acabó la función y, en una sociedad tan conservadora como la estadounidense, le iba a ser imposible encontrar distribuidor que estrenase su primer largometraje si insistía en titularlo “Primavera con Hitler”, que era el título de la obra a representar por la pareja de productores del guion; así que no le pareció mal cambiar el título por el de Los productores. Pero esa fue la única concesión que hizo, lo cual no está nada mal para un primerizo en el mundo del cine que supo incluir en su contrato el derecho al montaje final. El resultado de aquella aventura es una osada y desternillante sátira cómico-musical con un plantel en estado de gracia encabezado por Zero Mostel, Gene Wilder y Kenneth Mars, que heredaba un papel que inicialmente iba a ser para un (por entonces) desconocido Dustin Hoffman, en la que Brooks mezcla su sabiduría humorística, acumulada durante años de escribir chistes y sketches, y sus gustos para aunar en la pantalla negocio y espectáculo, pues ambienta la trama en el ámbito teatral y lo pone en manos de un productor capaz de cualquier cosa con tal de salir de la situación en la que se encuentra.

Mel Brooks inicia su comedia con el productor interpretado por Zero Mostel teniendo que complacer los juegos de la anciana inversora que pone el cheque para su próxima obra, el mismo talón del que se apodera el casero. Esos primeros minutos explican la situación de Max Bialystock, a quien vemos cual  desheredado de Broadway en un presente sin futuro, engañando a ancianas y confensando al contable Leo Bloom (Gene Wilder) su situación de extrema necesidad. <<Me hunde una sociedad que exige el éxito cuando yo solo puedo ofrecer el fracaso>>, dice, pues sus últimas obras han sido fracasos que lo han dejado fuera de juego, a las puertas de la miseria y en brazos de sus inversoras, a las que hace feliz. Ese contable, nervioso e infantil, es quien descubre que circunstancialmente un productor podría ganar más dinero si fracasa en la producción de una obra. Podría ganar una fortuna y ese será el objetivo de Max, confiado en que sus conocimientos del medio, su energía y condición de pícaro y de fracasado le harán rico. ¿Cómo? <<Creando una contabilidad ficticia>>. La picaresca de Max es opuesta a la ingenuidad del contable, que lo comenta como una posibilidad teórica, al observar los libros del productor. Pero este insiste a Bloom, para que abandone su vida gris, y lo camela con dosis de globos, carrusel y heraldos, y pone en marcha su nueva producción. Lo primero que ha de hacer es convencer a Leo para que trabaje con él, después encontrar la peor obra que se haya escrito. Una vez lograda, toca encontrar inversores entre <<las amables y ricas viejecitas>>, contratar al director más incompetente, elegir el reparto, a ser posible el peor y sin experiencia, poner en su contra al crítico del Times y, ya por último, estrenar y fracasar en Broadway. Pero a veces los planes no salen como le encantaban a George Peppard en la serie El equipo A y solo queda reflexionar sobre el fracaso: <<Elegí la peor obra, el peor director, el peor reparto, ¿¡qué es lo que hice bien!?



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