La primera opción de James Gray para protagonizar Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016) había sido Brad Pitt, pero, debido a compromisos profesionales del actor, este solo pudo participar en aquel film como productor ejecutivo a través de su productora Plan B Entertainment, función que también ejerce en Ad Astra (2019), en la que, aparte de ser uno de los productores, ya sí asume el protagonismo. En esta intimista e introspección ciencia-ficción, Gray vuelve a hablarnos de las relaciones paterno-filiales y de la búsqueda humana. Lo hace en un viaje espacial al corazón de las tinieblas en el que concede voz interior a Roy (Brad Pitt) para que hable del vacío, del dolor, de la pérdida, de la soledad y la pequeñez del uno en el universo infinito, y de la búsqueda de respuestas para preguntas como quién soy, qué tengo, hacia dónde vamos, para qué seguir, entre otras cuestiones que no son ficción, sino que forman parte de la realidad psicológica, metafísica y emocional humana. Si tuviese que buscar y señalar algún referente cinematográfico en el que se mira Ad Astra, diría que este no se encuentra en el viaje de 2001, una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), al menos no solo, sino en los de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) y en la propia Z, la ciudad perdida, pero, en cualquier caso, todas las preguntas planteadas por Gray/Roy parecen conducir a una única respuesta: el amor.
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