jueves, 19 de enero de 2023

El lobo de Wall Street (2013)


El dinero reaparece en algunas películas de Martin Scorsese como el aparente motor de sus protagonistas, pero, tras esa primera impresión, se comprende que no se trata de los dólares, o no exclusivamente. Más que nada, estos personajes persiguen su sueño —en realidad, vienen de vuelta y narran su trayecto vital, su ascenso y su caída, aunque mitigada por la ambigüedad del sistema que los amamanta— y solo lo pueden conseguir alejándose del trabajo común y honrado, el único que descartan porque saben que no enriquece, que no les dará acceso a formar parte del sueño americano ni a ser los triunfadores del sistema del que son hijos devotos, alumnos aventajados y maestros orgullosos de mostrarnos sus conocimientos, sus ilegalidades, sus intimidades, sus idas de olla. Son un tres en uno, sin el menor atisbo de arrepentimiento; si algo va mal, se reinventan y listo: todo vuelve a funcionar y así, ya desde su juventud, aspiran a ser lo único que anhelan ser, por ejemplo un gánster, un jugador profesional al frente de un casino o un agente de bolsa con un don para embaucar, vender, acumular millones y mandar al garete sus relaciones íntimas. En El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), Scorsese juega sobre seguro, al regresar a formas y narrativas conocidas, muy suyas, que pueden rastrearse en films como Uno de los nuestros (Godfellas, 1990) y Casino (1995), y con un actor protagonista, Leonardo DiCaprio, que conoce y a quien saca partido. El resultado es puro espectáculo cinematográfico, un viaje irónico, alucinado, desfasado por la memoria del protagonista y narrador, que toma de las experiencias descritas por el auténtico Jordan Belfort en su libro, para ofrecer tres horas de movimiento, adicciones, ritmo, ironía, en definitiva, más universo alucinado Scorsese, el que también se descubre en Jo, qué noche (After Hours, 1985) o Al límite (Bringing out the Dead, 1999). Sus personajes son adictos a algo, pero Jordan lo es por quintuplicado, sino más: al alcohol, al sexo, a las drogas, a las ventas y, por encima de todo, al dinero.


Llega a Wall Street a los 22 años. Quiere aprender y triunfar: ganar pasta. Pero, tras un primer contacto con el medio y recibir los sabios consejos de su mentor (Matthew McConaughay), se ve en la calle y tiene que reinventarse. Para ello, primero trabaja en una pequeña empresa de venta de acciones a centavo y, ya crecido en su nuevo medio, crea su propia compañía financiera fraudulenta al lado de su nuevo colega Donnie (Jonah Hill), a quien conoce en una cafetería donde este le pregunta cuánto gana. El dinero siempre está presente, no por el dinero en sí, sino por las posibilidades que les ofrece: una vida de desenfreno, alejada de la común existencia. Ese es el deseo de Jordan: crear un mundo donde sus necesidades se vean satisfechas. Empieza por abajo, construyendo un “proyecto” en el que primero emplea a varios conocidos descerebrados, tan adictos como él y Donnie. Así, entre drogas, prostitutas y taraos, Jordan se convierte en líder de un grupo de patanes desmadrados a quienes saca rendimiento para su beneficio. El protagonista comprende que todos quieren enriquecerse, salvo quizá los monjes budistas y algún otro, por eso trabaja con la ilusión del dinero: vende humo y a cambio recibe millones de dólares en operación ilegales; lo cual pone al agente Denham (Kyle Chandler) tras su pista, pero también le posibilita conquistar a Naomi (Margot Robbie), con quien inicia una relación que le lleva a su segundo matrimonio sin que su vida social y festiva sufra ningún cambio.



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