¿Cuántos personajes ha creado Woody Allen y cuántos se parecen a él? La respuesta carece de importancia porque el número no explicaría que todos ellos tienen en común la vida y que, para la vida, no existen filosofías ni teorías que den las respuestas correctas. A menudo, ni siquiera hay respuestas lógicas o que puedan sonar lógicas. En la vida hay distorsiones e imperfecciones y Harry Block (Woody Allen) es uno más entre tantos desorientados. Este escritor, en su crisis existencial, cree que no sirve para la vida; nadie le ha dado un manual de uso y vive sin poder explicarse sus fracasos en las relaciones y las sensaciones que derivan de su convivencia con las mujeres, con su creatividad y con la certeza de la muerte. Quizá por ello crea personajes imperfectos, que recoge de la vida real, pero que tampoco sirven para llevar la vida ficticia a la perfección. Es decir, escribe sobre sí mismo y las personas que ha conocido, las más cercanas, y desnuda su intimidad. Como su creador, estos personajes, algunos alter ego suyo, solo pueden vivir sin explicarse y aspirar a que la fugacidad sea lo menos vertiginosa y dolorosa posible. Y así las etapas, el amor y el desamor, el deseo y su pérdida, el miedo y el desenfocarse de la realidad; el temer ser un borrón en su propia historia y la muerte que nunca se aleja hacen de Harry alguien como cualquier otro de sus personajes y como muchos seres reales, con sus numerosos problemas y confusiones, pero también con sus buenos momentos. En suma, con humor e ironía, con su universo personal a cuestas, Desmontando a Harry (Desconstructing Harry, 1997) reúne prácticamente todo los temas, dudas y certezas, gustos y disgustos de Woody Allen, que realiza una espléndida comedia desarrollada en sketches (que adquieren unidad narrativa gracias al escritor protagonista que los fantasea) sobre la complejidad de las relaciones y sobre estar vivo que, para Allen y tantos de nosotros, es mucho mejor que estar muerto, un estado en el que no existe la menor libertad de acción.
<<El protagonista es un tipo hecho a mi medida, un escritor judío neoyorquino, al que se va conociendo a través de lo que escribe, de sus relatos y de pasajes de sus novelas. Me pareció una idea divertida y no exenta de ingenio, ya que me brindaba la oportunidad de representar una serie de pequeñas piezas cómicas que no servían para sostener una película entera pero que podían tener su gracia como historias cortas, como el “sketch” de alguien que está desenfocado y el de la muerte que viene a buscar a la persona equivocada. Simplemente necesitaba algún tipo de mecanismo para ligar las historias.>> (1) Ese mecanismo lo encuentra en su protagonista, en su inventiva. Harry no es Allen, pero podría serlo, ya que, como el propio director apunta, es un tipo hecho a su medida, a la que el público tiene del Allen actor/personaje. Harry no parece saber quién es en realidad, salvo la imagen de sí mismo que escribe en sus libros y la que sus conocidos y ex tienen de él. Pero ambas son imágenes que le sirven para indagar en sus relaciones con las mujeres, con su familia, con su ateísmo, consigo y con su trabajo artístico, que requiere inventiva e imaginación que él saca de sus propias experiencias. Así, entre la literatura, el cine, la memoria, la realidad del personaje, sus contradicciones y sus ficciones, Allen nos descubre no solo al protagonista, sino el mundo que habita, donde nada ni nadie es perfecto, donde todo podría reducirse a aceptarse, al amor, a su ilusión, pero por eso mismo también implica su decepción, el volver a enamorarse y el desear cuanto no esté a su alcance. Harry ha estado casado con tres mujeres, a una (Amy Irving) la engañó con la hermana (Judy Davis) y a esta con una joven (Elizabeth Shue) de quien, sin quererlo, se ha enamorado cuando descubre que va a casarse con otro (Billy Crystal), que resulta ser su amigo a quien representa como el demonio. Pero es que Harry no puede evitar apropiarse de sus relaciones reales para crear las novelísticas ni tampoco sentir atracción por las mujeres, aun consciente de su complejidad y de que, más temprano que tarde, buscará una nueva amante o un profesional que le ate a la cama. Quizá por ello, para evitar profundizar en las relaciones, comprometerse y sufrir desengaño, prefiera las prostitutas, aparte de que sigan el orden que a él le gusta en la práctica sexual. Mientras intenta llegar al homenaje que le rinde su antigua universidad, viaje que parece inspirado en Fresas salvajes (Smultronstället, Ingmar Bergman, 1957), Harry recorrerá distintas etapas de su vida a través de sus libros e incluso descenderá al infierno en un sketch delirante en el que Allen transforma a su personaje en un Orfeo ateo, putero, desorientado y por todo ello muy humano.
(1) Woody Allen, en Eric Lax: Conversaciones con Woody Allen (traducción de Ángeles Leiva Morales). DeBolsillo, Barcelona, 2009.
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