Bajemos el listón, dijo la entrenadora a los atletas reunidos en Olimpia. Sí, sí, respondieron estos. Su alegría desbordaba, menos en “cara de palo”, de tan contentos que estaban. Aquella decisión les facilitaba su labor y su entrenamiento. La preparadora continuó hablando: lo bajaremos a ras de suelo, para que así, como no podréis fallar, no os sintáis mal. Estaréis la mar de contentos, igual que vuestros padres y madres, que repetirán, para mayor gozo inconsciente, que el fruto de sus coitos o de la inseminación artificial es un ser tocado por la divinidad. Presumirán de vuestras altas capacidades, e incluso de las suyas. Vosotros no las dudareis: seréis los más grandes atletas de vuestro tiempo. Con este método, ya nada os afectará negativamente, ni os dañará, no vaya a ser que saboreéis la amargura y aprendáis a convivir y a superar la frustración de no lograr saltar alturas que no están a vuestro alcance. Todo será positivo, seréis héroes, heroínas y modelos. Desterraréis el pensamiento negativo, el que podría haceros dudar de su opuesto y llevaros a la intimidad de una zona gris donde enfrentaros a vosotros mismos y salir reforzados o derrotados, pero conscientes, si no del todo que cada uno forma en su relación consigo mismo y su entorno, sí de parte de vuestro ser. De este modo, con el listón enterrado, siempre lograréis superaros y alcanzar la meta, pues siempre podréis saltar la altura exigida: la no altura; y así no existirán imposibles que no podáis saltar. Adiós obstáculos, adiós a evolucionar o involucionar en la distancia y en la proximidad de los siguientes saltos, adiós a superar o caer, a lastimarse y a abrir nuevas y distintas calles para seguir caminando, cayendo y saltando. ¡Eso!, exclamaron los jóvenes atletas antes de dejarse llevar por la histeria del momento y corear, como si de una sola mente se tratase, ¡Haremos lo mismo de aquí al octavo planeta del universo siguiente! ¡Qué todos vivan, sientan y compartan esta sensación de bienestar y felicidad! Tranquilizaos, intentó calmarles Buster sin decir palabra ni cambiar de expresión. La entrenadora hizo oídos sordos al silencio del colegial ni triste ni alegre y continuó su discurso: Pondremos el récord en el suelo, de esta manera ya nadie se frustrará en su lucha por superarse, ni nadie tendrá que levantar los pies de la superficie común y uniforme donde ser él, ella, tú o yo será lo mismo. Dejémonos dominar por la ilusión de que todos tenemos razón y los demás no. Aceptemos que una opinión es tan válida como otra; aun cuando alguna sea más burrada que opinión. Desterremos a quienes no lo acepten y participemos en esta competición de engaño. Que nada nos aparte de ser la misma lágrima, la misma risa, la misma palabra vacía. Aunque las palabras carecen de dimensiones físicas, y difícilmente podríamos llenarlas o vaciarlas, sí podemos emplearlas sin significado para que así no disgusten ni frustren. Y ahora coreemos que cualquier cosa, deseo y sueño son posibles en un mundo sin imposibles, en una Olimpia de listones a ras de tierra… Y sin esperar a que la entrenadora terminase, Buster, silencioso como de costumbre, se separó del grupo, elevó la altura poco más de metro y medio del suelo, saltó en la soledad de su destierro, tropezó y se levantó...
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