Los personajes de asesinos reaparecen en la obra cinematográfica de David Fincher desde Alien 3 (1991), los hay de varios tipos, desde psicópatas hasta profesionales, cuyo motivo para matar quizá sea el dinero, pasando por individuos corrientes; en todo caso, Fincher, que volvía a contar en El asesino (The Killer, 2023) con un guion de Andrew Kevin Walker, su guionista en Seven (1995), indaga en la naturaleza humana sin llegar a más conclusión que, en su cine y quizá en la vida real, cualquiera puede matar, incluso quienes no habrían pensado que lo harían. Según el caso, el policía de Seven, el jugador de The Game (1997), el ejecutivo de El club de la lucha (Fighter Club, 1999) o la madre de La habitación del pánico (The Panic Room, 2002) pueden matar. Fincher desarrolla en seis partes y un epílogo la entretenida y expeditiva odisea del letal protagonista, que deambula por distintos lugares —París, Santo Domingo, Nueva Orleans, Florida, Nueva York y Chicago—, acompañado por su constante voz interior, que guía, entretiene y explica al público algunas intenciones y las no emociones que hacen de él una lacónica y casi perfecta máquina de matar por dinero. Así acerca su metódica constancia, su tedio, su falsa filosofía nihilista, puesto que de ser un verdadero nihilista apenas le quedaría algo, salvo quizá matarse para fundirse con la nada y ya formar parte de ella. Queda claro que matar no le genera conflicto y afirma que todo le importa una “mierda”, pero decide poner su vida en riesgo y realizar un ajuste de cuentas tras regresar a su escondite en Santo Domingo y descubrir que la mujer con quien comparte sus regresos ha sido brutalmente agredida por dos asesinos a sueldo: el hombre y la mujer a quienes buscará porque sí le importa cerrar el asunto que se abre en París, cuando, por error, falla su disparo e incumple el contrato. Durante el tiempo de espera, su voz interior explica sus métodos, sus escondrijos, su necesidad de ir por delante, de no improvisar, de ceñirse al plan y de no empatizar con sus víctimas, ni con nadie, no vaya a ser que se debilite y su capacidad homicida se vaya al traste. En realidad, como el mismo asume, no es alguien especial, sino uno más del montón, alguien que también cambia de identidad según sus necesidades, aunque él lo haga con documentos falsos que le permiten viajar por el mundo sin levantar sospechas ni revelar su verdadera identidad, quizá porque ya carece de ella. Tiene repartido su arsenal y sus numerosos documentos por seis trasteros en Estados Unidos, lo que le posibilita mayores opciones a la hora de desempeñar su labor. Tipo de recursos, el asesino no deja huella, intenta pasar desapercibido y emplea pocas palabras, salvo cuando habla consigo mismo o con su público, de quien tiene constancia porque se sabe observado y así Fincher llena casi dos horas de metraje con la presencia de Michael Fassbinder en un violento aislamiento, amenazado por la nada y, aunque no lo pronuncie, desesperado por tener algo…
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